Dom 27.10.2002

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

La partera del zar

› Por Claudio Uriarte

Por más que el número de bajas fatales en el rescate de los rehenes del teatro Dubrovka en el centro de Moscú parezca alto –90 secuestrados y 50 terroristas–, la operación es un éxito de primera línea para el presidente Vladimir Putin, que ahora es algo así como el zar de todas las Rusias. Por una parte, porque en Rusia la vida humana individual no cotiza mucho, y por otra, porque ese número de bajas empalidece frente a los 750 rehenes que pudieron ser rescatados vivos, y que de otra manera hubieran sido muertos por la detonación de los explosivos con que se saturaron el teatro, los cuerpos de los terroristas y también de algunos rehenes.
Los tiempos se acortaron. El comando checheno no tenía dudas, sus exigencias eran de máxima –la independencia de su república– y, en la madrugada del sábado, las ejecuciones habían comenzado. Una vez que los chechenos hicieron claro que no se proponían liberar más rehenes, la simple imposibilidad de un comando de una cincuentena de personas de administrar a más de 800 rehenes por un plazo prolongado hizo igualmente clara la seriedad de su amenaza de volarlos a todos si sus demandas no se cumplían de inmediato. El cálculo de Putin –un ex jefe de la KGB– fue administrativo: le convenía más una acción rápida y sorpresiva –por sangrienta que pudiera resultar– que alargar la crisis, potenciar al comando y sufrir una erosión de su propio poder. La decisión clave fue el uso de gas paralizante como preludio a la entrada de las fuerzas especiales: cualquier otra opción hubiera terminado en la masacre segura de la totalidad de los encerrados dentro del teatro, una cifra más próxima a las 1000 personas que a las 700 que inicialmente se habían calculado.
Putin sale reforzado, tanto en Rusia como en el exterior. En el frente interno, la toma de los rehenes confirma su discurso de línea dura contra los independentistas chechenos. La Federación Rusa tiene 90 repúblicas; permitir la secesión terrorista de una es alentar la del resto, y en todo caso Putin llegó al poder tras una serie de atentados chechenos contra edificios de departamentos en Moscú y San Petersburgo que dejaron más de 100 muertos. En el plano externo, y en medio de una escalada de los atentados terroristas vinculados a Al-Qaida que llegó a siete ataques con más de 200 muertos en el Golfo Pérsico, Asia Central y el Sudeste Asiático en octubre solamente, Putin surge como un baluarte contra las ramificaciones de la red fundamentalista islámica en el Cáucaso. La violencia podrá ser, de acuerdo a Marx, la partera de la historia, pero nunca es seguro lo que habrá de alumbrar.

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