EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Tenía razón Dilma Rousseff cuando decía que su escenario deseable era ganar en el ballottage y que era un error ilusionarse con una victoria en primera vuelta. No sólo tenía razón porque los hechos se la dieron: efectivamente la coalición dirigida por el Partido de los Trabajadores no llegó ayer al 50 por ciento más un voto que le ahorraría una segunda vuelta. Tenía razón, sobre todo porque el PT estaba obligado a mantener la conciencia de que todavía le quedaba un descomunal esfuerzo hasta el domingo 26. Un esfuerzo que puede analizarse a partir de las claves que siguen:
1 - Marina Silva, al final, no pasó a la segunda vuelta. Tras la muerte del entonces candidato a presidente, Eduardo Campos, la referente ecologista pasó de vice al frente de la fórmula y creció vertiginosamente durante un mes. Fue cuando logró mostrarse como alternativa de poder y concentrar las esperanzas de que sería ella el ariete para terminar con el ciclo del PT e impedir la reelección de Dilma. Falta de estructura, desprovista de partido propio y de cuadros, buscó sintonizar con un tono de nueva política y canalizar el fastidio de muchos votantes por 12 años de gobierno petista. A la vez, envió guiños a la elite brasileña. Dos, sobre todo: la promesa de independencia del Banco Central y el compromiso de formar un comité de responsabilidad fiscal. También se mostró tan predispuesta como Aécio Neves a flexibilizar el Mercosur y acercarse más a los Estados Unidos. Creció, además, porque al principio de la campaña el PT no la obligó a sincerar propuestas ni interpretó en público qué significaría Marina para los sectores populares brasileños. Decreció en el último tramo en buena medida por los ataques del PT, que desgastaron su aparente virginidad, y seguramente por la falta de solidez que puede haber mostrado ante los votantes que querían con más fervor hundir al PT. Si Marina no era la nueva política y para colmo resultaba inconsistente, ¿por qué darle una chance? La perdió, aunque mantuvo sus votos de 2010.
2 - Se repitió la polarización según la cual los dos primeros partidos sumados obtuvieron más del 70 por ciento de los votos, un fenómeno común en las últimas elecciones. El juego del PT desde su primera victoria en 2002, que le abrió espacio para asumir la presidencia el 1° de enero de 2003, fue evitar en el gobierno la polarización que buscaban la oposición y los grandes medios, porque no quería perder la porción centrista de su base de apoyo, y polarizar el día de las elecciones.
3 - Con casi el 42 por ciento, Dilma obtuvo un porcentaje menor de votos que Lula en las primeras vueltas de 2002 y 2006 y que ella misma en la primera vuelta de 2010. Las tres veces el competidor fue el PSDB. En la primera vuelta de octubre de 2002 Lula obtuvo 46,4 por ciento frente al 23,2 de José Serra. El tercero fue el caudillo carioca Anthony Garotinho. En la primera vuelta de 2006, contra Gerardo Alckmin, la polarización fue brutal, con un 48,6 para Lula y un 41,6 para el PSDB. El tercero, el desprendimiento a izquierda PSOL, quedó lejos con el 6,9 por ciento. Con una participación del 81,88 por ciento de los electores, 111 millones de brasileños, en la primera vuelta de octubre de 2010 Dilma sacó el 46,91 por ciento de los votos, contra 32,6 de José Serra y 19,3 por ciento de Marina. Quiere decir que de ese entonces a hoy el PSDB y Marina se mantuvieron y Dilma perdió un porcentaje propio. Llega a la segunda vuelta más exigida que ella misma.
4 - Vuelve el espacio de negociación con los terceros partidos de aquí a la segunda vuelta. El PT siempre buscó negociar con los candidatos y las estructuras que no entraron en el ballottage. En 2002 la negociación fue estructural y el PT combinó que las fuerzas entraran en el futuro gobierno. El presidente del Partido Socialista Brasileño de Campos, Gustavo Amaral, un amigo de Lula, acaba de decir que al PSB no le gusta observar la política desde la cornisa.
