EL MUNDO • SUBNOTA › EL ROL Y LOS INTERESES DE LAS POTENCIAS OCCIDENTALES EN LA CAíDA Y MUERTE DEL LíDER LIBIO
Por Federico Bernal
Cinco meses después del lanzamiento de la invasión a Libia y con los primeros reportes triunfalistas, el presidente Sarkozy anunciaba al mundo que había “llegado en Libia una nueva etapa, la de su refundación” (31 de agosto). Cincuenta días más tarde, la Francia civilizada y democrática anticipaba a accionistas, multinacionales e inversores el costo de tal “refundación”. Es que la seguridad jurídica –asegurada con el magnicidio ya planificado– debía trasladarse a números concretos. Y así fue. Un día antes del asesinato de Khadafi, el órgano oficial de las corporaciones petroleras anglosajonas y europeas –el Oil & Gas Journal– precisaba por boca del director general de UbiFrance el monto de las inversiones requeridas para la refundación de la que hablaba Sarkozy. Pero primero lo primero: ¿qué es UbiFrance? Se trata de una agencia estatal para el desenvolvimiento internacional de las empresas y compañías francesas. Opera en 46 países (a partir de octubre, en 47, al agregarse Libia). Pues bien, monsieur Christophe Lecourtier señaló el lunes 17 de octubre que “la producción en Libia necesita llevarse a tres millones de barriles diarios para 2015, con un costo de 30.000 millones de dólares entre 2011-2015”. ¿Dónde dijo esto? En el marco de su visita a Trípoli y escoltado por unas 80 compañías francesas. ¿Cuáles? La gigante petrolera Total, la cementera Lafarge y el grupo de ingeniería Alstom, entre muchas otras. Luego de masivos bombardeos y de una guerra civil, ¿qué país no precisa de potenciar la explotación de recursos para generar divisas y así, con mucho cemento e ingeniería, volver a reconstruir lo destruido? Pero hubo más detalles: “Además (de las inversiones petroleras) necesitamos unos 12.000 millones de dólares adicionales para el desarrollo del sector eléctrico y unos 4000 millones en la reconstrucción, así como también en el sector transporte, este último entre 5 a 6000 millones más”. Pero Lecourtier, como la Francia corporativa, no se contenta con estos negocios: “La caída de Muammar Khadafi proveyó a París con oportunidades en sectores en los que previamente carecía de acceso, tales como turismo y agricultura”. El apoyo financiero y militar francés fue estratégico para alcanzar la “nueva etapa” en Libia. El Consejo Nacional de Transición lo sabe y por eso los hábiles herederos de Napoleón no pierden tiempo. A propósito, Lecourtier manifestó que “a diferencia del gigantesco bazar que significaba la anterior administración, el gobierno interino cuenta con un buena mezcla de personas con expertise internacional, personas que habrán de ayudar a agilizar los negocios por venir”. Un ejemplo de los negocios a los que se refiere el francés involucran a Total. Seguridad jurídica alcanzada, la petrolera anunció la restitución de sus operaciones en Libia, con una producción diaria de 55.000 barriles, volviendo a los valores preguerra civil. En tiempos de paz, la producción de crudo estaba acorde con la cuota definida por la OPEP y en función de intereses libios. Totalizaba unos 1,8 millones de barriles diarios. Pero la crisis social, económica y energética europea precisa de mucho más. De ahí la potenciación de los volúmenes de extracción a tres millones de barriles diarios. Total, ENI, BP y alguna que otra firma estadounidense acapararán el oro negro, equivalente a unos 255.000 millones de dólares diarios (tres millones de barriles multiplicado por la cotización presente del barril, unos 85 dólares). La civilización europea y estadounidense, con sus corporaciones, fuerzas armadas, políticos y hombres de negocios han conquistado la octava y veinteava reserva petrolera y gasífera mundial, respectivamente. Y están exultantes. UbiFrance ya cuenta con tres personas en la recolonizada nación africana, a los que se les suma un equipo de técnicos establecidos en Túnez. Todos trabajan armoniosamente en la generación de contactos y el cierre de futuros contratos. De hecho, UbiFrance ya anunció la apertura de una oficina en Libia para enero de 2012. Quedan claras las maravillas que la barbarie colonial puede obrar. Y no sólo por el cinismo de personajes como Sarkozy y Lecourtier, sino también porque a muchos nos permite vincular el caso Libia con Malvinas, invadida por la OTAN en 1982 y presta a extraer petróleo en pocos años más.
Por Maurizio Matteuzzi *
Con la muerte del tirano –o con su linchamiento–, la guerra civil en Libia y la “guerra humanitaria” de la OTAN se terminaron (aun si la OTAN o sus jefes: Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, con Italia, quisieran volverse atrás, ya aseguraron que permanecerán para velar sobre la victoria y sobre los vencedores). El de Khadafi era un fin anunciado. Y fue un fin, brutal y ultrajoso, indecente, del beduino que no se escapó ni se entregó, tal como había pronosticado al inicio el obispo de Trípoli, monseñor Giovanni Martinelli, que lo conocía bien.
Pero el fin de Khadafi, inevitable después de 42 años de poder, no es, como dirán muchos, otro eslabón de la Primavera Arabe comenzada en Túnez y continuada en Egipto. Al contrario, aquella cadena en Libia se rompió, quizá definitivamente.
