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Ayer, las urnas fueron abiertas al público con puntualidad británica, a las ocho de la mañana. Todas, excepto una: faltando diez minutos, un elector mañanero entró, por la puerta de atrás, a una sección electoral en San Pablo. Tardó menos de 30 segundos en cumplir su deber cívico, y salió por la misma puerta. A los sorprendidos periodistas que se acercaron, les lanzó elogios a la democracia y desapareció en una caravana de autos blindados. Así votó Michel Temer: lejos del público, lejos de la vida real. “Por precaución”, dijeron sus áulicos (perdón: asesores). “Por cobarde y por saber que en cualquier otro horario habría manifestantes”, dijeron sus críticos.

Temer ocupó la presidencia como interino entre el 12 de mayo y el 31 de agosto, cuando el golpe institucional se consumó y él paso a ser presidente efectivo. En ese período, solo apareció en público una solitaria vez, cuando de la apertura de los Juegos Olímpicos. Oyó una silbatina que alcanzó la marca de los 110 decibelios. O sea, ensordecedora.

Y nunca más. Sólo aparece en ambientes cerrados y con un público rigurosamente seleccionado. Como las ratas y los chacales, busca la oscuridad. Hoy mismo, dará otro ejemplo. En su visita oficial a la Argentina, no pasará por los alrededores de la Casa Rosada y menos del Congreso. Entrará a Olivos por la puerta lateral.

A propósito: ayer, cuando votó en San Bernardo do Campo, ciudad industrial del cinturón obrero de San Pablo, el ex presidente Lula da Silva también tuvo problemas. No ha sido fácil sacarlo de los abrazos y de los apretones de manos de los que hacían fila para votar. Y en Porto Alegre, la ex presidenta Dilma Rousseff ha sido recibida con flores y aplausos en la sección electoral que le correspondía. Son diferencias que explican muchas cosas.