Miércoles, 19 de agosto de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Hasta gente muy cercana a Fernando Henrique Cardoso se sorprendió con el tono de un texto que el ex presidente divulgó el pasado lunes por su página en Facebook. Al día siguiente de las manifestaciones que llevaron alrededor de 870 mil personas a las calles exigiendo la deposición de la presidenta Dilma Rousseff, Cardoso lanzó declaraciones durísimas, que contrastan con el tono de todas sus manifestaciones anteriores. Es importante recordar que el ex presidente es conocido por su elegancia y sobriedad, por ser un hombre de modales refinados, de trato afable y cordial. A lo largo de su vida supo mostrarse comedido y responsable, aun en los momentos en que tuvo que actuar de manera firme y contundente.
¿Qué habrá llevado el ex presidente a decir a la presidente Dilma Rousseff que su gobierno, pese a ser legal, es ilegítimo?
Si hasta ahora él venía, de alguna manera, tratando de preservarla de expresiones ofensivas, en su nuevo texto dice que a su gobierno le falta “base moral”. Para cerrar, recordó una frase del fallecido diputado Ulysses Guimaraes al entonces presidente Fernando Collor de Melo, en vísperas de que fuese destituido por el Congreso: “Tú crees que eres presidente, pero ya no”.
¿Cómo aceptar que un político de semejante experiencia y de alta preparación intelectual como Cardoso no reconozca las abismales distancias entre una situación y otra? ¿Con qué fin Cardoso, que siempre actúa con responsabilidad y trata de medir cuidadosamente lo que dice, decide comparar Dilma a Collor?
Si hasta ahora el ex presidente se mantenía a una cauta distancia de los exabruptos del presidente de su Partido de la Socialdemocracia Brasileña, el neoliberal Aécio Neves, quien defiende a cualquier precio la destitución inmediata de Dilma, ¿cuál el objetivo de ese vuelco súbito, pasando de las críticas objetivas, pese a la contundencia puntual, a semejante actitud?
Las razones quizá sean más fáciles de entender si se observan algunos aspectos de lo que ocurrió en Brasil en las últimas dos semanas, cuando por fin el gobierno de Dilma Rousseff logró, a raíz de la movilización de dirigentes empresariales, de gigantes de la banca y del ex presidente Lula da Silva, una tregua aliviadora.
A raíz de una serie de acuerdos, surgió espacio para que al menos se pueda establecer negociaciones y diálogos para bajar la presión e iniciar una nueva etapa de gobernabilidad.
Es verdad que a nadie se le ocurriría negar que las presiones y tensiones persisten, y que la crisis sigue siendo grave. Pero no habrá sido por eso que el ex presidente se lanzó a semejante actitud.
Es que hay algo más en el escenario, y que ciertamente contribuyó de manera decisiva para que el otrora sobrio y respetuoso Fernando Henrique Cardoso dejara a un lado su proverbial equilibrio: se trata del año de 2018, cuando los brasileños elegirán el próximo presidente.
Dentro de su partido, el PSDB, Cardoso –y todo el mundo– sabe que hay dos líneas divergentes.
Una, la del playboy inconsecuente que lo preside, el mismo Aécio Neves que el pasado octubre perdió las elecciones con Dilma y que, como el buen niño mimado que siempre fue, se niega a aceptar el resultado. Quiere porque quiere que la destituyan y se convoquen nuevas elecciones, creyendo que derrotará a cualquiera en la primera vuelta, inclusive a Lula. Por detrás de sus berrinches, el playboy provinciano seguramente sabrá que de aquí a 2018 su figurita se desinflará, gracias a la anemia moral e ideológica de su eventual candidatura.
La otra línea está encabezada por el actual gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, un catolicón vinculado al Opus Dei, y que sabe que nada mejor que paciencia cristiana para hacer desangrar poco a poco a Dilma, al PT y, claro, a Lula, y de esta manera llegar a 2018 con buenas posibilidades.
Lo que Cardoso quiere hacer es poner orden en su propio gallinero: nada de llevar adelante proyectos de destitución parlamentaria inmediata de Dilma, cuyos resultados son dudosos. Si se logra, sería el vacío y el caos. Si no se logra, el PSDB se hundiría.
La idea es insistir en una renuncia que él, mejor que nadie, sabe que no vendrá. Y, mientras, corroer poco a poco y todos los días al gobierno y, claro, a Lula da Silva.
Una lástima lo de Fernando Henrique Cardoso en su nueva versión, esencialmente golpista.
Cuando era elegante, sobrio y responsable, su voz era poderosa. Al entrar en la vereda de sus comandados, no hace otra cosa que asemejarse a ellos. Que, a propósito, perdieron cuatro elecciones consecutivas ante el mismo PT de Lula y Dilma.
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