Miércoles, 22 de febrero de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por John Holloway *
Atenas en llamas. Llamas de rabia. ¡Qué horror! ¡Qué gusto! No me gusta la violencia. No creo que se gane mucho quemando bancos y rompiendo vitrinas. Sin embargo, siento un gran placer cuando veo la reacción en Atenas y las otras ciudades de Grecia ante la aceptación por el parlamento griego de las medidas impuestas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Si no se hubiera dado una explosión de rabia, me hubiera sentido a la deriva en un mar de depresión.
El gusto es el gusto de ver al gusano tantas veces pisado darse vuelta y rugir. El gusto de ver a aquellos que han sido abofeteados mil veces devolver el golpe. ¿Cómo podemos pedir a la gente que acepte dócilmente los recortes feroces en su nivel de vida que implican las medidas de austeridad? ¿Queremos que expresen su acuerdo cuando se elimina el potencial creativo de tanta gente joven, atrapando sus talentos en una vida de desempleo? Todo eso solamente para que los bancos tengan su ganancia, para hacer a los ricos más ricos. Todo eso para mantener un sistema capitalista que pasó desde hace mucho su fecha de caducidad y que ahora ofrece nada más destrucción al mundo. Si los griegos aceptaban mansamente estas medidas, sería multiplicar depresión por depresión, la depresión de un sistema fracasado multiplicada por la depresión de la dignidad perdida.
La violencia de la reacción en Grecia es un grito que se lanza al mundo. ¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar sentados viendo al mundo desgarrado por esos bárbaros, los ricos, los bancos? ¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar parados observando la intensificación de las injusticias, la destrucción de lo que queda de los servicios de bienestar, la reducción de la educación a un aprendizaje acrítico y sin sentido, la privatización de las aguas del mundo, la eliminación de las comunidades y el desgarramiento de la tierra para el beneficio de las compañías mineras?
Este asalto que es tan agudo en Grecia se está llevando a cabo en el mundo entero. Por todos lados el dinero está subordinando la vida humana y no humana a su lógica, la lógica de la ganancia. Esto no es nuevo, pero la intensidad y la amplitud del ataque es nueva, y nueva también la conciencia generalizada de que la dinámica actual es la dinámica de la muerte, que es muy posible que todos estemos encaminados hacia el aniquilamiento de la vida humana en este planeta. Cuando los comentaristas eruditos explican los detalles de las últimas negociaciones sobre el futuro de la Eurozona, olvidan mencionar que lo que se está negociando tan ligeramente es el futuro de la humanidad.
Todos somos griegos. Todos somos sujetos que vemos cómo nuestra subjetividad está siendo aplastada por la aplanadora de una historia determinada por el movimiento de los mercados de dinero. Millones de italianos se manifestaron una y otra vez contra Berlusconi, pero fueron los mercados de dinero los que lo derrumbaron. Lo mismo en Grecia: protesta tras protesta contra Papandreu, pero finalmente fueron los mercados de dinero los que lo despidieron. En ambos casos, fueron leales y comprobados sirvientes del dinero los designados para tomar el lugar de los políticos caídos, sin el más mínimo simulacro de una consulta popular. Esta no es ni siquiera una historia hecha por los ricos y poderosos aunque seguro se benefician de ella; es la historia hecha por una dinámica que nadie controla.
Las llamas en Atenas son llamas de rabia y nos alegran. Sin embargo, la rabia es peligrosa. Si se personaliza o si se vuelve contra grupos particulares (los alemanes en este caso), se puede muy fácilmente convertir en algo puramente destructivo. No es una coincidencia que el primer líder de la clase política en protestar contra la última ola de medidas de austeridad en Grecia fue un líder del Laos, el partido de la extrema derecha. La rabia se puede tan fácilmente volver una rabia nacionalista, incluso fascista, una rabia que no aporta nada a la creación de un mundo mejor. Es importante entonces tener claro que nuestra rabia no es una rabia contra los alemanes, ni siquiera contra Merkel o Sarkozy, o Calderón. Estos políticos son nada más los símbolos arrogantes y miserables del objeto real de nuestra rabia –el dominio del dinero, la subordinación de toda vida a la lógica de la ganancia–.
Amor y rabia, rabia y amor. El amor ha sido un tema importante de las luchas que han redefinido el significado de la política en el último año. El amor ha sido un tema constante de los movimientos okupa, un sentimiento profundo incluso en el corazón de los choques violentos en muchas partes del mundo. Pero el amor camina mano a mano con la rabia, la rabia de ¿cómo se atreven a robarnos la vida, cómo se atreven a tratarnos como objetos? La rabia de un mundo diferente creando su camino a empujones a través de la obscenidad del mundo que nos rodea. Tal vez.
Esta irrupción de un mundo distinto no es solamente cuestión de rabia, aunque la rabia es parte de ella. Necesariamente implica la construcción paciente de otra forma de hacer las cosas, la creación de diferentes formas de cohesión social y de apoyo mutuo. Detrás del espectáculo de los bancos en llamas se encuentra un proceso más profundo en Grecia, un movimiento más silencioso, de la gente que se niega a pagar el transporte público, los recibos de luz, los peajes en las autopistas, las deudas bancarias; un movimiento nacido de la necesidad y de la convicción de la gente organizando su vida de otra forma, creando comunidades de apoyo mutuo y cocinas populares, ocupando edificios y terrenos vacíos, creando jardines comunitarios, regresando al campo, dando la espalda a los políticos (que ya no se atreven a mostrarse en las calles) para crear formas de democracia directa para tomar decisiones sociales. Todavía insuficiente, todavía experimental, pero crucial. Detrás de las llamas espectaculares está la búsqueda y la creación de otra forma de vivir que determinará el futuro de Grecia, y del mundo. Todos somos griegos.
* Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Puebla (México); autor de Cambiar el mundo sin tomar el poder, entre otros libros.
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