Martes, 16 de septiembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › DOS REFLEXIONES SOBRE LA CRISIS EN BOLIVIA Y EL ROL DE LOS ESTADOS UNIDOS
La relación entre los diferentes conflictos que atraviesan las naciones de Latinoamérica y los objetivos de la política exterior estadounidense. El futuro de los movimientos sociales ante la resistencia de las corporaciones.
Por Rubén Dri *
Lo que pasa en Bolivia, pasa en Venezuela, pasa en Ecuador, pasa en Nicaragua, pasa en Argentina, pasa en América latina, la Patria Grande en construcción. Aún no sabemos exactamente qué es lo que pasó con el derrumbe de las Torres Gemelas, es decir, cuál fue efectivamente el autor de tamaño asesinato masivo, pero de lo que no hay dudas es de que sirvió a los planes bélicos y genocidas del presidente republicano. Se había mostrado en forma patente y estremecedora la presencia aterradora del “terrorismo internacional”.
Con ello, Bush puede desencadenar, con el inmenso poder bélico que atesora la potencia del Norte, las guerras de Afganistán e Irak. Es evidente que pensó que sólo se trataba de un paseo que pronto le dejaría las manos libres para ocuparse luego del “patio trasero”, es decir, de América latina, que, en ese momento, no parecía preocuparle demasiado. El problema es que lo que debía ser un paseo se convirtió en un pantano del que ya no pudo salir.
En ese lapso en América latina se fueron sucediendo movimientos populares que, de diversa manera y con diversos niveles de profundidad, fueron recuperando el terreno perdido en la noche del neoliberalismo implantado desde la década del 80. Los Estados que habían sido reducidos a su mínima expresión, según la plena ortodoxia neoliberal, fueron siendo recuperados por los movimientos populares, en un proceso que con diversos matices atraviesa todo el continente latinoamericano.
Un nuevo peligro para los intereses imperiales surgía, pues, en tierras latinoamericanas, que se unía al terrorismo y al narcotráfico, el “populismo”. Así, con esta calificación que significa gobiernos que despilfarran los bienes del Estado distribuyéndolos en poblaciones que no están acostumbradas al trabajo sino a dádivas que vienen de arriba, se designa al nuevo enemigo de los intereses imperiales.
En realidad, una nueva etapa viven los pueblos latinoamericanos. Con el triunfo de Lugo en Paraguay, la Patria Grande Latinoamericana ha recibido un nuevo impulso en su proceso de reconstrucción. Es lógico que ello suscitase no sólo la inquietud, sino también la necesidad de intervenir de parte del imperio que veía algunos de sus principales intereses en peligro.
En el Golfo Pérsico, donde se ventilan grandes intereses norteamericanos, está presente la V Flota. Su presencia no es meramente simbólica, sino que se hace efectiva en una intervención armada que ya cuenta con destrucciones masivas y una cantidad de muertos que se hace prácticamente imposible determinar. Mientras continúa su acción de muerte en tierras iraquíes y afganas, vuelve el imperio su mirada a Latinoamérica y especialmente a Sudamérica y, dando una clara señal, envía la IV Flota que, según la apreciación del mismo Pentágono, “tiene el mismo nivel de la V Flota del Golfo Pérsico”.
Por otra parte, el avance de los procesos populares en América latina, derrotando al menos en parte al neoliberalismo, no podía menos que suscitar la contraofensiva de las respectivas derechas, que tratan de desestabilizar a dichos gobiernos. Las derechas, podemos decir, parafraseando a lo que aseguran que dijo Gatica, “nunca hicieron política, siempre fueron golpistas”. Para ello se inventó la teoría del “golpe blando” o “clima destituyente” o “guerra de IV generación”.
No se puede entender lo que está pasando en estos momentos en Bolivia si no lo conectamos con el salvaje lockout de las corporaciones agrarias argentinas, con el complot contra Lugo apenas a tres semanas de su asunción, con el golpe que sufrió Hugo Chávez, con la incursión aérea sobre territorio ecuatoriano, con la reactivación de la “política basura” contra Cristina.
El declarado motivo de los veinte días de protesta del “Consejo Nacional Democrático” que agrupa a los dirigentes de la Media Luna es llamativamente semejante al declarado motivo de nuestras corporaciones agrarias para efectuar el salvaje lockout. Efectivamente, los dirigentes de la derecha boliviana protestan contra el impuesto del 30 por ciento a los hidrocarburos, mientras las corporaciones agrarias de la pampa húmeda protestaban contra el impuesto a las exportaciones que significaba la Resolución 125.
Tradicionalmente, los golpes se hacían con el ejército. Esos son los golpes que hay que denominar “duros”, por contraposición a los golpes “blandos”. Pero lo que está pasando en Bolivia, ¿es un golpe blando, es un clima destituyente? Ya son numerosos los asesinados por la derecha fascista de la Media Luna. No tienen consigo al ejército, pero cuentan con los parapoliciales, semejantes a las tristemente célebres Tres A, que en nuestro país prenunciaron aquí el golpe genocida del ’76.
