Vie 18.02.2005

EL MUNDO

La inteligencia norteamericana, de un laberinto (Irak) a otro

Bush eligió a John Negroponte, embajador de EE.UU. ante Irak, como “zar” de las 15 agencias secretas. El nombramiento de Negroponte obliga al actual director de la CIA, Porter Goss, a abandonar su despacho.

Por Javier Del Pino*
Desde Washington

John Negroponte, actual embajador de EE.UU. ante Irak, se convertirá en el primer director nacional de Inteligencia, el puesto creado con la esperanza de que pueda coordinar las diferentes agencias del gobierno. Negroponte, fiel trabajador en los gobiernos republicanos, estuvo salpicado por el escándalo del apoyo a la contra nicaragüense cuando era embajador en Honduras. Desde su nuevo cargo será el enlace del presidente con los servicios de inteligencia y el responsable máximo de la organización, el reparto y la financiación de cada una de las agencias.
El cargo del director nacional de Inteligencia se creó en línea con las recomendaciones de la comisión que investigó los atentados del 11-S, que descubrieron una soberbia falta de coordinación entre las 15 agencias que componen los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Algunas son sobradamente conocidas, como la CIA, el Servicio Secreto, el FBI o la Agencia Nacional de Seguridad; otras trabajan en un segundo plano, como la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial. La ley que estableció la creación de este puesto creaba en realidad un nuevo organigrama entre los servicios de inteligencia y establecía, por encima de todo, el reparto de poder. Las agencias más poderosas son las que tienen más dinero o las que disfrutan de un acceso más cercano al “despacho oval” del presidente; el Pentágono lideraba la primera categoría y la CIA la segunda. Ahora, Negroponte desplaza al director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y se sitúa por encima de él con dos capacidades tan reales como simbólicas. Por un lado, será Negroponte el que a partir de ahora se reúna con el presidente cada mañana para valorar las amenazas a la seguridad del país o las informaciones más confidenciales; por otro, el nombramiento de Negroponte obliga al actual director de la CIA, Porter Goss, a abandonar su despacho para cedérselo al nuevo “jefe” de la inteligencia de EE.UU. en el edificio en Langley, en las afueras de Washington.
Cuando se tramitó la ley de reforma de los servicios de inteligencia, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, presionó para lograr que su propia agencia de investigación, la Oficina de Inteligencia del Pentágono, preservara una relativa independencia. La mayoría republicana logró introducir unas modificaciones que permitirán a ese Departamento retener el control sobre los datos que proporcionan los satélites-espía sobre las zonas de conflicto bélico. Esa información no deberá pasar primero por la mesa del director nacional de Inteligencia sino que estará inmediatamente en manos de los mandos militares. Hubo ayer un gesto claro de pacificación ante posibles luchas de poder: Bush nombró como subdirector nacional de Inteligencia al responsable militar de una de las agencias del Pentágono. Sin embargo, la mayor demostración de fuerza del nuevo cargo recae en su autoridad sobre el reparto de los 40.000 millones de dólares anuales de presupuesto que reciben los 200.000 empleados de las 15 agencias. El 80% de esa cantidad recae, por ahora, en las agencias de inteligencia del Pentágono.
John Negroponte tiene 65 años, habla correctamente cinco idiomas y lleva cuatro décadas en primera fila de la diplomacia. Sus dos últimos cargos han demostrado su fidelidad al presidente. Fue el embajador de EE.UU. en la ONU cuando este país decidió invadir Irak en contra de la opinión mayoritaria del Consejo de Seguridad, y fue el hombre señalado por Bush para convertirse en el primer representante de su gobierno en Irak al frente de una embajada que es una fortaleza militar y un centro de poder, con más de 4000 empleados. Bush ha tenido grandes dificultades para encontrar a alguien capaz de aceptar el cargo que asumirá Negroponte cuando reciba la confirmación en el Capitolio. Fuentes de la Casa Blanca aseguraron a la agencia AP que Bush ofreció el puesto al ex director de la CIA, Robert Gates, y a “varias otras personas” antes de ofrecérselo a Negroponte. Los anteriores lo declinaron por su poca esperanza de poder unificar el trabajo de los servicios de inteligencia.
Negroponte, que ha intercalado esporádicamente su carrera de empresario con la de diplomático, tiene un período oscuro. Cuando era embajador en Honduras en la primera mitad de los años ‘80, participó activamente en el apoyo a la contra nicaragüense en su guerra contra el gobierno de la izquierda “sandinista”. Llegó a ser interrogado ante un comité del Senado por su supuesto consentimiento a los abusos de derechos humanos por parte de grupos paramilitares hondureños financiados y entrenados por la CIA. Su implicación en aquellos acontecimientos retrasó durante seis meses su confirmación como embajador de EE.UU. ante la ONU; fue finalmente confirmado una semana después del 11-S. En ese tiempo, Negroponte se defendió de las acusaciones sobre su colaboración en la desaparición de informes sobre violaciones de derechos humanos: ‘Hasta el día de hoy, creo que en Honduras no actuaron los escuadrones de la muerte. Nadie que me conozca personalmente me puede asociar con ninguna de esas críticas’, aseguró entonces.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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