Mié 09.05.2007

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

Visita estratégica

› Por Washington Uranga

La visita que hoy inicia Benedicto XVI a Brasil tiene un alto contenido estratégico para la Iglesia Católica Romana de todo el mundo. No sólo importa Brasil, significativo por sí mismo porque sigue siendo el país católico por excelencia, sino porque es la primera visita de Joseph Ratzinger como papa a América latina después de dos años de ejercicio del pontificado y porque dentro del programa se incluye también la inauguración de la V Conferencia General de los Obispos de América Latina y el Caribe. Este encuentro, una suerte de asamblea continental de la jerarquía católica, que se extenderá del 13 al 30 de este mes, tiene por finalidad redefinir el horizonte de acción del catolicismo en esta parte del mundo, que sigue siendo la zona del universo con mayor influencia católica y a la que Benedicto XVI, rescatando palabras de Pablo VI, denomina “continente de la esperanza”.

La elección de Brasil para la visita del Papa y como sede del acontecimiento eclesiástico tiene sobradas razones. Oficialmente Brasil sigue siendo el país con mayor población católica en el mundo: 125 millones de personas, según el último censo realizado en el año 2000. Sin embargo, el porcentaje de católicos viene en disminución, en una nación donde el 97% de la población dice tener alguna creencia religiosa. En ese marco, los católicos eran el 83,1% en 1991, disminuyeron a 73,8% en el 2000 y actualmente se estima que no superan el 64%. Quienes han crecido de manera sorprendente son las nuevas iglesias de raíz evangelista, principalmente pentecostal –como la Iglesia Universal del Reino de Dios–, pero que tampoco tienen una relación demasiado orgánica con las corrientes históricas y tradicionales del protestantismo.

Sin el carisma popular de su antecesor Juan Pablo II, que visitó cuatro veces Brasil (1980, 1982, 1991, 1997), Benedicto XVI busca en este momento que su presencia le imprima un nuevo dinamismo al catolicismo brasileño y le permita recuperar parte de la feligresía que se va desgranando. El tema de la pérdida de los fieles preocupa al Vaticano y a ciertos sectores de la jerarquía católica, que intentan ahora una suerte de misión continental que relance la presencia católica en toda la región. La Conferencia General de los obispos que Benedicto XVI inaugurará el próximo domingo 13 en el santuario mariano de Aparecida lleva por título “Discípulos y misioneros de Cristo para que nuestros pueblos en El tengan vida”. La elección del popular santuario donde se rinde culto a la Virgen María en la advocación de Aparecida, a 160 kilómetros de San Pablo, el mayor conglomerado urbano de Brasil, apunta también a realizar una demostración de presencia masiva de los católicos.

No obstante lo anterior, voces críticas como la del teólogo Leonardo Boff, uno de los máximos exponentes de la teología católica de la liberación y varias veces sancionado por Joseph Ratzinger cuando el ahora Papa era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), se inclinan por señalar que Benedicto XVI no alcanzará su propósito. “No hay esperanza de que el Papa consiga frenar la sangría”, dijo Boff y argumentó que la pérdida de fieles católicos se debe principalmente a una Iglesia a la que calificó de “muy centralizadora y jerarquizada”, que a través de sus acciones “margina a las mujeres y subestima a los laicos”.

Al margen de sus posiciones históricamente conservadoras ratificadas en lo que lleva al frente de la Iglesia Católica, Benedicto XVI no podrá dejar de referirse a la situación de los pobres en esta parte del mundo y, seguramente, hará reiterados llamados en favor de la justicia. Ya lo adelantó cuando en febrero pasado se reunió con todos los nuncios (embajadores del Vaticano) destacados de América latina. “La ayuda a los pobres y la lucha contra la pobreza son y serán una prioridad fundamental de la Iglesia en América latina”, dijo entonces y agregó que “la Iglesia también está preparada para intervenir como mediadora en conflictos internos”. En el documento preparatorio de la Conferencia del Episcopado, los obispos latinoamericanos volvieron a denunciar la situación de pobreza y criticaron, de manera directa, al modelo económico neoliberal.

A la luz de sus pronunciamientos recientes, habría que esperar que durante sus cinco días de estadía en Brasil, Benedicto XVI reivindique la doctrina de la Iglesia Católica en defensa de la familia tradicional, en contra del aborto y de la eutanasia, y ratifique su oposición al divorcio. En este sentido no puede esperarse ninguna apertura.

Tampoco en el orden interno de la Iglesia. Las recientes advertencias al teólogo español-salvadoreño Jon Sobrino, a quien se lo amonestó por presuntas desviaciones doctrinales, constituyeron para muchos una clara señal de que el Papa estaba estableciendo claramente los límites de su tolerancia, que suele ser poca, en términos doctrinales. Sin embargo, muchos obispos brasileños y no pocos latinoamericanos han hecho propios los postulados de la llamada Teología de la Liberación y, aún más allá de las afirmaciones del Papa, la Conferencia General puede convertirse en una caja de resonancia de estos y otros temas que inquietan al catolicismo y que no han encontrado resolución como el celibato sacerdotal, la situación de la mujer, de los ex sacerdotes y de los divorciados en la Iglesia.

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