EL MUNDO • SUBNOTA
En 1978, el PCCh enterró “la lucha de clases como política central”, y adoptó una serie de reformas económicas, conocidas como “Las cuatro modernizaciones”, que contemplaban la agricultura, la industria, la ciencia y la tecnología, y el ejército. El astuto y pragmático Deng Xiaoping lanzó así una era de cambios, que siguen hoy en marcha, bajo el paraguas de lo que denominó “el socialismo con características chinas”. Adoptó mucho del capitalismo occidental y, para frenar el debate ideológico sobre las reformas, lanzó la famosa frase: “Qué más da que el gato sea blanco o sea negro, lo importante es que cace ratones”. El legado maoísta había pasado a la historia. La nueva “revolución” comenzó en el campo, donde se dio marcha atrás a la colectivización de la tierra y las comunas, pero rápidamente se extendió a las ciudades, y se pusieron en marcha las primeras zonas económicas especiales, en el sur. El giro crucial se produjo a mediados de la década de 1990, con el cierre de miles de empresas estatales, el despegue de la iniciativa privada y la verdadera apertura al capital extranjero. Asegurar estos cambios radicales requería estabilidad política, y el PCCh continuó gobernando con mano de hierro, como demostró la violenta represión de las manifestaciones pro democráticas de 1989.
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