EL MUNDO
Apoyos, dudas y críticas en las calles de la ciudad
Los que iban a la Catedral mostraron satisfacción por el nuevo Papa. Y realzaron que por ser alemán será “enérgico y decidido”. Justamente, los críticos advirtieron que impondrá “mano dura”.
“Va a durar poco”, fue la apuesta predominante entre la grey incrédula que contabilizaba los 78 años y los tres by pass del nuevo Pontífice. Los católicos, en cambio, realzaron las virtudes del “Espíritu Santo”, que ungió con la gracia de Dios a Josef Ratzinger como nuevo Papa. Varios se mostraron convencidos de un supuesto pasado nazi de quien ahora será llamado Benedicto XVI. Otros, en la vereda de enfrente, rescataron el carácter “enérgico y decidido” de la nacionalidad alemana. Con controversia de estadística, que incluyó su sección de “no sabe/no contesta/no me importa”, los argentinos que ayer deambulaban por la ciudad contaron a Página/12 la primera impresión que les causó el nombramiento del seguidor de Juan Pablo II.
En el altar de la catedral de Buenos Aires todavía no había sido cambiada la foto que mostraba la cara benevolente del antiguo Papa. Un puñado de personas rezaban rígidas como si fueran parte de los bancos. La mayoría eran mujeres que rondaban los 60 vestidas como si la moda no hubiera cambiado en treinta años. Varios, se presume que informados, prefirieron no hacer declaraciones a este diario. Norma Tassiani, con su pechera adornada con pins de motivos papales, opinó que la elección de Ratzinger “es lo mejor”, porque “fue un colaborador muy cercano de Juan Pablo II. Además, sabemos que es muy ortodoxo, por lo que no se va a desviar de lo que ya está encaminado”. La mujer juzgó que el alemán “es el más indicado” para el cargo. ¿La razón? “Es lo que decidió el Espíritu Santo.”
Declaraciones contundentes de este tipo se disipaban en la medida en que sus voceros se alejaban de la catedral. “Va a durar poco. No tendría que ser tan viejo”, consideró Hugo, que se dedica a arreglar ascensores. Martín, uno de sus compañeros de trabajo, terció que “igual, a nosotros ni nos va ni nos viene. A esta altura no se puede creer en nada”.
Expectativas similares demostraron tener dos hombres trajeados que se identificaron como policías. Se encargarían de mantener el orden en la jornada de marchas convocada por organizaciones piqueteras que pedían que el monto del Plan Jefas y Jefes aumente de 150 a 350 pesos. Para ese momento, los bombos se oían lejos y en retirada. Antonio, uno de los presuntos policías, evaluó que Ratzinger “era la mano derecha de Juan Pablo II, fue elegido por él. Hicieron demorar el nombramiento, pero ya todos sabían quién iba a ser. Dicen que lo pusieron para que dure poco, porque es una cosa de transición”, explicó. En el mismo sentido conspirativo se pronunció Luis, un vendedor callejero: “Se hizo lo que ellos querían. Ya está anunciado que se va a morir pronto, si es que alguno no se encarga de liquidarlo antes”.
“¿Ya hicieron la fumada?”, se enteró Raúl. “Ponelo así –pidió a este diario–: Antes teníamos un sinvergüenzón menos. Y ahora subió otro. Este va a ser mano dura”, apreció moviendo la mano con el gesto amenazante del chas chas. Su enojo hacia el Vaticano radica en que “no comparten la riqueza. Yo no sé cómo pueden vivir en una casa llena de oro cuando ven a los chicos que se están muriendo de hambre. Ese anillo que el otro (Juan Pablo II) se llevó al cementerio tenía tantos diamantes y cosas que con la plata que valía mataba el hambre en América del Sur. ¡Lo dicen un montón de periodistas!”, sentenció Raúl. Para Ramón, un Papa “más o menos 50 años tiene que tener”. No perdió las esperanzas con el Sumo Pontífice clase 1927 y deseó que “todo sea para mejor. Ojalá dejen de morir cientos de chicos y todo el mundo pueda tener justicia y educación”.
Al costado de la catedral descansaba sus piernas Elena, una señora mayor que acompañó las protestas piqueteras del día. Evaluó que “si el polaco fue bueno, este alemán va a ser bueno también”.
Entre los feligreses que ingresaban en la catedral, muchos recién salidos de sus trabajos, estaba Alejandro Bravo, quien ante todo rescataba que Benedicto XVI fuera de sangre bávara. “Los alemanes son enérgicos y decididos. Por eso, Ratzinger es el hombre que hace falta.” En uno de los presentes, sus palabras fueron combustible para sus ideales: “¡Es cierto, hace falta mano dura!”, arengó el hombre de portafolios y anteojos quedijo llamarse Valentín. La mano dura tenía que ser dedicada a “travestis y homosexuales”, según él. Pero Bravo quiso desligarse de esta postura aseverando que no incluía entre los alemanes ejemplares a Adolf Hitler, visto que “era un ateo y un dictador”. En cambio, Ratzinger es “muy educado y es un hombre de paz y amor”, opinó.
Al atardecer, a la Plaza de Mayo llegaban jóvenes para degustar un recital de rock. Para uno de ellos, Gonzalo, la elección del nuevo papa significaba “la decepción. Los latinoamericanos querían un papa latinoamericano, los jubilados un papa jubilado, los negros un papa negro. Pero salió de la raza aria: heil Hitler”.
Informe: Sebastián Ochoa
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