Lunes, 6 de noviembre de 2006 | Hoy
Tras diez años de gobierno sandinista y 16 de mandato liberal, Nicaragua es el país más pobre de América después de Haití, Bolivia y Honduras. La mayoría de la población sobrevive con menos de dos dólares al día. La herencia del próximo gobierno.
Por Franciso Peregil *
“Déjenme que me presente. Yo soy la María del Raso Potosme. Enantes perdí la inocencia por las inquirencias del teniente Cosme. También quiero palabriarles que fui medio novia del teniente Guido, lo que pasa es que ese Jano ya hace 15 días que fue transferido. Yo soy la María, María es mi gracia, pero a mí me dicen María de los Guardias. Yo soy la María, María, no ando con razones, razones, yo llevo en mi cuenta, por cuenta, cinco batallones. Yo nací allá en el comando, mi mamá cuidaba al Capitán Guandique (...). Ajustaba los 15 años cuando me mataron al primer marido. Fue durante un tiroteo contra un hombre arrecho llamado Sandino. Y ahí se armó.”
Carlos Mejía Godoy no podía imaginar al escribir aquella canción que despertaría tantas simpatías en unos, cuchicheos en otros y pequeños temblores de miedo en la sociedad nicaragüense de los años setenta. Y todo por la palabra “arrecho”. Es decir, valiente, bravo. ¿Cómo es que alguien se atrevía en público a ensalzar la figura de Sandino? Augusto Nicolás Calderón Sandino (1895-1934), hijo ilegítimo de un terrateniente cafetero, había conseguido expulsar al ejército estadounidense del país en 1933, pero fue asesinado a traición un año después por miembros de la Guardia Nacional, a las órdenes de Anastasio Somoza García (1896-1956), padre de una dinastía que parecía dispuesta a perpetuarse por los siglos en el país con el respaldo de Estados Unidos. ¿Y ahora, en la Nicaragua de los años setenta, venía un tipo a refregarles a los Somoza el valor de Sandino?
En realidad no era un personaje solo. Era un buen puñado de todas las extracciones sociales. Allí estaban el comandante Daniel Ortega y su hermano Humberto, Edén Pastora, el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, el escritor Sergio Ramírez, la comandante Mónica Baltodano... Se agruparon bajo las siglas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Echaron a los Somoza, guerrearon en las montañas frente a la guerrilla de la contra apoyada por Estados Unidos, ganaron unas elecciones y perdieron tres. Y ahí siguen muchos de ellos, 27 años después de aquel 19 de julio en que conquistaron Managua. Con la piel más dura, acusados unos de corruptos o de asociarse con ladrones, peleados otros muchos entre sí, y casi todos ellos convencidos de que, a pesar de los muchísimos pesares, la revolución mereció la pena.
Ortega gobernó de facto en Nicaragua desde 1979. Ganó unas elecciones en 1984 y siguió gobernando hasta 1990. Aquel año perdió las presidenciales contra la candidata del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), Violeta Chamorro. Después de Chamorro los liberales postularon a Arnoldo Alemán (1996-2001). Y Ortega volvió a perder. Y después perdió contra el actual presidente, Enrique Bolaños (2001-2006). El comandante Ortega esgrime ahora que en realidad nunca gozó de la oportunidad de gobernar porque sus años en la presidencia fueron años de guerra. Y muchos de sus críticos reconocen que no le falta parte de razón. Con las derrotas electorales llegaron las divisiones. En sucesivas oleadas, destacados dirigentes de la revolución se fueron desmarcando de Ortega. Ayer concurrieron por primera vez los sandinistas divididos en dos bloques muy claros con capacidad de marcar el nuevo rumbo del país. Los liberales también se presentaron escindidos entre José Rizo, apoyado por Arnoldo Alemán, y Eduardo Montealegre, respaldado por Estados Unidos.
A principios de los años ochenta el Frente logró reducir la tasa de analfabetos del 50 por ciento de la población al 13 por ciento. “Fue el mejor momento de la revolución”, recuerda Sergio Ramírez, quien fuera vicepresidente de Ortega. Pero muy pronto empezaron a escurrirse los sueños de la revolución. Ahora, tras 10 años de gobierno sandinista y 16 de mandato liberal, este país, de 5,5 millones de habitantes es, en términos de poder adquisitivo, el más pobre de América después de Haití, Bolivia y Honduras.
A pesar de todo, el FMI puede estar satisfecho con un país que va haciendo los deberes: los depósitos bancarios han aumentado, se redujo el déficit fiscal, las exportaciones han crecido, la inflación está más o menos estabilizada... Sin embargo, esas mejoras no terminan de llegar a una población que sobrevive en un 80 por ciento con menos de dos dólares al día. “Pero a la gente lo que más le indigna son los privilegios de que gozan los funcionarios del Estado”, indica el economista Adolfo José Acevedo, miembro de la Coordinadora Civil, a la que pertenecen unas 300 organizaciones. “Bajo el mandato de Arnoldo Alemán los ministros recibían una parte del salario en el presupuesto y otra parte bajo la mesa –afirma Acevedo–. Con Enrique Bolaño todas las cuentas salariales se pusieron en el presupuesto. Pero sigue siendo una forma de corrupción. Un médico tendría que trabajar 45 años de su vida para ganar lo que gana en un año la ministra de Salud.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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