Para muchos lectores, la cobertura de The New York Times de la guerra en Gaza viene a ser o neutra o muy pro israelí. Pero no para Ron Dermer, el embajador israelí en Washington, que arremete contra el periódico por “no mencionar que un millón de israelíes estaban en refugios antibombas ayer mientras cien cohetes eran disparados contra la población civil”. Dermer se considera tan cercano al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que se lo llama “el cerebro de Bibi”. También es un ex estudiante y empleado de Frank Luntz, el estratega republicano que publicó un folleto confidencial en 2009, que rápidamente se filtró, asesorando a voceros israelíes sobre la mejor manera de manipular a la opinión pública estadounidense y europea. “No confunda los mensajes con hechos”, aconseja Luntz a los portavoces cuando explica cómo se deben seleccionar los hechos y presentar mejor para sostener el caso de Israel. Es un documento sofisticado basado en las encuestas de opinión de gran alcance, lo que sugiere, por ejemplo, que la eliminación de los asentamientos israelíes de Cisjordania debe ser denunciada como “una especie de limpieza étnica”. Luntz hace hincapié en que los voceros deben demonizar a Hamas, pero sobre todo subrayar lo que sienten tanto por los sufrimientos de los palestinos como de los israelíes. Como una muestra de lo que debieran decir, proponer: “Llegará el día en que los niños israelíes y los niños palestinos van a crecer juntos, jugar juntos y trabajar juntos lado a lado, no sólo porque tienen que hacerlo, sino porque quieren hacerlo”. El problema de este enfoque es que suena especialmente hipócrita cuando, según la Unicef, 230 niños han muerto en Gaza, un promedio de diez por día, y 2000 han resultado heridos por las bombas y proyectiles israelíes. Portavoces israelíes están negando su responsabilidad en las atrocidades más notorias y televisadas, como el ataque en el hospital de la ONU la semana pasada.