EL MUNDO
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SUEÑOS
› Por J. M. Pasquini Durán
Desde que comenzó la irreversible agonía, un torrente de preguntas empapó las reflexiones internacionales. De ellas, hay dos que sobresalen: ¿será posible reorganizar una dirección unificada en el gobierno de Palestina? Yasser Arafat, que arrancó su trayectoria política como un guerrillero contra Israel y años más tarde mereció el Premio Nobel de la Paz, durante cuarenta años contuvo bajo su liderazgo a las tendencias diferentes, por momentos antagónicas, que dividen a la militancia por la formación del Estado palestino y por la integridad de los territorios que reclaman como propios, los sueños a los que dedicó la vida y la muerte.
El segundo interrogante abierto es el mismo que inspiró todo tipo de acuerdos, frustrados casi como una regla: ¿la paz es posible?
Para el primer ministro británico, Tony Blair, y para el presidente francés, Jacques Chirac, un acuerdo sustentable de paz en Medio Oriente es una prioridad básica de la agenda de la convivencia mundial. Blair acompaña a Bush en la cruzada contra el terrorismo, mientras que el mandatario francés se negó a enviar tropas a Irak, pese a lo cual ambos coinciden en la misma expresión de deseos. Más allá de las retóricas de oportunidad, hay un sentimiento planetario favorable a un acuerdo de coexistencia en la zona y según el escritor israelí Amos Oz, partidario de una solución semejante, es una voluntad mayoritaria en las poblaciones de Israel y de Palestina, hartas de la guerra y el terrorismo, que sus respectivos gobernantes prefieren ignorar.
Pese a que la decisión política de la Casa Blanca es una pieza clave, nadie está seguro de cuál será la actitud del reelecto presidente Bush, puesto que su visión del mundo obedece a dogmas cerrados, contrarios por naturaleza a la ductilidad y tolerancia que requieren el diálogo y el desarme de las partes en conflicto.
La muerte de Arafat, a los 75 años de edad, reduce al mínimo el número de los líderes emblemáticos que ocuparon, con sus luces y sombras, la mitad del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial. Aun sus enemigos más enconados, a la hora del balance de su trayectoria, tendrán que reconocer que personificó la causa palestina, la instaló en el escenario del mundo y la mantuvo en pie a pesar de las inmensas dificultades, peleando contra los adversarios de adentro y de afuera del laberinto palestino-israelí. Este tipo de jefaturas tiene el carácter de insustituible, no importa si quienes lo sucedan puedan hacer una obra más perfecta. El dolor que hoy sufren decenas de miles de palestinos habla por sí solo de la magnitud de la pérdida, aun desde puntos de vista críticos sobre la gestión o la trayectoria de Arafat.
Por temor a la confrontación violenta entre facciones de los que hoy honrarán la memoria del caído, la programación oficial tanto en Egipto como en Palestina tratará de evitar la presencia popular masiva en las ceremonias fúnebres. Algunos podrán considerarlo un final mezquino y burocrático para alguien que por tanto tiempo calentó las esperanzas en el corazón de su pueblo. Otros aplaudirán la prudencia de los organizadores, empeñados en darle sepultura en un ambiente de tranquilidad protocolar que fue ajena a la mayor parte de su vida. En cualquier caso, nadie podrá reducir su memoria a las últimas semanas, porque volverá a aparecer en el fragor de los futuros combates o en cualquier rumbo que lleve a la victoria los apasionados sueños que consumieron su vida, hasta el final.
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