EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Andres Fontana *
Cuando el avión de Cory Lidle, pitcher del famoso equipo de béisbol New York Yankees, se estrelló contra un edificio de 50 pisos en el barrio de Rockaway, en Nueva York, a pocas cuadras de la famosa casa de remates de obras de arte Sotheby’s, asociar el incidente con un acto de terrorismo fue inevitable. Pánico, alarma, palabras oficiales llamando a la calma se sucedieron simultáneamente.
Oficialmente, la hipótesis de un atentado se descartó de inmediato. Pero, mientras un oficial del nuevo sistema de seguridad interna Homeland Security aseguraba que no había ninguna indicación de que se tratara de un acto de terrorismo, el Comando de Defensa Aeroespacial desplegó aviones de combate sobre diversas ciudades de los Estados Unidos. “Por las dudas”, dijo su máxima autoridad. Y es más, hubo una comunicación inmediata con todas las capitales occidentales para alertar y al mismo tiempo recabar información.
“Hay un alto nivel de ansiedad en la gente y es inevitable pensar en el 11 de septiembre”, dijo a los medios el gobernador del estado de Nueva York, George Pataki. Pero, aclaró, “no hay información que indique que esto fue otra cosa que un accidente”.
¿Qué está pasando? Pareciera que aun los accidentes no sólo nos causan un temor difuso sino también una mayor certidumbre de que el peligro está más cerca. El 12 de noviembre de 2001, en el barrio de Queens también cundió el pánico. El vuelo 587 de American Airlines sufrió una catástrofe por problemas técnicos, accidente en el que murieron 265 personas. Fue un accidente, pero cundió el pánico. Y lo mismo pasó, aún más intensamente, cuando Scotland Yard realizó el exitoso operativo en el aeropuerto de Heathrow el 10 de agosto pasado. No tuvimos una sensación de alivio por la eficacia de las organizaciones que supuestamente nos protegen sino una mayor sensación de cercanía con lo que puede pasar.
¿Hay razones para preocuparse?
El terrorismo al que tememos hoy puede materializarse en un gran atentado, llevado a cabo por un brazo de Al Qaieda, o por un grupo de jóvenes que se sienten parte de una cruzada espiritual contra el mal –que, lamentablemente para nosotros, radica según ellos, en Occidente–. “En apariencia, jóvenes comunes y corrientes, que venían de hogares normales” fue la descripción que se hizo de varios de los implicados en los atentados de los subterráneos de Londres del 7 de julio 2005, que dejaron un saldo de 56 muertos y 700 heridos. Según The Observer, los atentados fueron sólo “una conspiración simple y barata de terroristas suicidas que perseguían convertirse en mártires”.
Es cierto que nosotros no sentimos que nuestra sociedad albergue este tipo de situaciones. Es cierto que estamos lejos de los escenarios más complicados del actual escenario internacional. Pero, en cualquier caso, no podemos sentimos del todo tranquilos y si el mundo vive hoy un cierto estado de psicosis. El terrorismo ha logrado, al menos en parte, uno de sus principales objetivos.
* Especialista en seguridad internacional.
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