EL MUNDO
• SUBNOTA › EL PRESTIGIOSO LIDER GEORGIANO
Todo pasado (el suyo) fue mejor
Por Patrick Cockburn *
Cuando Georgia formaba parte de la Unión Soviética, el resto del país envidiaba a su pueblo por su prosperidad y criticaba su corrupción. Hoy sólo le queda la corrupción. El 60 por ciento de los georgianos vive por debajo de la línea de pobreza. Los manifestantes que esta semana asistieron en masa al centro de Tiflis, la capital, tuvieron que alimentar a los mal pagos policías que supuestamente tenían que mantenerlos a raya.
De la larga lista de Estados que fracasaron al emerger de la Unión Soviética, Georgia es uno de los más grandes beneficiarios de la ayuda económica que Estados Unidos distribuye en el mundo. Las rutas de las afueras de la capital están en pésimas condiciones, la electricidad funciona de a ratos y los jubilados sobreviven con menos de ocho dólares al mes. Sin contar con los sobornos que deben pagarse para conseguir de todo, desde un registro de conductor hasta la admisión en la universidad.
El “Zorro Plateado”, como llaman a Shevardnadze (de 75 años) por su mata de pelo blanco, el que alguna vez fue líder del Partido Comunista georgiano, ha llegado al final de su larga y extraordinaria carrera. El punto de inflexión lo marcaron las fraudulentas elecciones legislativas del 2 de noviembre. Luego de un retraso de más de 15 días para informar los resultados, los dos bloques políticos que apoyaban a Shevardnadze fueron anunciados como los ganadores.
El fraude electoral no es nada nuevo en Georgia, pero las legislativas le hicieron perder a Shevardnadze el apoyo vital de Estados Unidos, que durante una década le dio a Georgia un tratamiento especial. Washington se sentía agradecido con Shevardnadze por su cooperación cuando fue ministro de Relaciones Exteriores, durante el colapso de la Unión Soviética. La CIA entrenó a sus guardaespaldas y el nuevo oleoducto que va desde Azerbaiján al Mediterráneo atraviesa territorio georgiano.
En los meses previos a las legislativas, Estados Unidos mandó delegaciones a Tiflis para exigir elecciones limpias. El ex secretario de Estado y amigo de Shevardnadze, James Baker, vino en el verano y luego llegaron el senador republicano John McCain y el general John Shalikashvili, el ex jefe de Gabinete norteamericano. Incluso George W. Bush envió una carta al líder georgiano pidiéndole que condujera “estas próximas elecciones de forma pacífica, justa y transparente”.
No ocurrió así. El día del ballottage, los manifestantes llenaron las calles. Mikhail Saakashvili, un abogado de 35 años que estudió en Estados Unidos y supo ser ministro de Justicia de Shevardnadze, se propuso como el nuevo líder declarando que “peleo para que mi hijo de ocho años pueda vivir en un país normal y no en esta república semibananera”. De hecho, utilizó la misma retórica usada por Shevardnadze en 1972, cuando se convirtió en el presidente del Partido Comunista georgiano y cuando volvió como presidente de Georgia cuando ésta se convirtió en un país independiente.
Pero Shevardnadze perdió la lealtad de sus propios servicios de seguridad, que fallaron al intentar detener a los manifestantes, quienes finalmente tomaron el Parlamento. El prestigio internacional que supo explotar durante tanto tiempo ya no le sirvió ni en casa ni en el extranjero. Tal como hace 12 años miró la caída de la Unión Soviética, ahora es testigo de que lo mismo está ocurriendo en su propio país.
* De The Independent, de Gran Bretaña Especial para Página/12.
Traducción: M. B.
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