EL MUNDO › ERA EL REEMPLAZO NATURAL DEL ACTUAL JEFE DEL EJERCITO, QUE ES CANDIDATO A PRESIDENTE
Tras ocho asesinatos a políticos antisirios desde hace dos años, el de ayer a François el Hajj supone una escalada porque el objetivo fue el ejército, la única institución que se mantiene unida y al margen de las divisiones sectarias.
› Por Juan Miguel Muñoz *
desde Jerusalén
El general François el Hajj, candidato a la máxima jefatura de las Fuerzas Armadas y reemplazo natural del general Michel Suleiman, a su vez aspirante a la presidencia vacante del país, fue asesinado junto a un escolta en un atentado con coche bomba en Baabda, distrito cristiano sede del palacio presidencial y de numerosas embajadas al sur de Beirut.
Tras ocho asesinatos de prominentes personalidades políticas antisirias desde febrero de 2005, el ataque supone una escalada brutal porque el objetivo ha sido la única institución que se mantiene unida y al margen de las divisiones sectarias que están destrozando un Estado siempre débil y cuyos hilos manejan potencias extranjeras. Pasadas las siete de la mañana, El Hajj se dirigía hacia el Ministerio de Defensa cuando la carga detonada por control remoto, escondida en un vehículo verde, lanzó el cuerpo del militar a una distancia de 150 metros. El socavón en el asfalto llegó al metro de profundidad y varios edificios resultaron dañados.
“Esta explosión criminal es un eslabón en la cadena terrorista dirigida contra las instituciones, principalmente contra el ejército, que paga su defensa de la soberanía de Líbano”, declaró Saad Hariri, líder del mayor grupo parlamentario que apoya al Ejecutivo prooccidental de Fuad Siniora e hijo del asesinado ex primer ministro Rafik Hariri. “El objetivo ha sido la jefatura del ejército para abortar la elección presidencial”, añadió Siniora. Sus enemigos, Hezbolá y el caudillo maronita Michel Aoun, también calificaron de “odioso” el crimen y advirtieron contra la “explotación del asesinato por parte de Occidente”. Rivales feroces, Ejecutivo y oposición no dejan de culparse del desastre que aqueja a Líbano.
El general Hajj –nacido hace 54 años en Rmaish, pueblo maronita fronterizo con Israel– fue un profesional ejemplar, según opinión casi unánime. Dirigió el despliegue de las tropas en el sur del país tras la guerra entre la milicia chiíta y el ejército hebreo en 2006. Y, más importante, encabezó la ofensiva contra Fatah al Islam, el grupo inspirado en Al Qaida que se atrincheró en el norteño campo de refugiados palestino de Naher el Bared. Después de cuatro meses de combates iniciados en mayo, el asedio concluyó con la muerte, rendición o fuga de los terroristas, y con más de 160 uniformados fallecidos.
Un directivo bancario aseguraba días atrás en Beirut que las Fuerzas Armadas tratan de jugar un papel crucial para mantener el equilibrio en Líbano. Si bien es cierto que los altos mandos han contado con el visto bueno de Damasco, también es verdad que el general Suleiman y su subordinado fallecido fueron capaces de desafiar las amenazas de Hezbolá para que se abstuvieran de atacar Naher el Bared. “Lo más grave es que ahora el ejército pensará en cómo protegerse más que en proteger al país –afirma en conversación telefónica un observador político–. Además, es un buen golpe a la economía de Líbano, que celebrará en las próximos semanas el Eid el Adha (la fiesta musulmana del sacrificio) y la Navidad”.
El vacío político se agrava a marchas forzadas. La oposición –los prosirios de Hezbolá y su aliado Michel Aoun– no reconoce la legitimidad del gobierno y el país carece de presidente desde que el 23 de noviembre Emile Lahoud abandonara el palacio de Baabda. Ahora, la negociación para la elección en el Parlamento –un maronita, según fija el pacto constitucional– sufre otro severo traspié, tras ya ocho aplazamientos.
Desde septiembre de 2004, el pequeño Estado mediterráneo padece una convulsión política permanente. Entonces, EE.UU. y Francia impulsaron la resolución 1559 en Naciones Unidas, que ordenaba la retirada de las tropas sirias, el desarme de las milicias –evidente alusión a Hezbolá– y la celebración de elecciones presidenciales sin injerencias externas, referencia poco velada a Siria. El gobierno de Damasco reaccionó inmediatamente y forzó la prórroga del mandato de Lahoud, su fiel aliado en Beirut.
El fin de la tutela siria sobre Líbano decidido por Washington y París, después de tres décadas de beneplácito a la presencia de los soldados de Damasco, tenía forzosamente que acarrear consecuencias penosas. Nadie lo ignoraba. Los militares sirios regresaron a sus cuarteles en abril de 2005, pero su influencia no puede borrarse de un plumazo. Al fin y al cabo, Damasco considera Líbano un territorio desgajado por el colonialismo francés para beneficio de su protegida minoría maronita.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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