En medio del panorama de ciudades devastadas, autos dados vuelta, calles cubiertas de muertos y camiones que arrojan miles de cadáveres a fosas comunes como si fueran papas (para evitar la propagación de enfermedades), tal vez lo más curioso sea la suerte que corrieron los animales de los países afectados: según anunciaron oficiales de organizaciones protectoras de la vida silvestre de Sri Lanka, aún no se encontraron cuerpos de animales muertos. En el Parque Nacional Yala de ese país, por ejemplo, murieron empleados y turistas pero no elefantes, monos, cocodrilos, pájaros, ni conejos. Lo que, en cierta medida, reabre la hace tiempo hablada cuestión del “sexto sentido” animal, hasta ahora sin mucha evidencia científica. Dentro de las explicaciones posibles, estaría la de que los animales hayan escuchado las ondas sísmicas del terremoto antes de que los tsunamis rompieran en la costa. Ocurre que al romperse un objeto (un lápiz, por ejemplo) se generan también ondas sonoras que se esparcen por el aire. Algo parecido pasa con los terremotos: la fricción, rozamiento y colisión entre placas tectónicas, en este caso la placa australiana y la euroasiática que chocaron a las 21.58 del 25 de diciembre (hora argentina) en una zona de ruptura de 1200 kilometres de largo, generan enormes tensiones de la corteza terrestre, grandes movimientos de cientos de kilómetros cúbicos de agua (en el caso de que se produzcan en lecho marino) y ondas –imperceptibles para el oído humano– que se propagan a través de la Tierra (en su interior y en su superficie) diez veces más rápido que la velocidad del sonido (343 metros por segundo) y que habrían sido detectadas por los animales horas antes de la formación de los tsunamis, permitiéndoles escapar y salvarse así de ser arrasados por un elemento tan vital como el agua.