EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Julián Varsavsky
Desde Caracas
Si su salud lo permite, Hugo Chávez habrá gobernado Venezuela por veinte años. Desde su sueño de ser beisbolista en un pueblito en los llanos hasta ser un líder mundial, un recorrido por la evolución de quien ha cambiado desde los cimientos la política y la economía de su país.
Si un flaquito extrovertido de rasgos aindiados y pelo negro no hubiera conectado tres buenos batazos en un partido de béisbol en septiembre de 1971, quizá la historia política de Venezuela nunca se hubiera salido de sus carriles normales. El bateador era Hugo Chávez –cuya especialidad no era por cierto el bateo sino el lanzamiento– y el partido era un examen deportivo para ingresar a la Academia Militar de Venezuela. Ese día Hugo Chávez no podía –en teoría– ser aceptado en la academia porque debía Química de 5º año del bachillerato. La única excepción posible era que sus habilidades deportivas sirvieran para reforzar el equipo de su regimiento. Y no es casualidad que le haya ido bien, porque el verdadero sueño de Hugo Chávez era ser como su ídolo, el “Látigo Chávez”, un lanzador de béisbol que llegó a jugar en las Grandes Ligas norteamericanas, quien murió a los 23 años en un accidente de aviación. Hugo Chávez debió torcer su vocación de beisbolista –urgido por la necesidad económica– para ingresar al ejército. Y fue tal su congoja que años después fue hasta la tumba del mismo Látigo Chávez a pedirle perdón por no haber sido beisbolista, según cuenta el periodista Modesto Emilio Guerrero en su biografía, Quién inventó a Hugo Chávez.
Durante su carrera militar –cuenta Guerrero– Chávez, “casi siempre violó los reglamentos militares: por respondón; por comer con los soldados siendo oficial; por debatir ideas; por recitarle a los cadetes poemas de Maisanta; por castigar faltas haciendo leer juramentos al Libertador –en lugar de sanciones físicas—; por leer mucho olvidando que era un soldado; por mezclarse demasiado con estudiantes universitarios; por pintar el rostro de Bolívar en algunos destacamentos sin permiso de los superiores; por vivir hablando de Bolívar y arengar a la tropa como si fuera un político, y por hacer una vida social y cultural tan pública y libre que no parecía hecha por un militar sino por un militante”.
En la década del ’70 –mientras Chávez ascendía como paracaidista– una parte de la generación politizada tomaba las armas en Venezuela, inspirada en la Revolución Cubana. Mientras tanto, Hugo Chávez –quien ha contado que estuvo a punto de cambiarse de bando e internarse en la selva con los guerrilleros– optó por una estrategia distinta: hacer una paciente construcción política secreta y conspirativa dentro del ejército, que liderara una insurrección armada que luego sería acompañada por las masas del pueblo, algo que a la larga terminó ocurriendo.
Paradójicamente, a Chávez sus superiores lo enviaron a perseguir a finales de los ’70 a una patrulla perdida de guerrilleros en retirada. En cierta ocasión encontró un auto que pertenecía a sus perseguidos y en el baúl había un montón de libros marxistas. Lector voraz como dice ser, los leyó y descubrió que estaba de acuerdo con la mayor parte de lo que leía.
Con su cuarta victoria presidencial –al año de asumir, con la nueva constitución se debió votar otra vez– más un plebiscito revocatorio a su favor, Hugo Chávez se ha convertido en uno de los políticos más exitosos de Latinoamérica. Y el único entre decenas de presidentes americanos que dio vuelta un golpe de Estado. Los opositores –que estaban convencidos de ganar, a pesar de lo que decían las encuestas– han quedado descolocados ante los resultados y se pelean otra vez con la realidad. “Ese tipo hipnotiza a las masas... convence hasta a las piedras... creó un sistema asistencialista que ata a la gente a votarlo... la gente lo vota por miedo... porque son ignorantes... gana por fraude”, son algunas de las explicaciones de un centroderecha que necesita sentarse a reflexionar por qué gana Hugo Chávez.
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