EL MUNDO
› QUE PUEDE ESPERARSE DEL REINADO DEL
ARQUITECTO DEL FRENTE CONSERVADOR OPUESTO A TODA REFORMA
La “mano derecha” de Juan Pablo II tiene vía libre
“Guardián de la ortodoxia”, “Panzerkardinal”, “Gran Inquisidor”. Estos son algunos de los poco amables epítetos que ha recibido Josef Ratzinger, y su carrera explica por qué: perseguidor de toda disidencia, impuso el orden y la disciplina con mano de hierro. No se espera que su reinado sea diferente.
› Por Washington Uranga
Nunca mejor elegida la frase de que Josef Ratzinger, hoy Benedicto XVI, ha sido “la mano derecha” de Juan Pablo II. Con el nombramiento del alemán como nuevo pontífice de la Iglesia Católica los cardenales electores decidieron poner a los más de 1100 millones de católicos de todo el mundo en manos del “guardián de la ortodoxia” que condujo, desde 1981, la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio, desde donde se encargó de encolumnar, hasta el nivel de la sanción, a todos aquellos que, sin importar rango o función, no respondieran a su interpretación de la doctrina católica. La elección del Panzerkardinal (tanque-cardenal en alemán) o el “Gran Inquisidor” como lo han llamado otros, supone una definición que acentúa las características más conservadoras del papado de Juan Pablo II, descartando los pedidos de cambios realizados por muchos sectores y grupos de la Iglesia Católica. Para Benedicto XVI esas demandas, tal como lo dijo en la homilía de la misa que presidió al comienzo del cónclave, suponen hacerle el juego a “la dictadura del relativismo”, entendiendo por este último “el dejarse llevar aquí y allá por cualquier viento de doctrina”.
Cuando aún no era Benedicto XVI, el cardenal Ratzinger fue claro al decir, 24 horas antes de la elección y ante todos sus pares electores, que “toma forma una dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida sólo al propio yo y sus deseos”. En esa misma intervención dedicada en gran parte a reivindicar su actuación como prefecto de la Doctrina de la Fe, Ratzinger no hizo ninguna alusión a temas sociales, a los pobres y a la justicia. Este fue su discurso de campaña y esto fue lo que los cardenales votaron al entronizarlo ayer en el lugar de la sucesión de Pedro con más de los dos tercios de los 115 votos. En la era mediática en la que vivimos a nadie puede escapar que además de las connotaciones teológicas e ideológicas conservadoras, la elección de Ratzinger supone también la opción por una figura que ha sido el icono viviente del conservadurismo católico del último cuarto de siglo, detrás de quien se han resguardado todos aquellos que resisten el cambio dentro y fuera de la Iglesia Católica.
No menos importante es que, también contra muchas de las opiniones vertidas desde los más diversos lugares del mundo, los cardenales hayan decidido finalmente seleccionar a un cardenal de curia, a un burócrata y administrador, para suceder a Juan Pablo II. Resulta por demás significativo que otros argumentos –seguramente vinculados con su ortodoxia, seguridad teológica y doctrinal– hayan logrado sobreponerse incluso a las deterioradas relaciones de Ratzinger con muchas conferencias episcopales del mundo, a las que les quitó atribuciones, les redujo el grado de autonomía que Pablo VI y el Vaticano II les habían otorgado, observó y criticó cuando seguramente cayeron en el “relativismo” que ahora señala el nuevo Papa y que puede convertirse en palabra clave para la admonición eclesiástica futura. Atrás quedó la idea de un “Papa pastor” con la que algunos quisieron caracterizar a alguien que a través del gobierno pastoral de una diócesis hubiera experimentado de modo reciente la cercanía y el acompañamiento a las angustias y a las preocupaciones de los fieles.
Ratzinger no es del Opus Dei. Pero ha hecho mucho para favorecer a esa institución y, hábil en las alianzas, logró consolidar un frente casi indestructible con ese y otros movimientos igualmente conservadores que Juan Pablo II alentó durante su pontificado. Para entender quiénes son los que hoy festejan basta leer las primeras declaraciones del prelado (máxima autoridad en el mundo) del Opus Dei, el obispo Javier Echeverría, señalando que la elección de Benedicto XVI “es un momento de grandísima alegría para toda la Iglesia”. Por si quedara alguna duda, el prelado del Opus Dei pidió la intercesión del fallecido Juan Pablo II para que “proteja a su sucesor en este tiempo de nueva primavera”.
