EL MUNDO • SUBNOTA › FUERON LA FUERZA DE CHOQUE CONTRA MUBARAK
› Por Eduardo Febbro
Desde París
En las horas más violentas de la segunda fase de la revolución egipcia que hizo de la plaza Tahrir su territorio de rebeldía, las barras bravas egipcias fueron la fuerza de choque que se enfrentó con la policía en los combates más cruentos que estallaron en los accesos a la calle Mohamed Mahmud. Sin ellos, sin su cultura aguerrida de los enfrentamientos, la plaza hubiese caído en manos de la policía. Fanáticos de su club hasta la locura, los barrabravas surgieron en Egipto recientemente. Los primeros grupúsculos de ultras aparecieron en 2005 y casi inmediatamente entraron en oposición con el régimen del depuesto Hosni Mubarak y los miembros de su brazo político, el Partido Nacional Democrático, PND.
Incontrolables por las estructuras patriarcales a la cabeza de los clubes, todos “prendidos” de una u otra forma con el régimen, hostiles a estar bajo la bota del PND, furibundos contestatarios de la autoridad policial, a la que despreciaban por su endémica corrupción y por la brutalidad insensata con que actuaba, los ultras desarrollaron una cultura rebelde y violenta que se volvió tanto más autónoma cuanto que, en vez de huir de la policía, los barrabravas hicieron de la guerrilla con las fuerzas del orden un estilo de vida. Su desarrollo fue tan rápido como su capacidad de organizarse. Los analistas egipcios daban cuenta de que, después de los Hermanos Musulmanes, los clubes de hinchas que nacieron a mediados del año 2000 eran las estructuras más organizadas del país. Dos se destacan entre todos: los barrabravas del White Knights, hinchas del club Zamalek SC y los que se agrupan en torno del Al Ahly Sporting Club, uno de los grupos implicados en la matanza de Puerto Said.
En octubre y noviembre del año pasado, en plena revuelta de la plaza Tahrir, Página/12 compartió con esos hinchas momentos de una extrema violencia y de una gran solidaridad interna. Todos eran jóvenes de unos 20 años y provenían de los barrios pobres. Nada los disuadía: estaban perfectamente entrenados para soportar los gases lacrimógenos, saltar paredes, tirar piedras y chocar sin miramientos contra las unidades policiales especializadas en represión urbana. La revolución egipcia unificó a las barras bravas por encima de las rivalidades entre clubes. “Ellos fueron los actores determinantes de la revolución de enero. El 25, sin que nadie los llamara y sin que hubiese una consigna posterior, ellos vinieron a defender la plaza Tahrir. Y de ahí no se movieron”, recordaba Tamer, un abogado recién egresado. Su presencia quedó grabada en los muros de El Cairo junto a los graffiti de la revolución.
La consigna de los ultras, “ACAB” (All cops are bastards, Todos los canas son bastardos), ocupa tantos lugares como las consignas y las proclamas revolucionarias. Gracias a Internet, los teléfonos móviles y las redes sociales, la capacidad de movilización de estos grupos es tan masiva como instantánea. Los tres principales núcleos de barras bravas, Ahlawy, los White Knights y los Blue Dragons, atraen a decenas de miles de personas en un abrir y cerrar de ojos. Se calcula que estos tres grupos son capaces de reunir a unas 20.000 personas y sacar a la calle a más de 50 mil. Su influencia llegó a tales niveles que, durante los últimos años de Mubarak, la policía iba a arrestar a sus casas a los líderes de las barras bravas y los juzgaban luego en tribunales militares.
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