Sábado, 19 de marzo de 2016 | Hoy
EL MUNDO › SALAH ABDESLAM, ENTRE LAS FIESTAS Y LA JIHAD
Antes de volverse jihadista en Molenbeek, un barrio popular de Bruselas, Salah Abdeslam (foto), sospechoso clave de los atentados de noviembre en París, llevaba una vida de fiestero y marcada por pequeños robos. La foto de este joven moreno con el pelo engominado y sus características (“individuo peligroso”, 1,75 m, ojos marrones), circuló durante meses por todo el continente europeo. El francés, de 26 años, era buscado por su implicación activa en los atentados del 13-N en París. Su hermano Brahim fue uno de los kamikazes. Durante 126 días logró permanecer prófugo.
En el suburbio de Molenbeek, donde reside la familia Abdeslam, el probable “décimo hombre” de los atentados que dejaron 130 muertos no dejó sin embargo la imagen de un aprendiz de jihadista, sino más bien la de un chico presumido y parrandero. Como sus hermanos, Mohamed y Brahim, Salah vivía con sus padres y su hermana en un lindo edificio con vista a la alcaldía. El ex abogado de Brahim, Oliver Martins, recordó que eran una familia muy unida. “Eran muy abiertos y liberales, no muy religiosos”. Según Jamal, un educador y amigo de los hermanos Abdeslam, Salah y Brahim tuvieron una juventud normal. “Eran como todos: les gustaba el fútbol, iban a discotecas y volvían con chicas”. Por su parte, otro de sus conocidos, Yousef, corroboró lo dicho por Jamal. “Bebedores, fumadores, pero no radicalizados”.
Y un día, según Jamal, la situación cambió. “Llegaron las malas compañías, en un mal momento”. Entre sus amigos estaba Abdelhamid Abaaoud, quien se convertiría luego en uno de los jihadistas belgas más notorios y en el presunto cerebro de los atentados de París. Luego de un robo en 2010 coincidieron en la cárcel.
Salah trabajó como técnico en la STIB, la empresa de transporte público de Bruselas. En marzo de 2013 abrió un bar con su hermano, llamado Les Béguines, en la planta baja de un edificio de ladrillos rojos de Molenbeek. Brahim era el propietario, mientras que Salah se desempeñaba como gerente del establecimiento. Detrás del mostrador no sólo se bebía cerveza. Uno de los parroquianos, Abdel, confesó que normalmente fumaban marihuana. “Con Brahim, apenas entrabas trataba de venderte algo”.
El hallazgo, a mediados de agosto, de porros a medio consumir en los ceniceros durante un control de las autoridades terminó por provocar el cierre del bar a partir del 5 de noviembre. Quizás eso fue una señal de que algo se preparaba. Los hermanos ya habían traspasado el negocio el 30 de septiembre.
Otro de los hermanos, Mohamed, quien fue detenido en Bruselas al día siguiente de los ataques pero liberado luego sin cargos, recordó que la actitud de Salah y Brahim ya no era la misma de antes. “Ya no bebían y rezaban un poco más que de costumbre”. En el bar, desde hacía algún tiempo clientes notaron que se consultaba más internet. “Cada vez que entrábamos en el café, había discursos del Estado Islámico, es decir llamado a la guerra”, dijo uno de ellos. Brahim, el dueño, también miraba videos del grupo jihadista. “A veces, cuando se enojaba, decía que haría estallar todo”, aseguró otro cliente a la televisión francesa.
El viernes 13 de noviembre Brahim se inmoló en el boulevard Voltaire. Por su parte, Salah alquiló dos vehículos y dos habitaciones utilizadas por los comandos. La noche de los atentados probablemente haya llevado a los kamikazes al Stade de France. Se lo geolocalizó en París y luego se halló un cinturón de explosivos cerca del lugar donde fue detectado, gracias a su teléfono celular. Desde entonces estaba prófugo.
Su rostro no aparece en el fotomontaje de los atacantes ni en el video de reivindicación que difundió la organización terrorista en enero. Se sigue ignorando qué hizo exactamente en la noche del 13 de noviembre.
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