EL MUNDO
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Una película del Oeste
› Por Claudio Uriarte
Derribar un helicóptero no es demasiado difícil; cualquiera con un lanzagranadas puede hacerlo. Es decir: la verdadera novedad de los derribos de esta semana no es un salto cualitativo de la sofisticación técnica de los ataques; incluso un arma de los ‘80 como el viejo lanzacohetes ruso SA7 usado por el ejército de Saddam Hussein pudo derribar al helicóptero Chinook que cayó el domingo, por ejemplo. En cambio, lo que salta a la vista es un cambio en la distribución espacial de atacantes y atacados. Irak parece una nueva versión de las películas del Lejano Oeste, en que la diligencia es asaltada por los indios en el desierto. Los norteamericanos viven en palacios altamente fortificados, y sus oponentes han aprendido a intersectar las líneas logísticas que deben estar activas para el envío de suministros a un mastodóntico ejército de 140.000 hombres. Eso tampoco es demasiado difícil: sólo se necesitaba tiempo para averiguar la periodicidad y frecuencia de las salidas de convoyes, helicópteros, etc., y esa periodicidad y frecuencia tienen que ser bastante rígidas en función de la magnitud de la máquina militar que hay que mantener: no se puede andar cambiando las rutas y los horarios de salida de los vehículos todos los días, porque la logística colapsaría en su fricción consigo misma y en consecuencia la operación se volvería aún más caótica de lo que parece.
Pero el esquema del Lejano Oeste, por esto mismo, no puede sostenerse demasiado tiempo, por la simple razón de que tiende a congelar a los ocupantes en la inmovilidad, y a ponerlos en posición de blancos. Ese es parte del sentido del ejercicio de rotación anunciado esta semana por el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, en que las fuerzas ocupantes son reemplazadas progresivamente por unidades locales que conocen el terreno, hablan el idioma y saben quién es quién en Irak. ¿Por qué esas unidades van a colaborar con los ocupantes? En principio, porque los ocupantes se estarían yendo, y luego, porque no puede hablarse de un mando unificado de la resistencia: los iraquíes atacan norteamericanos, los árabes infiltrados por Al Qaida a cualquiera; la mayoría chiíta del país permanece en calma, y el núcleo de los ataques sigue siendo el “triángulo sunnita” del centro del país. Para los norteamericanos, la rotación delegaría en manos iraquíes los trabajos sucios de represión antiguerrillera que ellos están impedidos de acometer. Por lo menos, ésa es la teoría.
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