EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Patrick Cockburn *
La llegada de una fuerza multinacional al Líbano en 1982 trajo una serie de desastres. Todavía recuerdo ese gran panqueque de cemento cerca del aeropuerto que fue todo lo que quedó del cuartel de Estados Unidos en el cual 241 marines murieron tras ser atacados por un suicida el 23 de octubre de 1983. En otra parte de Beirut, 58 paracaidistas franceses fueron sepultados cuando el edificio en el cual vivían fue embestido por un segundo vehículo cargado con explosivos.
No hay razón para que una fuerza multinacional que aterrice en el Líbano en 2006 no se enfrente a los mismos peligros y sufra los mismos desastres, como 24 años atrás. Su llegada será enfrentada por toda la comunidad chiíta, el 40 por ciento de la población, ya que la fuerza será vista como la criatura de Estados Unidos, que ha apoyado totalmente la masacre israelí. También es probable que una fuerza multinacional vuelva a abrir las heridas nunca del todo curadas de la guerra civil libanesa porque algunos libaneses –la mayoría cristianos– puedan apoyarla, y otros –mayormente musulmanes– se opondrán a ella. No será considerada neutral por los libaneses, o el resto del mundo árabe. Es extraordinario, dado el destino de la llamada “coalición” en Irak, de la cual EE.UU. y Gran Bretaña son los únicos miembros operativos, que cualquier otro país considere ahora enviar tropas a Líbano.
El historial de la fuerza multinacional en Líbano fue inútil, vergonzoso y sangriento, por turnos. Su primer objetivo fue cubrir la retirada de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) después de la invasión israelí, en la cual morirían 20.000 personas, la mayoría civiles libaneses. Había marines estadounidenses, paracaidistas franceses, soldados italianos y un contingente británico. Después de la retirada de la OLP, su misión parecía haber finalizado. De hecho, apenas había comenzado. El 14 de septiembre de 1982 el recién electo presidente libanés, Bashir Gemayel, fue asesinado por una bomba. Entre el 16 y 18 de septiembre fuerzas israelíes permitieron a las milicias libanesas cristianas las masacres en los campos palestinos de Sabra y Chatila.
El presidente Ronald Reagan envió un nuevo contingente de 1800 marines a Beirut, unidos a 1500 paracaidistas de la Legión Exterior Francesa, 1400 militares italianos y, unos meses después, una pequeña fuerza británica. Era oficialmente neutral, pero se suponía que apoyaba al gobierno libanés, que era aliado de EE.UU. e Israel. El gobierno libanés era visto por muchos como dominado por cristianos. El 18 de abril de 1983, un atacante suicida destruyó la embajada norteamericana en Beirut.
Una fuerza multinacional enviada a Líbano será vista como la de EE.UU. y Gran Bretaña en Irak. Serán enfrentados como el nuevo destacamento de los cruzados. EE.UU. es probablemente más impopular de lo que alguna vez ha sido en Medio Oriente. Aunque no haya efectivos estadounidenses en la nueva fuerza multinacional, ésta será vista como la apertura de otro frente de la guerra de Occidente contra el Islam. Estarán uniéndose a una guerra, no poniéndole fin.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Virginia Scardamaglia.
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