Mié 20.04.2005

EL MUNDO  › OPINION

El Código Ratzinger

Por Franco Castiglioni *

Cuando se van alejando las emociones por el final del pontificado de Wojtyla aparece más crudamente el legado sobre los católicos del mundo. Juan Pablo II fue un pontífice políticamente audaz y militante activo del anticomunismo, que transformó también en una cruzada interna en lo pastoral contra cualquier disidencia, especialmente si era de izquierda o tan sólo modernista. Ratzinger lo acompañó en lo político y sobre todo en lo pastoral, acentuando en los últimos diez años de papado su visión universal acerca de la doctrina: fue quien impulsó en la letra la formalización del enemigo llamado laicismo, del sincretismo, del liberalismo. Pocos meses antes de la muerte de Wojtyla, Ratzinger aseveró que “a diferencia del pasado, hoy debemos defender la libertad religiosa contra la imposición de la ideología laicista que se presenta como si fuera la única voz de la racionalidad”. Ese anuncio lo reprodujo nuevamente a pocas horas de comenzar el cónclave, se refirió a la “dictadura del relativismo” y llamó a la Iglesia a defender la ortodoxia doctrinal. Su carácter de estudioso y pensador llevó genéricamente a elevar su figura a la del gran intelectual de la Iglesia contemporánea. Pero posiblemente no haya sido la seducción de su pensamiento lo que decidió tan velozmente su elección en el cónclave. Entró de forma avasallante, con la claridad de su discurso tradicional e impermeable a la secularización. Y ayudado por las herramientas que le dieron sus 20 años en la Curia romana y, sobre todo, su relación con los episcopados de todo el mundo, logró persuadir sobre la necesidad imperiosa de su elección para salvar a la Iglesia. Esto lleva a pensar, también, que muchos de aquellos obispos volcados a la opción por los pobres, a quienes Ratzinger alejó, posiblemente no comprendieron la lógica vaticana. Cuesta entender si no cómo un teólogo de la talla de Leonardo Boff haya podido afirmar que Ratzinger no sería elegido “porque es uno de los más odiados de la Curia”. No sólo son los sectores más progresistas los que lamentan que el cardenal de la Congregación de la Fe, al que íntimamente llamaban Torquemada, haya llegado a ser el nuevo pontífice. También lo están vastos sectores socialmente comprometidos o liberales que creen que la Iglesia debe actualizar su mensaje, tal vez sin llegar a aceptar el aborto pero avanzando hacia la autonomía del Estado frente a las políticas sanitarias en casos como el del sida o temas como el divorcio. La figura de Ratzinger no promete el retorno de los fieles a las iglesias, y casi con seguridad no llenará las plazas a lo largo del mundo. No se podrá valer del carisma de Juan Pablo II, para legitimar la continuidad de un mensaje anacrónico que pueda ser aceptado sin discutir. Benedicto XV, el papa del Código de Derecho Canónico, nos indica tal vez que Ratzinger pretenda ser el codificador del papado de Wojtyla. Benedicto XV fue también entre 1914 y 1922 quien reanudó dentro de la Iglesia la necesidad de aceptar la existencia del Estado italiano para luego poder influir sobre él. Ratzinger llega con el perfil del codificador de los valores neoconservadores. A la vez, como ya advirtió, su visión de la Iglesia es la de confrontar con los estados laicos, especialmente aquellos de mayoría católica, que busquen afirmar la autonomía de lo público frente al formalismo alambicado que pretende sumisión a un catecismo arcaico.

* Politólogo.

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