Porque la insurrección libia no era, desde el comienzo, el 17 de febrero en Benghazi, nada similar a la tunecina de diciembre o la egipcia de enero. En Túnez y en Egipto hubo una revuelta en masa del pueblo, sobre todo una revuelta desarmada y pacífica. La “Revolución del 17 de febrero” en Libia, en el comienzo, fue una insurrección armada, muy armada, destinada inevitablemente a transformarse en una sangrienta y salvaje guerra civil (otra que “mercenarios africanos”...).
Con la intervención de la ONU y de aquella que aparece siempre, la “agencia militar” –la OTAN–, disfrazada de operación “humanitaria y protección civil”, el conflicto libio asumió inmediatamente la característica clarísima de una intervención de sello neocolonial. Con otros objetivos, políticos y económicos, que la protección de los civiles libios: un cambio de régimen, por cuanto el viejo “perro loco” de Trípoli, no obstante su reconversión al Occidente, no era considerado confiable para gobernar un país clave en la intersección de Medio Oriente, el Mediterráneo y Africa subsahariana, bendecida por el petróleo, de óptima calidad y fácil extracción.
Más que una operación de la Cruz Roja Internacional, la desenfrenada y sospechosa actividad de Francia e Inglaterra ha devuelto, para aquellos que tienen un poco de memoria, la aventura anglo-francesa del ’56 contra el Canal de Suez y el Egipto de Nasser. La gran ola democrática que se levantó del Maghreb a Mashreq fue tomada como pretexto por la OTAN y por Occidente para liberarse de un personaje incómodo, no en cuanto a presencia (se deberían organizar “operaciones humanitarias” en medio mundo), sino en cuanto a confiabilidad en un país “estratégico”. Y aquella Libia no fue un nuevo capítulo del drama todavía inconcluso del final incierto de la Primavera Arabe, sino una insurrección no solo armada sino heterogéneamente dirigida sin ningún cuidado por la participación generosa y en muchos casos heroica de tantos jóvenes “revolucionarios” libios. Los que parecen emerger del humo de la victoria son los viejos remanentes del khadafismo, que cambiaron de caballo en medio de la carrera, o personajes unidos con doble o triple hilo a los sponsors estadounidenses y franceses. O aquellos islamistas, o ex, ex jihadistas, ex qaedistas, que el laico Khadafi asesinaba con la bendición de Occidente.
No es el caso que la “guerra humanitaria” se inició la noche del 19 de marzo, pocas horas después de que la resolución 1973 del Consejo de Seguridad hubiera autorizado “la protección de los civiles”, con los cazas franceses lanzando misiles sobre el complejo de Bab al Aziziya en Trípoli, donde se esperaba matar a Khadafi con el primer golpe. Tampoco es el caso que haya terminado anteayer a la mañana con miles de ataques aéreos de la OTAN sobre el convoy en fuga de Sirte. A propósito: ¿Dónde estaba la ONU, que protegía a la población civil de la ciudad bajo el asedio y bombardeos continuos de los insurgentes durante un mes infernal? Hasta que se demuestre lo contrario, fue la OTAN la que al final capturó al coronel.
Mejor que haya terminado así. Para todos. Para los insurgentes, que decían que querían un proceso democrático en la “nueva Libia” pero se hubieran encontrado un poco molestos por el hecho de ser –muchos de ellos– ex khadafistas. Para los sponsors occidentales, que decían que querían mandarlo a la Corte Penal Internacional pero se hubieran encontrado ligeramente avergonzados en el momento en que el imputado Khadafi hubiese recordado los besamanos y las genuflexiones con que hasta unos meses atrás lo trataban y lo recibían los mismos que ahora lo acusaban en nombre de los derechos humanos. Para la Corte Penal Internacional de La Haya, que en pocos años perdió la credibilidad al transformarse en una Corte Penal de Occidente volcada sólo contra los “malos” de Africa o de la ex Yugoslavia, un tribunal de vencedores para juzgar a los vencidos de poco peso.
Con la muerte del tirano Khadafi se murió también la Primavera Arabe, aun si se hubiese respetado el cronograma presentado por los vencedores –el gobierno transitorio en un mes, la asamblea constituyente en 8 meses, una Constitución y elecciones “libres” al comienzo de 2013– y así al final “la nueva Libia” deviene un país “democrático” sin el temido espectro islamista pesando sobre su futuro.
Parece una contradicción, pero no lo es. Era evidente que después de haber “pasado” en Túnez y Egipto, después de la caída de los tiranos Ben Ali y Mubarak, si la ola liberadora y democrática hubiese pasado también en la Libia de Khadafi, nadie hubiese podido pararla. Después de Libia, Siria, y después derecho al corazón de la península arábiga: Yemen, Bahrein, Qatar y las otras petromonarquías del Golfo, hasta el fondo: Arabia Saudita, el verdadero objetivo de cualquier movimiento de liberación digno de ese nombre. Todos los países llenos de petróleo y de dólares, casi siempre inventados por las viejas potencias coloniales –Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos– son regalados a los sheiks, emires y reyes, ligados contemporáneamente al Islam, luego retornando al Occidente más democrático, con el petróleo por garantía.
La Primavera Arabe murió en Libia, en la unión perversa entre las petromonarquías feudales del Golfo y un Occidente que se precipita para salvar los valores de la democracia y de la unidad, para salvar los valores del petróleo.
* De Il Manifesto de Italia. Especial para Página/12.
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