La economía del Vaticano está en crisis. Los últimos presupuestos han sido deficitarios y los problemas económicos que afronta la Santa Sede son de gran envergadura. También es cierto que la Iglesia alemana es, si no la más, una de las que más fondos aporta para el sostenimiento de la Iglesia Católica en todo el mundo. No faltan quienes se preguntan por la vinculación entre esta situación y la elección del nuevo Papa.
Si de Juan Pablo II se resaltaron sus capacidades para percibir los problemas sociales y reafirmar la “opción por los pobres” impulsada desde América latina y que fue reconocida por Karol Wojtyla como una lectura válida para el catolicismo universal y se criticó de él su decisión de clausurar los debates sobre cuestiones vinculadas a la moral, a la disciplina y la organización interna de la Iglesia, hay que decir que todas estas últimas acciones tuvieron durante el último papado a Jozef Ratzinger como su principal ideólogo e impulsor. Se dice incluso que muchos de los borradores de documentos que Ratzinger le acercó a Juan Pablo II fueron finalmente matizados y suavizados por el papa fallecido.
Ratzinger fue también el responsable de las sanciones eclesiásticas al teólogo brasileño de la Liberación, Leonardo Boff, a quien le impuso “silencio” por sus presuntas desviaciones doctrinales. Aunque nunca recibió sanciones otro de los más eminentes teólogos latinoamericanos, el peruano Gustavo Gutiérrez, también fue observado y seguido de cerca por la Congregación para la Doctrina de la Fe conducida por Ratzinger. Lo mismo les sucedió a teólogos de otras partes del punto que ensayaron propuestas y respuestas que, a no dudarlo, para el nuevo Papa entran en la categoría del “relativismo”.
Desde el campo cristiano no católico aún se recuerda con dolor y ahora con preocupación el documento Dominus Iesus del año 2000, en el que Jozef Ratzinger afirmó la supremacía de la Iglesia Católica por encima del resto de las confesiones, sosteniendo que el catolicismo es el “único” medio para alcanzar la salvación. En ese mismo documento las iglesias cristianas no católicas eran consideradas como “impropias”. Tal fue la reacción contraria que en su momento provocó el documento que el propio Juan Pablo II tuvo que hacer algunas intervenciones públicas para suavizar lo dicho, acercar y conciliar el huracán que se desató particularmente en el mundo cristiano no católico que vio en ese pronunciamiento una clara señal en contra del acercamiento ecuménico que tan trabajosamente se venía tejiendo desde el Vaticano II.
¿Qué se puede esperar de la Iglesia Católica con Benedicto XVI? La reafirmación del camino trazado por Juan Pablo II acentuando los rasgos más conservadores y ortodoxos del papa polaco. Habrá que esperar los primeros pronunciamientos de Ratzinger como papa para terminar de confirmar cuáles serán las líneas, que sin alejarse demasiado de lo dicho y actuado hasta ahora, regirán durante su pontificado. Casi se puede descartar que se produzcan cambios en materias tales como la moral familiar y sexual, y en las tradicionales posiciones de la Iglesia respecto de la homosexualidad, el divorcio y el aborto. Es una incógnita si el nuevo Papa tendrá al menos la misma sensibilidad que tuvo Juan Pablo II frente a los temas sociales y a las demandas de justicia. Es muy probable que la preocupación por la paz en el mundo permanezca en la agenda pontificia, pero no debería extrañar que aumenten las advertencias sobre el peligro terrorista, en consonancia con el discurso que se enarbola desde la Casa Blanca.
Mientras tanto una de las primeras afirmaciones hechas por Benedicto XVI ya comenzó a dar lugar a comentarios disímiles. “Con la alegría de Cristo, el Señor nos ayudará a avanzar”, dijo Ratzinger. Hay otros católicos que sin ocultar su preocupación toman sin embargo parte de sus palabras paradecir que, “a pesar de Benedicto XVI con la alegría de Cristo, el Señor nos ayudará a avanzar”.
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