Lun 11.12.2006

EL MUNDO • SUBNOTA  › LA MANO DE HIERRO DE PINOCHET

Una traición que cambió a Chile

En 1973, Augusto Pinochet, un hombre de disciplina prusiana y de cultura general mediocre, sin oratoria ni inclinación política, excepto el anticomunismo, ideología típica de las fuerzas armadas, tenía 58 años. Vivía una vida modesta y se preparaba para un retiro tranquilo en su Valparaíso natal, pero sus planes pronto cambiaron.

Un mes antes del golpe al presidente socialista, Salvador Allende, Pinochet fue designado como sucesor del general Carlos Prats como comandante en jefe del Ejército. Ambos militares tenían una relación muy cercana. Prats lo consideraba un buen soldado, apolítico y profesional. Creyendo que había elegido a un hombre leal a las instituciones y tan constitucionalista como él, Prats recomendó que Pinochet lo sucediera en el puesto. Según explicó Gonzalo Vial, ex ministro de Educación de Pinochet en la biografía del general, fue designado por su “fama de hombre fiel, cumplidor y sin vuelo ni ideas propias”. Pero Pinochet “disimulaba todo”. Menos de tres semanas después, esa confianza explotó en mil pedazos. Sin saber con certeza cuál era su posición, los militares que preparaban un golpe de Estado lo “invitaron” a participar.

La historia política de Augusto Pinochet comenzó así con una traición. Una traición que cambiaría la historia de Chile, un país de larga tradición democrática, en el que los golpes militares no eran habituales. El 11 de septiembre de 1973 comenzó el violento y coordinado golpe de Estado. Los militares contaban con el beneplácito de Estados Unidos que intentaba evitar el peligro de una “segunda Cuba”, en momentos en que el mundo estaba dividido por la Guerra Fría. Los archivos desclasificados revelaron la mano oculta de la CIA, por entonces bajo la conducción de Bush padre, en los intentos por desestabilizar al gobierno de Allende y, más tarde, en su derrocamiento.

Pinochet había ascendido en su carrera militar en la rama de infantería, la menos exigente desde el punto de vista tecnológico e intelectual, gracias a que era un hombre obediente, más bien sumiso. A pesar de ello y de que no fue uno de los que planearon inicialmente el golpe, mostró durante esos días una faceta hasta ese momento desconocida: era autoritario y tenía un don de mando avasallador. El futuro dictador no aceptaba retrasos ni dilaciones, y sólo quería la “rendición incondicional” de Allende. El Palacio de la Moneda fue bombardeado y tras una infructuosa resistencia, Allende se suicidó con el fusil AK-47 que le había regalado el presidente cubano Fidel Castro.

Después del golpe, la junta militar debía gobernar como un cuerpo colegiado cuya Presidencia sería rotativa, pero esto nunca se cumplió. La Presidencia le correspondió primero al general Pinochet, por ser Comandante en Jefe de la rama más antigua de las Fuerzas Armadas. Un año más tarde, Pinochet, admirador de Franco, se hizo nombrar “presidente” y el régimen se convirtió en una dictadura personalista. Se disolvió el Congreso, se suspendió la Constitución y se ilegalizaron los partidos políticos. Se impuso un estricto estado de sitio con toque de queda a las nueve de la noche. Comenzó el largo reinado de un hombre que quiso pasar a la historia como el personaje que salvó al país del “cáncer marxista”.

La temible policía secreta de Pinochet, la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) fue creada en 1973, a cargo de Manuel Contreras. Con agentes entrenados en la Escuela de las Américas y por la CIA, se inició la campaña de represión y comenzó la eliminación y la desaparición selectiva de personas. Los tentáculos de la DINA llegaban más allá de las fronteras chilenas. Carlos Prats fue asesinado en Buenos Aires, el ex canciller de Allende, Orlando Letelier, fue asesinado en Washington, y Bernardo Leighton, ex vicepresidente, fue ametrallado junto a su esposa, Ana María Fresno, en Roma, aunque en este último caso, ambos sobrevivieron al atentado. La organización tenía agentes internacionales y también operaba a través del Plan Cóndor, un plan de cooperación entre las dictaduras de Chile, Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay para eliminar a opositores.

El programa de represión encabezado por el dictador incluyó persecución política, arrestos en masa, juicios sumarios, desapariciones y torturas sistemáticas, ejecuciones y detenciones secretas en lugares como el buque escuela Esmeralda, la inhóspita Isla Dawson y el Estadio Nacional, rebautizado hace poco en un homenaje tardío como Estadio Víctor Jara. El cantante y compositor había sido ejecutado días después del golpe en ese lugar.

La situación económica en el momento del golpe era calamitosa. Después de la aplicación de las recetas neoliberales de los “Chicago Boys”, el sistema comenzó a afianzarse, iniciándose lo que se dio en llamar el “Boom chileno”. La máxima de Pinochet para enfrentar la economía era: “los ricos son los que producen plata y ellos hay que tratarlos bien para que den más plata”. Pero el boom sólo duró hasta la crisis de 1982, cuando se devaluó la moneda, los precios aumentaron y el desempleo sobrepasó los 20 puntos. Comenzaron las primeras huelgas y protestas contra la dictadura. En 1983 el país se paralizó con la primera Jornada de Protesta Nacional preparada por los sindicatos y organismos de derechos humanos. La represión dejó 27 muertos y decenas de heridos.

En los años siguientes hubo problemas en el frente externo. Argentina y Chile estuvieron a punto de ir a la guerra por la soberanía del Canal de Beagle. Después de picos de tensión, el Papa Juan Pablo II aceptó mediar en el conflicto. A fines de 1984 se firmó el Tratado de Paz y Amistad según el cual las islas seguirían siendo chilenas y se concedía la soberanía sobre el mar a la Argentina.

El año 1986 comenzó con un reavivamiento de las luchas contra el dictador. Un grupo comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FMPR) comenzó a planificar la Operación Patria Nueva con el objetivo de ajusticiar al dictador. Ese año su convoy presidencial fue atacado cuando se dirigía a su casa precordillerana. Tres de los autos quedaron totalmente destruidos, cinco escoltas murieron y 12 fueron heridos. Pero Pinochet zafó y fue sólo herido levemente en una mano. El gobierno respondió con una nueva escalada represiva.

Dos años después, se organizó un plebiscito para refrendar la nueva Constitución con el objetivo de perpetuarse en el poder. Esa Constitución le permitiría, si ganaba un referendo en 1988, gobernar hasta 1997. Casi no hubo oposición a la propuesta, aunque tampoco transparencia, ni registros electorales ni tribunal electoral. Sin embargo, la dictadura perdió la apuesta. La oposición se unió en la Concertación y montó una efectiva campaña televisiva. El 57 por ciento de los chilenos votó a favor del retorno de un gobierno democrático. Después de momentos de tensión, Pinochet aceptó el resultado. Había terminado el mandato de hierro de 17 años de un hombre que pensaba que Dios lo había puesto en el poder.

El siguiente paso fue la elección presidencial, a pesar de que Pinochet había proclamado en 1975 que él iba a morir y también su sucesor, “pero elecciones no habrá”. Ganó Patricio Aylwin, el líder de la democracia cristiana con un 55 por ciento de los votos. El traspaso de poder se realizó el 11 de marzo de 1990. Pero las Fuerzas Armadas retuvieron gran parte de su poder gracias a la Constitución pinochetista. Recién dos años atrás se llegó a un acuerdo para reformar la Constitución para eliminar los últimos enclaves autoritarios que dejó la dictadura.

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