Jue 12.10.2006

EL MUNDO  › UNA AVIONETA SE ESTRELLO CONTRA UN EDIFICIO Y DESPERTO EL FANTASMA DEL ATENTADO DEL 11-9

Pánico en Nueva York por otro avionazo

Cuando un avión se estrella contra un rascacielos en Nueva York, el mundo tiembla. Y ayer sucedió eso: una estrella de béisbol aprendiz de aviador incrustó su avioneta en un edificio de Manhattan. Nueva York se llenó de policías y periodistas y las alertas antiterroristas recorrieron el mundo.

› Por Carpineta Laura

Nueva York revivió por unas horas el terror del 11-S. Temprano a la tarde, los neoyorquinos escucharon las palabras avión, edificio y explosión. El miedo se apoderó instantáneamente del centro de Manhattan, que comenzó a llenarse de ambulancias, camiones de bomberos y autos de la policía. Una avioneta –en principio también se hablaba de un helicóptero– se había estrellado contra un edificio de 50 pisos en una de las zonas residenciales más ricas de la isla. Minutos después del accidente, la zona ya estaba intransitable. “Los bomberos llegaron casi de inmediato, preparados como para otro 11 de septiembre”, relató a este diario Anabella Poland, productora de la cadena televisiva ABC News.

Recién a la noche, las autoridades de Nueva York confirmaron que se había tratado de un accidente. “Nada sugiere algo remotamente relacionado con terrorismo”, anunció el alcalde Michael Bloomberg. Las víctimas eran los dos tripulantes de la pequeña avioneta, que se utilizaba para enseñar a pilotear. Uno era el instructor, cuya identidad no será divulgada hasta que se informe a toda su familia, y el otro el estudiante, y nada menos que el lanzador del famoso equipo de béisbol New York Yankees (ver recuadro). Cory Lidle, de 34 años, iba piloteando el avión cuando se estrelló, a 30 cuadras de la sede de Naciones Unidas, a orillas del East River. Hacía siete meses había obtenido su licencia de piloto y ahora estaba sumando horas de vuelo.

Según explicó Poland, la avioneta partió de Terterboro, un pequeño aeropuerto en Nueva Jersey. Volaron por un corredor aéreo autorizado, dieron una vuelta a la Estatua de la Libertad y luego se dirigieron a Manhattan. El radar los perdió unas diez cuadras antes de que se estrellaran a la altura del piso 20. Como destacó la periodista, el radar controla desde los 30 metros y medio de altura. La avioneta que piloteaba Lidle volaba, en sus últimos momentos, a poco más de 24 metros. Fuentes del FBI aseguraron que el beisbolista hizo un contacto de emergencia para alertar sobre un problema en el abastecimiento de combustible del avión, un bimotor con 400 horas de vuelo encima.

Pero esto se supo recién a la noche. Al principio, todo era dudas y miedo. Las grandes cadenas de televisión pusieron de inmediato al aire imágenes en las que parte del elegante edificio Belaire ardía. El fuego había consumido la avioneta, lo que no hizo más que potenciar el número de versiones y rumores. Un atentado, un helicóptero de los bomberos, todo parecía posible para los desconcertados neoyorquinos, que no podían dejar de pensar que exactamente un mes atrás habían conmemorado el quinto aniversario del peor atentado que sufrieron en su historia.

La imagen de las personas mirando al cielo, totalmente desconcertadas, hacían recordar innevitablemente las imágenes posteriores al ataque contra las Torres Gemelas. Pero lo que impresionó más a los estaban allí cuando la avioneta se estrelló fueron los gritos de los que estaban dentro del edificio. Ninguno salió herido. Sin embargo, los que lo presenciaron aseguraron haber recordado los gritos de desesperación de las personas que murieron atrapadas en el World Trade Center, cinco años atrás.

El miedo y el recuerdo del atentado contra las Torres Gemelas no sobrevoló solamente la isla de Manhattan. Sólo minutos después que se conociera el impacto de la avioneta, la Casa Blanca ordenó el despegue de aviones caza para patrullar el espacio aéreo en varias ciudades del país. El jefe del Comando Norte, Tim Keating, confirmó la medida, aunque no quiso especificar cuáles fueron las ciudades elegidas. Poland recordó que no es la primera vez que el gobierno estadounidense decide enviar jets como prevención, luego de algún accidente aéreo, por ejemplo, cuando algún pasajero de un avión actúa de forma sospechosa y deben aterrizar de emergencia.

Esta precaución no interrumpió ni la actividad en los aeropuertos ni obstaculizó el tráfico de aviones comerciales. El único lugar donde el transporte se vio afectado fue en la zona del accidente, en el lado este de la isla. Los subtes no paraban en las estaciones cercanas, los autobuses express, que comunican un extremo de la isla con el otro, suspendieron todas sus paradas intermedias. Manejar era por demás imposible, con las calles repletas de camiones de bomberos, ambulancias y patrulleros de la policía. Además, todas las personas que fueron evacuadas de los edificios aledaños también se volcaron a las calles, con una mezcla de desconcierto y temor.

La tensión duró alrededor de una hora. Mientras en el edificio los residentes intentaban escapar del fuego, en la calle los vecinos y los periodistas se desesperaban e intentaban comprender lo que sucedía, mientras los cubría una enorme nube negra de humo. “Todo el mundo salió. Había mucho humo, no se veía más nada. Algunas personas parecían tener mucho miedo y desechos caían del edificio”, relató Susan Abby, la dueña de un negocio de mascotas de la zona. Afortunadamente, la fuerte lluvia que azotaba la isla desde la mañana permitió dispersar el humo e ir calmando los lengüetazos de fuego que salían por las ventanas.

“Hay un sentido de indefensión”, reconoció Sandy Teller, una neoyorquina que observaba las tareas de rescate, después de haber sido evacuada de su departamento, a una cuadra del lugar del accidente. Ese era el clima que se vivió ayer en la Gran Manzana. Cinco años después del atentado contra las Torres Gemelas, los neoyorquinos demostraron que las cicatrices siguen abiertas.

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