EL MUNDO
• SUBNOTA › COMO ES LA TRIBU MEDIATICA QUE CUBRE IRAK
Una TV de destrucción masiva
Por Angeles Espinosa
Enviada especial a Bagdad
La caravana de coches parte rauda en dirección oeste. “Parece una boda”, comenta un testigo. Pero los ocupantes de los vehículos no visten ropa de gala sino chalecos de fotógrafo y pantalones de fajina con los bolsillos más inverosímiles. La tribu mediática se ha puesto en marcha. Estamos en Irak y el Ministerio de Información ha organizado una excursión a dos sitios sospechosos de albergar armas prohibidas de destrucción masiva para mantener entretenidos a los dos centenares de periodistas que esperan el ataque estadounidense.
Si algo aprendieron las autoridades iraquíes durante la Guerra del Golfo en 1991, fue la importancia de los medios de comunicación y, muy especialmente, las televisiones. De la exclusiva mundial de la CNN se ha pasado en esta década a una auténtica proliferación de canales de información continua en todo el mundo, y muy particularmente en el mundo árabe. Los equipos de la famosa Al-Jazzeera (curtida en sus exclusivas afganas), de Abu Dhabi TV o de la LBC juegan además con la ventaja del idioma.
El viaje hasta la planta de Muttasem, a 50 kilómetros de la capital iraquí, es una carrera suicida. Los choferes deben pensar que necesitan jugarse la vida para justificar las altas tarifas que cobran a los incautos extranjeros. El desembarco de la treintena de camarógrafos es igualmente exagerado. No hay una entrevista exclusiva con Saddam Hussein que justifique sus carreras, empujones y codazos.
El ingeniero responsable de la fábrica sale al encuentro de los informadores sin imaginar que lidiar con ellos será más difícil que con los inspectores de la ONU. Y no es que las preguntas sean de un elevado nivel técnico. Nadie tiene la más remota idea de lo que estamos viendo. Pero antes de que el hombre haya podido presentarse –”Me llamo Karim Yabar Yusef”–, los monstruos hambrientos de imágenes lo han rodeado hasta no dejarlo respirar.
Paciente, el ingeniero Yusef pide un poco de espacio vital y, a pesar del peligro que corre, no llama a los guardias para que lo protejan. Mantiene la calma y pasa a describir el trabajo que se hace en su fábrica. “Montamos y probamos los motores de los misiles Al Fateh, que tienen menos de 150 kilómetros de alcance y están permitidos por la ONU”, explica, como si se tratara de marcos de ventana.
“¿Y de qué los ha acusado Colin Powell?”, espeta un reportero árabe. “Bueno, no sé exactamente lo que dijo”, admite Yusef mientras el representante gubernamental que guía a los periodistas le menciona las fotos de satélite en las que se aprecia movimiento de camiones. “Cuando alguna pieza está defectuosa la devolvemos a la fábrica, así que a diario hay trajín de camiones entrando y saliendo”, explica antes de asegurar que todas sus actividades están controladas por Unmovic.
Para entonces, la mitad de los periodistas ha abandonado el corro ante la exhibición de cuatro misiles y se hacen fotos de recuerdo. Los cohetes llevan en efecto el sello de Unmovic. El ingeniero trata de mostrarles el taller de ensamblaje, pero la instalación no los atrae, a pesar de los esmerados letreros que indican en árabe las diferentes etapas de montaje, incluido uno que reza “control de calidad”.
“¿Por qué no hay nadie trabajando?”, se interesa una periodista que empieza a sospechar que aquello es un decorado de cartón-piedra. “Porquees viernes. No fabricamos misiles en viernes”, asegura el ingeniero, al que esta visita ha estropeado su día de descanso semanal. Un estadounidense le pregunta qué siente sobre que los satélites observen su trabajo día y noche. Pero Irak no está para reflexiones personales. “No me preocupa”, le responde Yusef.
Los agentes de los servicios secretos que poco discretamente vigilan los ires y venires de esta tropa poco disciplinada empiezan a ponerse nerviosos. “¡Paren! ¡Aquí no pueden filmar!”, advierte uno de ellos a varios camarógrafos que graban lo que parece un basurero. Nadie discute la prohibición. Y el ingeniero termina sus explicaciones ante el camión del supuesto delito: “Este es el camión que transporta las piezas. Como ven, no tiene nada prohibido”. Por supuesto, está vacío.
Entonces empieza una verdadera prueba de resistencia para el anfitrión de la visita. Cada una de las televisiones quiere que repita lo que ha contado a todos en exclusiva ante sus cámaras. El ingeniero acepta sin perder la paciencia. Algún avivado pone la oreja por si el colega de la competencia hace alguna pregunta clave. Pura repetición. Entonces llega un periodista japonés e inquiere: “¿Cómo se llama esta fábrica?”.
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