Sábado, 31 de octubre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Gabriel Puricelli *
Aunque en una crisis tan cambiante como la suscitada por el golpe de Estado en Honduras sea arriesgado brindar antes de ver al presidente Manuel Zelaya sentado de nuevo en el sillón presidencial, se pueden afirmar tentativamente algunas cosas. Por un lado, Tom Shannon dio el último toque de horno a una restitución que no estaría a punto de ocurrir sin la presión inédita que ejerció un Brasil decididísimo. Una clave de lectura indica que Brasil logró el cometido de empujar a los Estados Unidos a jugarse la cara en la resolución de la crisis y que la línea política de la nueva apertura hacia América latina se impuso sobre la inercia burocrática en el Departamento de Estado y el Pentágono.
Pero sería miope limitar el análisis a la acción de grandes poderes extraños a Honduras y no reconocer que la movilización del pueblo hondureño hizo imposible que esos poderes le dieran la espalda a la atrocidad que Roberto Micheletti y los suyos habían cometido. A pesar de que antes del golpe no había detrás del liberal Zelaya un movimiento político propio, la ciudadanía democrática organizó una defensa de la legalidad democrática que creció y se consolidó al mismo tiempo que el régimen de facto se convencía a sí mismo (y sólo a sí mismo) de la irreversibilidad de su triunfo. El movimiento popular, incipiente al inicio de esta crisis, puede haber tenido el bautismo de fuego que lo ayude a dar un salto de calidad y hasta la próxima salida de escena de Zelaya puede terminar siendo una bendición disfrazada que decida el futuro de la construcción de un poder alternativo.
La vuelta de Zelaya sólo será para cumplir un rol ceremonial hasta el final del mandato constitucional, en enero del año que viene. Bien mirado, eso no es muy distinto de lo que lo esperaba antes de que se produjera el golpe, tal era la endeblez de su base política. Sin embargo, la restitución tendrá un valor altísimo: significará la derrota de un golpe y la reafirmación del principio democrático en todo el hemisferio.
Al mismo tiempo, queda establecida la autoridad hemisférica de Brasil. También queda claro que el rol benévolo que los EE.UU. no pudieron eludir jugar estuvo determinado por la OEA conducida por José Miguel Insulza, la Unasur, el Mercosur, el Grupo de Río, todas instancias multilaterales compuestas por países latinoamericanos.
* Cocoordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas(http://www.politicainternacional.net/)
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