Evo Morales, como aquí los Kirchner, prefirieron el diálogo, la no represión, la no utilización de la fuerza del Estado, lo cual está bien, es meritorio, pero debe tener su límite. A Bolivia ya le costó numerosos muertos, todos pertenecientes al movimiento popular. Evo se dio cuenta del problema: “Tal vez el culpable sea yo, al decirles a las FF.AA. y a la policía que no usen armas contra el pueblo”. Pensamos que no está allí el error, sino tal vez en no haber previsto hasta dónde son capaces de llevar la violencia las derechas fascistas.
Tanto allá como acá, tanto en Bolivia como en Argentina, en Venezuela como en Paraguay, en Nicaragua como en Ecuador, el problema en debate es si el Estado ha de ser el que dirija la política del Estado que se apoya en los movimientos populares o si serán las corporaciones las que lo harán. En otra palabras, si tendremos Estados populares o si volveremos al más crudo neoliberalismo, si seremos independientes, miembros de la Patria Grande Latinoamericana, o si seguiremos siendo patio trasero del imperio.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Por Modesto Emilio Guerrero *
Dentro de algunas semanas o meses, cuando la crisis boliviana se convierta en un episodio superado diplomáticamente, sólo sombreado por su recuerdo doloroso, América latina estará ante las mismas preguntas. ¿Cómo hacer sustentables las transformaciones insoportables para Washington? ¿Qué hacer para neutralizar y derrotar los brotes golpistas y las erupciones violentas inevitables de quienes resisten sus desplazamientos del poder central y ven amenazada su posición como clase dominante?
Es bueno refrescar la memoria. Sobre todo porque se trata de un presente que por vertiginoso puede convertirnos en víctimas del artificio noticioso.
En menos de tres semanas aparecieron tres crisis institucionales en tres países donde se intenta practicar modificaciones sustanciales al sistema político y al modo de propiedad tradicional: Paraguay, Bolivia, Venezuela.
Los signos son suficientes para advertir la tendencia a la polarización hemisférica. Una brecha se abre en el dominio estadounidense, favorecida por su crisis de identidad política interna y la conmoción financiera recurrente.
El continente no vivía una situación similar a ésta desde el ciclo de rupturas y desequilibrios simultáneos que abarcaron casi treinta meses, entre finales de 2000 y los primeros meses de 2003, o más allá, entre 1969 y 1975.
En el primer ciclo citado cayeron siete gobiernos y presidentes; en tres casos fue con insurrecciones sociales en Bolivia, Ecuador y Argentina, y un golpe de Estado fagocitado por un levantamiento revolucionario en Venezuela. Una conspiradera regional obligó a reajustes diplomáticos y arreglos institucionales, además de concesiones económicas y dádivas estatales. Había que contener la caldera.
Un lustro después, la crisis asoma su rostro bajo otras formas, pero el escenario está cambiado y los actores tienen libreto propio. El continente es más autónomo en lo diplomático, más complicado en lo institucional y más libre para acuerdos locales sin tutela. PetroAmérica y la desdolarización del comercio del Mercosur son apenas dos indicadores de los nueve que conforman esa nueva tendencia a la autonomía. Aunque lo demás siga pendiente.
El mapa político regional registra varios gobiernos sin control directo de Estados Unidos, pero además vive la emergencia de un sistema distinto de relaciones estatales, que va de lo político a lo económico. Algo similar en intensidad no se recuerda desde el ciclo 1969 y 1975, con Allende, Velasco Alvarado, Torrijos, Torres y otros, pero bajo el símbolo fáustico de la derrota. Hasta dónde será capaz de llegar no se puede saber a priori, pero sí sus atrevimientos.
Evo Morales expulsó al embajador de Bush y al organismo de inteligencia Usaid, un desafío seguido por Hugo Chávez con su estilo intempestivo y rematado de otra manera por el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, que le negó las cartas credenciales al embajador enviado por Washington el 12 de septiembre “en solidaridad con Bolivia”, como dijo.
Unasur, con apenas dos años de vida frágil y múltiples contradicciones ideológicas, es la mejor señal en el terreno de la diplomacia de esa tendencia autonómica progresiva. La crisis boliviana sacó de un salto a sus presidentes de sus sillones. Junto con la crisis de Venezuela, develada y desmontada en pocas horas, las piezas regionales se dispusieron de tal manera que el Mercosur, la CAN y la OEA y cualquier otra entidad de control quedaron subordinadas al pronunciamiento de Unasur en Chile. En Unasur conviven dos o tres líneas políticas, la más radical representada por Chávez y Correa. Por encima de eso, lo que anuncia es la tempestad de los tiempos que se vienen, donde los ritmos políticos superarán a los programas y a la rutina gubernamental.
De lo que hagan, dejen de hacer o hagan mal los protagonistas de hoy, junto a sus movimientos sociales, dependerá que el resultado supere a los dos ciclos anteriores.
* Escritor y periodista venezolano, autor de la biografía ¿Quién inventó a Chávez?
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