EL MUNDO • SUBNOTA › HOLLANDE SE VOLVIó EL HOMBRE DEL CONSENSO
› Por Eduardo Febbro
La historia del hombre que encarna hoy los destinos de la izquierda francesa es de novela. François Hollande siempre fue el segundo, el reemplazante, el guardián del templo, un poco el chico de los mandados, respetado pero no temido, escuchado pero no admirado. Para la opinión pública, el dirigente que estuvo al frente del PS entre 1997 y 2009 era apenas un dispositivo del aparato, alguien sin encanto suficiente como para conquistar un electorado y sin capacidad para unir a la desarticulada izquierda. La paciencia lo llevó a la cima y esa altura es un desafío: volver a darle a la izquierda una victoria presidencial que se le escapa desde 1995, es decir, tres elecciones presidenciales sucesivas ganadas por la derecha.
Todos los puestos que ocupó fueron menores. Concejal e intendente de Tulle, presidente del consejo regional de Corrèze (centro de Francia), sus cargos públicos nunca lo llevaron al primer plano. Los militantes lo querían más por su sentido del humor que por sus ideas. Durante su mandato a la cabeza del PS –los años del socialismo caviar–, Hollande nunca logró plasmar la unidad. Un año después de que dejara las riendas de un PS al borde de la desaparición, Hollande creó la asociación Responder desde la izquierda y emprendió su transformación. Se fabricó un cuerpo –perdió 11 kilos–, una imagen nueva y empezó a ampliar su círculo para difundir sus ideas. En esos dos años, 2009-2011, Hollande elaboró un programa de consenso y formó un equipo renovado. Egresado de la Escuela Nacional de Administración, Hollande puso al servicio de su discurso la tensión social que reina en Francia y la madeja de mentiras con que la derecha envolvió a la sociedad. Con un argumento económico claro, una propuesta moral nueva –o sea, decir siempre la verdad, sin exagerar ni despertar ilusiones irrealizables–, Hollande consolidó su electorado, de forma discreta, casi invisible. Hollande se izó en el imaginario como el hombre del consenso, de la cohesión del país, en total ruptura con la dinámica política del presidente Nicolas Sarkozy, una dinámica marcada por la agresión y la división.
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