5 - Lo más importante será la negociación con la realidad, es decir, la seducción de quienes votaron por los partidos que no entraron al ballottage. Incluidos, claro, los votantes de Marina. Tanto en 2002 como en 2006 y 2010 el PT ganó ampliamente en segunda. En 2010, para tomar el último tablero electoral, Dilma llegó al 56 por ciento. Serra ascendió a 43,95. Los votos que habían ido a Marina en primera vuelta claramente se repartieron en la segunda. ¿Se repetirá el mismo cuadro de situación? Más allá de que no votaron al PT, y como la opinión negativa no es lo mismo que el rechazo puro y duro, ¿qué nivel de rechazo generan Dilma y el PT en los votantes marinistas? ¿Cuántos de ellos quieren humillar sí o sí al PT? Los que votaron en medio de la ola de reclamos iniciada en junio de 2012 en favor de un mejor transporte público, una mejor educación y una salud de mayor cobertura, ¿le darán una chance a Dilma o pensarán que podrán obtener satisfacción con Aécio? ¿Y cuántos se quedarán en su casa, ofendidos porque la supuesta vieja política no los tuvo en cuenta y dejó fuera a su candidata en primera vuelta?
6- El PSDB confirmó su importancia como alternativa real al PT. Neves llegó al 33 por ciento. Y dentro del PSDB, Alckmin se consolidó en São Paulo. No sólo ganó en primera vuelta sino que se hizo acreedor a un cuarto mandato. A nivel nacional el PSDB no gobierna desde que Fernando Henrique Cardoso entregó la banda a Lula, pero es la carta de la élite brasileña y la clase media paulista.
7 - El PT consigue por primera vez la gobernación de Minas Gerais, el estado natal de Dilma. Minas es cuna de políticos. El gusto añadido a la victoria del petista Fernando Pimentel, ex ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior de Dilma, es que nada menos que Aécio fue gobernador de Minas entre 2003 y 2010, y por Minas es senador desde 2011.
8 - Lula, gran figura. El ex presidente proclamó a Dilma, que fue su jefa de Gabinete, candidata en 2010, hizo campaña fuerte junto a ella en aquel momento y volvió a hacerlo durante los últimos meses. Antes debió desmentir hasta último momento que tuviera intenciones de ser él mismo el candidato en lugar de Dilma. Recién los últimos días, ante la pregunta de si será el candidato en 2018, Lula dejó de negar y respondió: “Eso lo veremos en 2017”. Puede haber sido una admisión pero también puede haber sido un modo de formalizar aún más su papel junto a Dilma. Buena parte de los 40 millones de personas que se incorporaron al mercado y a la sociedad desde 2003, a veces con luz por primera vez, a veces con cloacas, a veces con heladera y televisor, siempre gracias a la combinación de empleo y planes sociales, reconoce haber salido de los márgenes por el impulso de Lula. Un debate que lleva por lo menos cuatro años anima al PT: ¿cómo hacer para que esos lulistas acompañen al partido y a sus candidatos, y para que una parte de ellos milite en el PT o en organizaciones sociales afines? ¿Cómo trabajar políticamente para que los que salieron de la miseria bajo gobiernos del PT no terminen luego votando contra él? El desafío sigue vigente. Sin duda Lula confirmará en las próximas tres semanas que es la voz más sólida de la política brasileña, y lo hará en apoyo de Dilma. Y a la vez al PT le queda la tarea impostergable de traducir conquistas sociales adquiridas en política, o sea, en votos por el PT. Es sensato polemizar sobre si los 40 millones integran de verdad la clase media o sólo una parte de ellos. Sin embargo, el resto de las fuerzas decía, en el mejor de los casos, que integrar a tantos sería imposible, cuando no indeseable.
9 - Doce años de PT. Aun pese al desgaste de permanecer 12 años en exposición pública, en medio de la crisis internacional y a menudo jaqueado por su propia falta de dinamismo político, el PT demostró su enorme solidez como alternativa de gobierno y como eje de una alianza que va desde caciques estaduales del Partido del Movimiento Democrático Brasileño del vice Michel Temer a partidos de centro y de izquierda.
10 - Si el resultado se repite el 26, Sudamérica puede mantener la tendencia reformista. Brasil es el gigante de una serie de experimentos disímiles pero parientes: los de la Argentina, Uruguay (elecciones el 26), Bolivia (elecciones el domingo que viene), Ecuador y Venezuela. Todas las fuerzas que gobiernan en esos países afirmaron apostar por una victoria petista.
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