EL MUNDO
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Retirada
› Por Ernesto Tiffenberg
Toda la atención de la prensa internacional está hoy puesta en Gaza. Son pocos los que saben qué hay en juego en esta cinematográfica retirada, pero los ansiosos editores de todo el mundo confían en que algún foco de resistencia desplegado por colonos ultras o por “infiltrados” aún más ultras les brindarán las imágenes de tensión (o violencia) necesarias para justificar semejante despliegue informativo y –por qué no decirlo– la inversión dedicada al esfuerzo.
Más allá del show, no resulta difícil predecir que cuando los colonos sean sólo un mal recuerdo entre los palestinos que habitan la zona, seguirán en pie la gran mayoría de los problemas que desgarran la región.
Ariel Sharon comprendió hace tiempo que era estúpido dedicar dinero y fuerzas militares para mantener a flote a poco más de 8000 judíos en un mar de por lo menos 1.300.000 palestinos. Aunque los organismos internacionales sigan considerando Gaza como zona ocupada, Israel transferirá a las débiles autoridades palestinas la responsabilidad por lo que de ahora en más allí ocurra, a pesar de que mantendrá el control de sus fronteras, el espacio aéreo y el tránsito de mercaderías y seres humanos. Tampoco corre grandes riesgos. Su ejército sólo retrocede unos cuantos kilómetros hacia los bordes ya delimitados, desde donde puede rápidamente mandar tanques y helicópteros si considera que los palestinos utilizan la zona como base de lanzamiento de ataques terroristas.
Si bien Sharon se peleó con buena parte de su partido y de la derecha israelí al “traicionar” en Gaza su antiguo respaldo a los asentamientos, por ahora ni siquiera aparecen en algún escenario de negociación las colonias que florecieron en el otro territorio ocupado, Cisjordania, donde viven casi 250.000 israelíes. En realidad, la retirada tampoco significa un avance en la comprensión mutua entre los dos pueblos, ya que fue producto de una decisión unilateral de Israel, “fruto de la fuerza y no de la debilidad”, como le gusta decir a Sharon.
Los palestinos, sin embargo, festejan. Y tienen sus motivos. El oficialismo del primer ministro Mahmud Abbas puede presentar el fin de los asentamientos como un triunfo de su política de moderación. Y la oposición armada de Hamas se vanagloria de haber obligado a retroceder a los ocupantes con sus atentados y amenazas. El principal desafío, claro, será el que enfrentará el gobierno de Abbas. En primer lugar deberá conseguir, junto a los pacifistas israelíes, que la retirada de Gaza sea el primer paso de una negociación global. En segundo lugar, tendrá que lograr ayuda económica para que el pequeño territorio pueda mejorar las condiciones de vida de su exagerada población (y esto será responsabilidad de las potencias occidentales tan afectas a proclamar las reformas democráticas pero tan restrictivas a la hora de invertir en ellas). Sólo si esas dos condiciones se transforman en realidad, o por lo menos logran abrirse un lugar en una agenda regional concentrada casi exclusivamente en las quiméricas soluciones militares, la “histórica” retirada de estos días ocupará un lugar en los futuros libros de historia.
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