EL MUNDO
Voces y visiones desde Ramalá, la capital muerta de los palestinos
La Autoridad Palestina ha sido destruida y las ciudades palestinas están cerradas, pero sus habitantes todavía pueden comunicarse con el mundo exterior por medio de sus teléfonos celulares. Aquí, un enviado cuenta lo que se escucha de uno y otro lado.
Por Eduardo Febbro
Los enredados caminos de Cisjordania están cerrados a toda concesión humana. “A partir de aquí, el paso está prohibido. No hay palestino, ni periodista, ni diplomático ni religioso que tenga derecho a pasar”, dice el soldado. Tiene apenas 25 años y está mucho más nervioso que el tumulto de gente que pugna por pasar, que intenta tener noticias de la gente que está del otro lado, atrapada en pequeñas localidades situadas entre Nablus y Jenin. Poco a poco, los accesos a Nablus se fueron cerrando y mucha gente se quedó en las rutas. Lo que se animan intentan volver a través de las rutas de tierra y las montañas, evitando así los terribles puestos de control del ejército israelí. Pero el muro levantado por Israel tiene límites. Si el paso entre un punto y otro es prácticamente imposible a menos que se conozcan los caminos secretos, los testimonios del interior saltan por encima de los tanques y la ocupación. Los teléfonos portátiles permiten a los palestinos suministrar un río de informaciones.
En Jerusalén, los números circulan y cambian de hora en hora y muchas de las informaciones difundidas por los palestinos y las ONG que aún trabajan dentro de los territorios corroboran la aplicación “detallada” del operativo israelí revelada por el coronel Miti Eisen, un analista de los servicios de inteligencia de Israel: “Lamentablemente, aún no se inventó la poción mágica para descubrir a los terroristas entre un montón de gente civil. Nosotros buscamos armas, bombas, terroristas y también a quienes los protegen. Por eso tenemos que hacer controles casa por casa y preferimos que, cuando estamos seguros de la información, no haya nadie en las calles en el momento en que realizamos ciertos allanamientos, es decir, cuando tenemos la certeza de que en tal casa se esconden terroristas”. A juzgar por lo que hicieron en Ramalá y el resto de las ciudades recuperadas por el ejército, los militares parecen haber tomado a cada civil por un terrorista y a cada casa por el albergue de un kamikaze. “Ni siquiera se molestaron en advertir que iban a entrar. Un auto pasó por la calle avisando con los altoparlantes que nadie saliera de sus casas y 15 minutos después derribaron la puerta de la mía con una bomba. Entraron cinco soldados abriendo fuego hacia todas partes y como no encontraron a nadie volaron el muro que separaba las habitaciones. Yo vivo solo con mi nieta de 18 años. Hace unos meses éramos más, pero una parte de la familia se mudó a Gaza y nos quedamos solos los dos. Terroristas no hay”. La voz de Sahmia es pausada, resignada a fuerza de vivir cada día lo insoportable.
Bajo estricto anonimato, un mediador occidental cuenta una escena terrible de la que fue testigo en un puesto de control de Ramalá. En la larga cola para ingresar a la ciudad, dos palestinos que estaban delante de él fueron impedidos de pasar. Uno de ellos preguntó: “¿Cuándo vamos a poder entrar?”. “Cuando me tire un pedo”, dijo el soldado. Los próximos en la cola eran los delegados occidentales. La negociación con los soldados se prolongó por más de 45 minutos. Los palestinos que habían intentado entrar antes esperaban a un lado. De pronto, el mismo soldado que los había atendido los llamó y volvió a solicitarles los papeles. “Luego de revisarlos en todos los sentidos –cuenta el mediador– el soldado se dio vuelta, se tiró un pedo y les dijo: ahora pasen”.
Escenas como esas Rachid ha visto y sufrido muchas. Hoy, a sus más de 50 años, no tiene miedo por su futuro sino por el de sus hijos, cinco en total. La más pequeña tiene dos años, el más grande 19. Rachid dice: “La política de Sharon ha provocado un colapso inimaginable. Mi hija menor ni siquiera le tiene miedo a las balas ni se sobresalta cuando explotan lasbombas. Para ella, todas estos ruidos son parte de su realidad, son cosas normales. Y como nació con la intifada, de la paz no conoce más que el nombre. ¿Usted se imagina? Nadie sabe cómo estos niños van a reaccionar mañana”. Rachid tiene un extenso pasado de militante por la causa palestina. El tono de su voz, neutra pero herida, dice más que el contenido de sus palabras: “Habíamos sonado y luego intentado realizar muchos proyectos con los israelíes pacifistas. Juntos vivimos intensamente el gran ideal de la reconciliación. Pero eso pertenece al pasado, a una generación distinta. Hoy, para los jóvenes palestinos, un israelí no representa más una posibilidad de reencuentro, de reconciliación, sino un soldado violento, cuyo único propósito es humillar y humillar hasta el absurdo. Cuando usted tiene 18 años y cae con sus padres en un puesto de control israelí y ve cómo los soldados se consagran masiva y prolijamente a humillar a tu padre y a tu padre, ya está todo dicho. Lamentablemente, la política de Sharon puso fin a la esperanza, a la fe en que, por encima de los radicalismos de uno y otro capo, la reconciliación era posible. Ningún joven palestino de hoy cree que la paz es posible”.
Estas palabras amargas no son una excepción ni el producto de la frustración de un militante. Los testimonios recogidos por Página/12 se multiplican al infinito en una serpentina de la que siempre se desprende el mismo sentido: “Nadie puede creer que los operativos de Sharon hayan sido lanzados para acabar con el terrorismo. Si Sharon buscaba a los integrantes de Hamas, lo que hizo en realidad fue desmembrar a la Autoridad Palestina”, afirma Samrin, un estudiante de la Universidad de Bir Zeit. Para probar lo que afirma, Samrim detalla: “No queda absolutamente nada de lo que nació con los acuerdos de Oslo. La Autoridad Palestina es una sombra derruida. No hay ni una sola institución, ni un solo ministerio que no haya sido bombardeado: rutas, aeropuertos, radios, canales de televisión, canalizaciones de agua, infraestructuras eléctricas, todo cuanto fue creado luego de los acuerdos de Oslo ha sido borrado del mapa por Sharon. Su meta no era Hamas ni los terroristas sino la esencia misma de la sociedad civil y política de los palestinos, su legitimidad, es decir, la Autoridad Palestina”.
“Ramalá es una ciudad muerta. A veces, de noche, las ráfagas de las ametralladoras rompen el silencio. Después no hay nada. Nadie sale. La vida se apagó de golpe”. Abu cuenta estas escenas con la voz comprimida por la emoción. Por increíble que parezca, incluso para los israelíes que empiezan a descubrir los abusos, su relato confirma las denuncias de los habitantes de Ramala: “Todo es muy triste porque todo está roto. Ni siquiera dejaron en pie el teatro de Alquassaba o el Ministerio de Educación. ¿Para qué les sirve haberlo destruido? Nos tratan como si fuéramos seres primitivos. Lo más terrible es que los soldados israelíes saquearon las casas, se llevaron las computadoras y las cámaras de video. Un vecino cristiano me contó que los soldados que durmieron en su casa dieron vuelta las cruces que estaban encima de la cama”.