Dom 25.07.2004

EL MUNDO • SUBNOTA  › UN TESTIMONIO DEL ESCRITOR NESTOR TABOADA TERAN

Aquella promesa de Allende

Por M. D.
Desde La Paz

Hubo un tiempo en que Condorito –el personaje de historietas más emblemático de Chile– tenía un amigo llamado Titicaco que lucía poncho y luchú o chulé, según se llame al gorro típico en aymara o quechua. Apenas comenzaban los años 70, cuando en Latinoamérica la revolución socialista era un sueño cercano, el Che Guevara era un héroe recién asesinado en territorio boliviano y no faltaba nada para que Salvador Allende ocupara su lugar en la presidencia de Chile como primer socialista convertido en mandatario gracias al voto popular. Las fronteras eran distintas entonces, Bolivia no olvidaba su aspiración a liberar el mar cautivo, pero cierta sensación de patria grande permitía desplazamientos de intelectuales, artistas y combatientes –y hasta de represores, que más tarde se organizaron para cumplir con el Plan Cóndor– de un país a otro. Si había una justicia de los trabajadores, decía entonces el escritor boliviano Néstor Taboada Terán, el mar expropiado volvería para albergar a sus hijos legítimos.
–En este plan de reparación de injusticias, también he resuelto que el hermano país de Bolivia retorne al mar. Se acabe el encierro que sufre desde 1879 por culpa de la intromisión del imperialismo inglés. No se puede condenar a un pueblo a cadena perpetua. Un pueblo que esclaviza a otro pueblo no es libre.
Así se lo dijo Salvador Allende a Taboada Terán en su despacho de la Casa de la Moneda, quien apenas podía creer tal declaración recibida en Santiago de Chile poco después de haber presenciado ese día histórico de la asunción de Allende.
–Ahora no somos gobierno de la oligarquía minoritaria, somos pueblo –siguió el presidente chileno–. No nos guían intereses de clases dominantes, queremos solamente reparar el despojo cruel del que el pueblo boliviano ha sido victimado.
De más está decir que tales palabras no llegaron a los hechos, ni siquiera al papel más que por la mano de algunos periodistas que registraron la crónica del día. Pero el recuerdo de lo que hubiera sido posible sigue alentando un futuro que los bolivianos no quieren resignar.

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