EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Eric Nepomuceno
Euforia en el comando de campaña de Aécio Neves, cierta preocupación palpable entre los asesores directos de Dilma Rousseff, decepción entre los de Marina Silva.
Por más que se tuviese certeza de que las posibilidades de Aécio de superar a la ambientalista evangélica eran bastante concretas, nadie entre los estrategas de Dilma y menos aún en los de Marina esperaba que el neoliberal obtuviese una cantidad tan sonora de votos. Lo que se sentía en el entorno de ella era una especie de perplejidad, como si se dijera que perder era algo previsible, pero jamás de manera tan apabullante.
Ayer por la noche, Marina primero se reunió con familiares y su grupo de asesores más íntimos en un hotel de San Pablo, para acompañar la divulgación de los resultados. En Brasil, gracias al uso de urnas electrónicas, el conteo de votos se da de manera extremamente veloz. Así es que alrededor de las ocho de la noche ya había quedado claro que no sólo Marina estaría fuera de la segunda vuelta, como su votación quedaría muy por debajo de las peores previsiones.
A partir de ese punto, se empezó a estudiar cuáles serán los próximos pasos. Por sexta vez consecutiva, la polarización PSDB-PT se impuso. En los dos primeros embates, en 1994 y 1998, el PSDB ganó fácilmente en la primera vuelta. En las tres otras –2002, 2006 y 2010– el PT logró imponerse, pero solamente en la segunda vuelta. Marina quiso romper con esa polarización y consolidarse como “tercera vía”, como una propuesta de “nueva política”. Y, como ejemplo de lo ocurrido con otros supuestos fenómenos electorales, lo único que logró fue reunir el mismo volumen de votos obtenidos en 2010.
Hay, sin embargo, una diferencia importante: hace cuatro años, Marina era una desconocida que se lanzaba por una agrupación muy pequeña, el Partido Verde, y logró un espacio suficientemente amplio para, al abrigo de sus 19 millones de votos, convertirse en figura nacional. Ahora tiene –o aparenta tener– fuerza propia, y la decisión que asuma podrá tener influencia directa en el combate final, que será trabado entre Dilma Rousseff y su propuesta de dar continuidad al proyecto del PT y Aécio Neves y su propuesta de volver al proyecto neoliberal interrumpido hace doce años precisamente con la victoria de Lula da Silva.
Poco después de la diez de la noche de ayer, Marina Silva habló. Pero el enigma continúa. En su verborragia compleja y de difícil conclusión, ella advirtió que el resultado de las urnas señala claramente que el brasileño ya no quiere “lo que está ahí”. Que se confirmó el deseo de cambio. Preguntada de manera clara y directa si eso significaba su apoyo explícito de alianza con Aécio Neves, tergiversó: dijo que ésa es una decisión que deberá ser tomada por la “coligación” que la respalda. Aclaró que cualquier acuerdo exigirá irremediablemente la aceptación de los puntos considerados fundamentales en su programa de gobierno. Como se recuerda, ese programa ocupa 240 páginas y ha sido revisado varias veces, siempre que se detectan contradicciones o fallas escandalosas de información y datos. Todo eso, dijo ella, será negociado primero en la coligación, y luego con el eventual candidato a recibir su apoyo formal.
En realidad, quiso decir que depende de que su grupo, sectario y ruidoso, llegue a algún acuerdo con el PSB que la abriga provisionalmente, para luego negociar con el PSDB de Aécio Neves.
Cuando le preguntaron explícitamente si mantendría la misma neutralidad de hace cuatro años, dijo que ahora tiene “responsabilidades de liderazgo”, lo que implicará la necesidad de tomar partido. Pero luego agregó que todo dependerá de un intenso diálogo interno entre la dirigencia de la coligación que la apoya.
Resumiendo: habló mucho y dijo poquísimo. Conclusión a la que llegaron los estrategas de Dilma Rousseff: Marina, en dos o tres días, declarará su alianza con Aécio. Mientras tanto, ella tratará de saber hasta qué punto ser un enigma le da o le quita fuerza.
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