EL MUNDO › EL CONSERVADURISMO POLITICO Y MEDIATICO LO TILDO DE “PATO RENGO” SIN REPRESENTACION
Obama le dijo al Reino Unido que tiene una “relación especial”, pero que, si votan a favor de dejar Europa en el referendo en junio, “tendrán que ponerse al final de la cola para firmar un tratado comercial”, porque EE.UU. prioriza el TTIP.
› Por Marcelo Justo
Desde Londres
La visita de Barack Obama al Reino Unido en plena campaña por el referendo sobre Europa ha sido un extraordinario espectáculo político. El entusiasmo pro-europeo del presidente convirtió a la derecha más pro-norteamericana en una facción ultra con dosis similares de retórica racista y antiimperialista. En el mismo barco que Obama quedaron brevemente el líder más a la izquierda de la historia laborista, Jeremy Corbyn, los sindicatos y el progresismo británico.
La mecánica diplomática de esta visita se parece bastante a la de Obama a Argentina en marzo. Respaldo a un aliado político en un momento complicado de su mandato, promoción de una agenda regional pro-estadounidense y visitas socioculturales que en Buenos Aires pasaron por el tango y en Londres por una visita al teatro The Globe a 400 años de la muerte de Shakespeare: en ambos casos el itinerario incluyó un encuentro con jóvenes y universitarios de cara al futuro.
El mensaje para los británicos en relación a Europa fue tan explícito que la derecha política y mediática conservadora se vio obligada a criticarlo como una voz del “establishment” y “un pato rengo” (lame duck) que no representa a nadie porque está en su último año de gobierno. Con la sonrisa carismática que pasea por el mundo, Obama no dudó en decirle al Reino Unido que son una “relación especial”, pero que si votan a favor de dejar Europa en el referendo del 23 de junio, “tendrán que ponerse al final de la cola para firmar un tratado comercial”, porque la prioridad estadounidense es el Transtlantic Trade and Investment Partnership (TTIP) con la Unión Europea (UE).
Los “Leave Europe” han argumentado durante años que la vida será mejor fuera de la UE porque el Reino Unido podrá tener un acuerdo comercial con Estados Unidos que facilitará la emulación de su modelo socioeconómico. La afrenta no podía ser mayor para este sector, equivalente a la traición de un amigo idolatrado o un gran amor. En los diarios de este sábado diputados y comentaristas hacían cola para denigrarlo como una figura del “statu quo” o un político irrelevante en sus últimos meses de gobierno.
En una sorprendente vena nacionalista-antiimperialista el líder de la Cámara de los Comunes, el conservador Chris Grayling, señaló que “no debemos resignar nuestra independencia simplemente porque Obama nos lo ordena”. Otro miembro prominente del “Leave Europe”, el secretario de Justicia Dominic Raab aseguró que los británicos “no se iban a dejar chantajear por nadie, mucho menos por un pato rengo en su último año de gobierno”. A la derecha de la derecha, en ese terreno rabiosamente antieuropeo que ocupa el UKIP, Mike Hookem llegó a sugerir que la política de Obama era parte de una estrategia que se retrotraía a 1939, es decir, a principios de la segunda guerra mundial, “para socavar la influencia global británica”.
Nadie se privó de decir lo suyo contra el presidente que hasta hace poco representaba todas las bondades económicas, sociales y democráticas del capitalismo (...una persona de color en la Casa Blanca, imagínense...). Dada la contundencia del mensaje de Obama esta reacción apenas sorprende. Unos 100 diputados habían publicado una carta poco antes de su visita pidiéndole que no interfiriese en los asuntos internos del Reino Unido: el desencanto debió ser atroz.
La realidad es que en la estrategia global estadounidense los británicos son una pieza importante si están dentro de la UE. Esta estrategia pasa hoy por firmar megatratados comerciales que resuelvan la parálisis de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que no ha conseguido avanzar con la liberalización del comercio global en los últimos 15 años. El TTIP con Europa es similar al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP en las siglas en inglés) firmado en febrero por 12 naciones que representan el 40 por ciento de la economía global: Estados Unidos, Japón, Malasia, Vietnam, Singapur, Brunei, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, México, Chile y Perú. En la agenda del gobierno de Mauricio Macri está la integración de Argentina a este TPP: hay más de un paralelo entre la visita de Obama en marzo y la que acaba de terminar en el Reino Unido.
El TPP tiene que ser ratificado por cada una de las naciones: el TTIP con Europa todavía está en la fase de negociación. El paso siguiente del tour europeo de Barack Obama es Alemania, donde hay una masiva oposición al TTIP. En vísperas de la llegada del presidente miles de personas se manifestaron en Hannover. En octubre unas 150 mil personas salieron a las calles. Según una encuesta, solo el 17 por ciento de los alemanes está a favor del TTIP.
Con la economía más importante de Europa como hueso duro de roer, lo que menos desea Estados Unidos es perder un aliado como el Reino Unido (segunda o tercera economía del bloque) en las discusiones que tiene en el interior de la UE. La “relación especial” bilateral, presuntamente basada en la historia y la lengua, solo es relevante si hay algo concreto en el presente. En los hechos Obama no dudó en intervenir y polarizar aún más la campaña sobre uno de los pocos temas que parece radicalizar a los flemáticos británicos: su siempre ambivalente relación con Europa.
En este sentido la visita confundió a aliados de toda la vida y mostró un nivel de admiración y subordinación a la opinión estadounidense similar al de un amor correspondido a medias y, ergo, vulnerable a desencantos, agravios y profundas heridas. Con los jóvenes británicos Obama pudo presentar el lado más positivo con el mismo optimismo que mostró con los argentinos en marzo. “Reject pessimism and cynicism”, dijo, “take a longer, more optimistic view of history”. Está claro que en su caso particular, una visión más optimista y a largo plazo de la historia pasa por el acuerdo con Europa en su conjunto y no con el Reino Unido a solas en una suerte de cofradía anglosajona.
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