Sábado, 19 de marzo de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Eric Nepomuceno
En el mismo día en que el ex presidente Lula da Silva volvía a participar de un acto multitudinario en San Pablo, donde la consigna era “¡no habrá golpe!”, en Brasilia Gilmar Mendes, integrante del Supremo Tribunal Federal, dejaba bien claro que el golpe sigue en marcha. Atendiendo a una petición presentada por el PSP, pequeño partido de oposición, Mendes, que se caracteriza por hostigar duramente al gobierno de Dilma Rousseff y a Lula da Silva cada vez que se manifiesta en el Pleno de la corte, suspendió su nombramiento como jefe de Gabinete del gobierno y remitió de vuelta al polémico juez de primera instancia, Sergio Moro, la causa judicial. Ahora le toca al gobierno y a los abogados del ex presidente presentar un recurso para suspender la medida.
Poco más de hora y media antes, Lula da Silva había hablado a la multitud que cubrió la avenida Paulista al anochecer de ayer. Fue el cierre de una jornada que llenó las calles de todo el país en defensa del mandato alcanzado por Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales de octubre de 2014, y que desde el primer día es boicoteado por una oposición que no se resigna a la derrota, por un Congreso que confunde el quehacer político con un mostrador de negocios, por unos medios monopólicos de comunicación que creen que ya basta de gobiernos populares y, finalmente, por un Poder Judicial que se cree por encima de las leyes y de la misma Justicia.
Las manifestaciones de ayer, que transcurrieron de manera pacífica, seguramente llevaron a las calles multitudes menores que las del domingo pasado, que exigían la inmediata deposición de Dilma Rousseff. Un primer cálculo indica que ayer se manifestó entre la mitad y un tercio.
Un detalle ayuda a explicar la diferencia: para los actos de ayer no estaban los medios del Grupo Globo insuflando la presencia de manifestantes. Para que se tenga una clara idea de la parcialidad del grupo, mientras Lula hablaba ni la emisora por cable, Globo News, y menos la emisora abierta, se dignaron a transmitir sus palabras. El pasado domingo, la programación por cable se volcó directamente a cubrir las manifestaciones, que también ocuparon grandes parcelas del horario central de la emisora abierta.
De todas formas, comparar números es algo, a esta altura, no tan importante. Importa constatar que ayer tanto Lula como el PT y las organizaciones y movimientos sociales que respaldan al gobierno de Dilma Rousseff dejaron claro de toda claridad que su poder de convocatoria, ampliamente puesto en duda por el complot mediático-jurídico, está lejos de agotarse. Al contrario: llevar cientos de miles de personas a la avenida Paulista, epicentro del golpismo, para escuchar a un Lula cuya imagen es corroída cada hora de cada día por los medios hegemónicos de comunicación es toda una hazaña. Ha sido igualmente muy significativo el número de manifestantes reunidos en Recife, Salvador y Río de Janeiro, bajo la consigna “no habrá golpe”.
El golpe, sin embargo, está en marcha, como dejó bien claro Gilmar Mendes en el Supremo Tribunal Federal. Su voto no ha sido una sorpresa. Mucho más que actuar como magistrado de la Corte máxima del país, Mendes se presenta como un opositor furibundo contra el gobierno. A propósito, en esa Corte tramitan otras siete medidas, interpuestas por partidos de la oposición, pidiendo que se anule el nombramiento del ex presidente. Con la decisión individual de Mendes, no se sabe qué pasará con esas medidas. La semana que viene, por los feriados, no habrá sesiones en el pleno de la casa. Si Sergio Moro así lo decide, Lula podría ser detenido en cualquier momento. El gobierno presentará un recurso de urgencia, para intentar mantener el nombramiento del ex presidente.
La otra pata del golpe, los medios de comunicación, siguen impávidos en su caminata. Basta con leer los titulares, las columnas de opinión, los editoriales, para preguntarse si no han sido todos escritos por una misma persona. La diversidad en los medios de opinión brasileños es algo tan raro como una heladera eléctrica en el Polo Norte.
Por fin, está el Congreso, donde una comisión especial analiza el pedido de apertura de juicio contra Dilma Rousseff. Se supone que de los 65 integrantes que representan proporcionalmente todos los partidos con asiento en la Cámara de Diputados, el gobierno cuenta con estrechísima mayoría: 31 votos seguros, 5 dudosos. Pero en la actual legislatura, hasta los seguros son dudosos. Una de las difíciles misiones de Lula da Silva es precisamente asegurar un mínimo de lealtad entre los aliados. El principal de ellos, el PMDB, está claramente dividido. Y si antes estaba partido al medio, ahora todo indica que los traidores son mayoría. Para tener una idea del concepto de ética de ese partido, pese a ocupar siete ministerios, inclusive el de mayor visibilidad y presupuesto, el de Salud, suele abandonar al gobierno en momentos clave, o imponer un sobreprecio a su lealtad.
Ahora mismo el PMDB prohibió a sus integrantes aceptar, durante los 30 días en que dice que se decidirá si permanece o no en la alianza, cualquier nuevo nombramiento. Dejar los puestos y cargos que ocupa, ni pensarlo.
En ese complejo escenario, Lula da Silva sale a la cancha. Por lo que demostró ayer, viene con ganas de ser artillero y dar vuelta un partido que parece difícil.
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