EL MUNDO • SUBNOTA › ESCENARIO
› Por Santiago O´Donnell
En las guerras siempre hay ganadores y perdedores. No se puede ocultar. Se ve en las caras. Está en las fotos que llegan desde el frente. Está en la mirada extasiada de la niña que exhibe el poster del líder de Hezbolá desde el asiento de atrás de un auto. Está en las miradas vacías, de serena alegría, de soldados israelíes que se despiden del Líbano, especialmente en los ojos del pelado que alza el brazo y muestra dedos en v, como pidiendo un poco de paz. Está en el gesto desafiante del militante chiíta que flamea una bandera roja y amarilla sobre una pila de escombros en Beirut, como si fuera George W. Bush con casco de bombero y megáfono, arengando a la tropa sobre las ruinas humeantes de las Torres Gemelas.
Israel entró en guerra con el Líbano el 12 de julio con los siguientes objetivos: obtener la liberación de dos soldados capturados el día anterior, silenciar los Katiushas que lanzaba la guerrilla desde el otro lado de la frontera y, por añadidura, desarmar a Hezbolá. No logró ninguno.
Hezbolá entró a la guerra con los siguientes objetivos: provocar una invasión terrestre que legitime su accionar y resistir el ataque de Israel hasta lograr un cese del fuego pactado por la comunidad internacional. Los objetivos se cumplieron. Ahora el mundo tendrá que sentarse a negociar con Hezbolá.
Hassan Nasralá, el líder de la guerrilla, salió de la guerra convertido en el nuevo Nasser, el héroe de los árabes. “Nasralá ha adquirido proporciones legendarias. Ha superado la diferencia entre sunnitas y chiítas, entre árabes y no árabes. Sin pretenderlo, los israelíes han agrandado su figura bastante más de lo previsible,” dice la profesora Amal Saad-Ghorayeb, de la Universidad Americana de Beirut, citada en El País de España.
En cambio el líder israelí Ehud Olmert recibe palos del Likud por firmar una paz que equivale a “una victoria diplomática del terrorismo”, en las palabras del diputado Yuval Steinitz, y críticas generalizadas a su estrategia militar, calificada de vacilante y timorata por los expertos en el tema. El ejército israelí perdió su aura de invencibilidad.
Los dos líderes de los países que apoyaron a Hezbolá, por lo general parcos con la prensa occidental, ayer estuvieron accesibles. El presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, dijo que la gesta de Hezbolá “une a la ideología islámica”. El sirio Bashar Al Asad no se quedó atrás y habló de “gloriosa batalla”.
El presidente norteamericano también dijo el lunes que la guerra había sido ganada, pero los analistas del New York Times, Washington Post y Los Angeles Times no le creyeron. “El presidente Bush afirmó que el cese del fuego de la ONU era un éxito y que la política estadounidense en el Líbano e Israel era parte de una estrategia general para ampliar libertades en Medio Oriente. Pero cuando le pidieron que explique cómo la resolución debilitaba a Hezbolá y cortaba el apoyo a la guerrilla de parte de Siria e Irán, el presidente contestó generalidades y no pudo ofrecer respuestas concretas, más allá de su sensación de optimismo,” escribió Peter Wallstern en el diario de Los Angeles.
La derrota de Bush no es menor: el fracaso israelí es un espejo del fracaso en Irak, donde el uso de fuerza bruta para imponer instituciones liberales no está dando los mejores resultados. En Estado Unidos la guerra de Irak es la preocupación número uno de la opinión pública, seguida por la amenaza terrorista. Por eso llamó la atención de los analistas que el supuesto desbaratamiento del complot terrorista en Londres no ayudara a Bush a repuntar en las encuestas. A pesar de la victoria virtual su imagen sigue estancada en apenas el 36 por ciento de aprobación. Para recuperar la confianza perdida Bush podría embarcarse en una nueva cruzada fundamentalista. Es que no conoce otro camino.
En toda guerra hay ganadores y perdedores, sí, pero también hay víctimas, muertos, heridos, desplazados. El norte de Israel y el Líbano entero fueron destrozados. La hoja de ruta para la paz sumó varios capítulos decuestiones irresueltas. Los duros ganaron espacios, los pacifistas se replegaron ante el dolor de las víctimas. La confrontación mano a mano entre Estados Unidos e Irán parece cuestión de tiempo. Mil doscientos muertos más tarde el mundo no es más seguro, ni más democrático, ni más justo, ni más esperanzador.
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