EL MUNDO • SUBNOTA › EL COMANDANTE ESQUIVO 167 ATENTADOS EN SU CONTRA
› Por Juan Jesús Aznarez *
desde La Habana
Fidel Castro cumplió el lunes 81 años, y probablemente morirá en la cama, después de haber sobrevivido a 467 planes y 167 atentados preparados para asesinarlo después de que implantara el comunismo en Cuba y estableciera una alianza ideológica y estratégica con la Unión Soviética a 145 kilómetros de las costas de Estados Unidos. El fallido envenenamiento del batido de chocolate que acostumbraba beber en el hotel Habana Libre ocurrió en plena Guerra Fría, con el general Francisco Franco al mando en España. Fue la intentona más cercana al éxito y supuestamente contó con la colaboración de dos españoles anticastristas. El recuento comprende los atentados preparados entre 1959, año del triunfo de la revolución cubana, y 2000, en que es detenido un grupo de cubanos-estadounidenses con armas para matar a Castro durante su asistencia a la Cumbre Iberoamericana de Panamá. El organizado en Chile, con una pistola oculta en una cámara de televisión, fue otro ensayo que fracasó, a última hora, en Santiago.
La CIA desclasificó las joyas de la familia, en las que admite haber pagado 150.000 dólares a los mafiosos Salvatore Giancana y Santos Traficante por acabar con la vida del hombre que había expropiado sus casinos en La Habana, pero nada revela sobre los atentados encargados, en el extranjero o en Cuba, a exiliados u otros colaboradores. El periodista cubano Luis Báez publicó el año pasado un libro, titulado El mérito de estar vivo, editado en La Habana, donde devela su entrevista con Leopoldina Grau, que fue una de las principales agentes de la CIA en la isla, donde cumplió catorce años de prisión y recibió de un “amigo español” el veneno preparado por la agencia de espionaje norteamericana. La cápsula fue entregada a un camarero de la cafetería del Habana Libre llamado Santos de la Caridad Pérez, que la guardó en el frigorífico de helados. Una noche de marzo de 1963, Castro pidió la bebida de siempre. “Pérez se dirigió al congelador para coger la cápsula y echarla al batido, pero al ir a extraerla, ésta se había pegado al frío [a las paredes heladas] y reventó”, según afirmó Grau.
“El libro donde relato lo ocurrido está sustentado en hechos reales. Muchos de los que participaron en atentados fallecieron y cinco de las personas que entrevisté me solicitaron que no hiciera públicas sus declaraciones hasta pasar varios años”, señala Báez, que cita fuentes oficiales norteamericanas y cubanas. Wa-shington, de acuerdo con las declaraciones de políticos de la época, temía que la consolidación de una dictadura comunista alentara revoluciones izquierdistas en toda América latina y acciones violentas contra los intereses norteamericanos en la región. Las modalidades de los atentados contra la vida o el carisma eran asombrosas: rociar el estudio de televisión con LSD para causar a Castro una “locura temporal”, impregnar una caja de puros, de los que aquel era gran consumidor, con una sustancia que le causara desorientación y dijera disparates, o lo matara al inhalar la toxina Botulinum, o espolvorear sus zapatos con sales de talio para que se le cayera la barba.
La panoplia incluyó un bolígrafo con una aguja hipodérmica, bombas envenenadas, bombas con forma de pelota de béisbol, bombas en avioncitos deportivos, bazucas, rifles con mira telescópica y programas radiofónicos. En la década de los sesenta, La Voz de América emitía el programa Cita con Cuba, que abiertamente estimulaba el asesinato de Castro con una recompensa de casi un millón de dólares. Los atentados ya preparados para su ejecución, con armas y hombres dispuestos, fueron 167, según fuentes oficiales cubanas; el resto no pasó de planes sin concreción.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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