EL MUNDO
“Juan Pablo III”, enemigo número 1 de la modernidad
Pese a su participación en el Concilio Vaticano II, la vida religiosa de Josef Ratzinger se orientaría después hacia el rechazo de toda reforma.
› Por Mercedes López San Miguel
Josef Ratzinger representa un “anti” todo lo que represente modernidad: comunismo, aborto, homosexuales en la Iglesia, sacerdocio femenino, comunión entre divorciados. La “solución Ratzinger” con la que especularon las fuentes vaticanas fue la que primó en el cónclave más rápido de estos tiempos: con sus 78 años cumplidos el sábado, el nuevo Papa es una figura “transitoria”, esto es, hay garantía de un papado corto. Fue el zar de la doctrina católica durante 24 años, el arquitecto en jefe de la política de tradición moral del pontificado del mediático Karol Wojtyla y quien chocó con prominentes teólogos progresistas. La elección del nuevo papa, Benedicto XVI –apodado con ironía Juan Pablo III en la chismografía vaticana–, evidencia las bases de apoyo del prelado alemán en el Colegio de Cardenales. Su actuación tras la muerte del Pontífice, especialmente la homilía en la misa del funeral, apuntaban en esa dirección.
Ratzinger veló celosamente por la pureza del dogma católico desde 1981, cuando Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el ex Santo Oficio de la Inquisición). Nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl am Inn, una localidad de la diócesis de Nassau, en Baviera, hijo de un policía que también trabajaba de maestro, Ratzinger ha pasado la mayor parte de su vida en contacto con el mundo académico, primero como estudiante, luego, ya doctorado en Teología, como profesor en las universidades de Bonn, Münster y Tubinga, donde coincidió con Hans Küng, quien sería luego un firme adversario del pontificado de Karol Wojtyla. El cardenal alemán abiertamente criticó a Küng, a quien el Vaticano le quitó la licencia para enseñar teología en 1979. Uno de sus discípulos fue Leonardo Boff, promotor de la Teología de la Liberación, detestada por el propio Woj- tyla y por el cardenal alemán.
Este es el nuevo Papa. ¿Un pasado nazi? Formó parte de las Juventudes Hitlerianas “en contra de su voluntad”, según afirma en su autobiografía De mi vida y en su último libro La sal de la tierra, citado por el diario alemán Suddeutsche Zeitung. Aclara que no formó parte del Partido Nazi. Sus estudios religiosos fueron interrumpidos durante la guerra cuando tenía 17 años y fue convocado como auxiliar en la artillería antiaérea para el ejército alemán y en último año de la Segunda Guerra Mundial, pero luego desertó. Terminó como prisionero de guerra de Estados Unidos.
La vocación religiosa lo llevó a ordenarse sacerdote en 1951, y sus cualidades intelectuales lo posicionaron en poco tiempo como uno de los teólogos más prometedores de la Iglesia alemana. En 1962 llegó a Roma como consultor del cardenal alemán Fring, para participar en el Concilio Vaticano II. Su “vocación” política lo llevó a condenar con dureza el marxismo y el ateísmo, frente a las revueltas estudiantiles de mayo de 1968, con epicentro en París. En 1969 fue catedrático de Dogmática en la Universidad de Ratisbona, y sus méritos impresionaron al papa Pablo VI, que lo colocó al frente de la diócesis de Munich y le otorgó la birreta cardenalicia el 25 de junio de 1977. En el futuro, su punto de vista teológico se alejaría de la línea progresista defendida en el Vaticano II hacia un camino más conservador. Hasta el punto de sintonizar con Juan Pablo II, que llevó a Roma un catolicismo arcaico y una visión pragmática de cómo defenderlo y extenderlo, haciendo uso de los medios de comunicación.
Ratzinger se convirtió en el gran represor de teólogos disidentes, que se alejaran de la línea dictada en el Vaticano; ve el secularismo de Occidente como una gran amenaza al cristianismo. Su máxima de conducta personal y pastoral se resume en una de sus frases favoritas: “La bondad implica también la capacidad de decir no”. Porque él dice “no” al sacerdocio femenino, “no” a la presencia de homosexuales en la Iglesia y asesta un golpe considerable al proceso de diálogo con las otras iglesias cristianas. Por tanto, “no” es esperable avance alguno en el debate sobre los temas del siglo XXI: la planificación familiar y el uso del preservativo ante el flagelo del sida; el aborto; la eutanasia; el desafío de la bioética; el desarrollo de las células madre. Para Ratzinger no hay compromiso de la Iglesia en ninguno de estos temas. Incluso les advirtió a los prelados norteamericanos que rechacen dar la comunión a los políticos pro-aborto, en lo que fue interpretado como un ataque directo al candidato demócrata John Kerry.
“Todavía cree que el mejor antídoto al totalitarismo político es el totalitarismo eclesiástico. Es decir, cree que la Iglesia Católica sirve a la causa de la libertad humana pero limitándola en su inherencia: siendo claro en lo que se enseña y cree”, dijo el biógrafo John Allen al diario Washington Post. Por su línea dura con el dogma católico, guardián en jefe de la ortodoxia en el Vaticano se ha ganado varios apodos: el inquisidor, el fundamentalista y el Panzercardinal, un neologismo alemán que compara al prelado oriundo de Baviera con un tanque de guerra.
Durante buena parte del pontificado del viajero Juan Pablo II, sobre todo en los últimos años, Ratzinger se ha preocupado sobre todo de la Iglesia, “una barca que hace agua”, como puso de manifiesto en el Vía Crucis del último Viernes Santo, cuando su amigo agonizaba. Crítico con la reforma litúrgica introducida por Pablo VI, también se ha mostrado contrario al exceso de “novedades” introducidas en las misas que, a su juicio, se acaban transformando en un “espectáculo”. Señalado de autoritario, prohibió –junto con Juan Pablo II– discutir sobre el sacerdocio femenino o sobre el celibato sacerdotal. El alemán es visiblemente mucho menos carismático que su predecesor. Con su voz suave, es el puño de hierro en el guante de terciopelo del catolicismo.
No había un papa in pectore en el testamento de Juan Pablo II, aunque podría decirse que Ratzinger lo fue: desde el momento en que comenzaba el deterioro de la salud de Wojtyla el pasado febrero, la prensa hablaba de él como el candidato secreto. “El que entra Papa, sale cardenal”, reza el dicho vaticano que no se ha cumplido con la elección del papa 265, seguramente el candidato más controvertido y reaccionario de todos.