Dom 21.09.2008

EL PAíS  › OPINION

Carrera de embolsados

La verba fluida de los que ignoraron la crisis. El debate sobre la 125, revisitado. El Presupuesto 2009, un enigma en un nuevo contexto. La homeopatía oficial en política económica. Las analogías, la nueva realidad regional, silencios que suenan mal.

› Por Mario Wainfeld

“Supo que ‘la novísima secta de los monótonos’ profesaba que la historia es un círculo y nada es que no haya sido y que no será.”
Jorge Luis Borges, Los teólogos.

“Si se fuerza el paso, sucede que se muere por ideas que no existirán al día siguiente.”
George Brassens, Morir por las ideas.

“Vienen siete años de gran hartura en Egipto. Pero después sobrevendrán siete años de hambre y se olvidará toda la hartura en Egipto pues el hambre asolará el país.”
Génesis, 41.

Imagen: AFP

Sobran mangrullos desde los cuales se vistea el futuro inminente pero fueron muy (pero muy) contados los centinelas que prenunciaron la crisis económica estallada en las dos o tres cuadritas de Wall Street. Tamaña imprevisión forzaría a la continencia antes de abordar las nuevas circunstancias, pero ocurre lo contrario. Los apologistas del orden trastocado se transforman en los médicos brujos que programan los nuevos autos de fe. El progreso lineal del capitalismo es un espejito de colores que encandila recurrentemente a millones de personas. Después muchos seres humanos (generaciones enteras, quién le dice) pagan los costos de tanta ilusión. O de los ciclos, que no existen aunque ya los anunciaron los textos sagrados Y, sin embargo...

Hace un semestre, chocaron el Gobierno y un sector de la burguesía de un país situado en el sur de América del Sur. Tenían cien discrepancias, pero compartían la fe del carbonero: el crecimiento chino, el aumento del precio de las materias primas más bastas, el contexto internacional perdurarían más allá del horizonte. La exorbitante cotización de la soja se iría para arriba, ese excedente que se caía de maduro fue el objeto de la pulseada. Ahora nadie puede saber cuáles son los alcances de la crisis mundial, su impacto en las commodities.

La cuasi unanimidad (perezosa y errada, según se comprobó) cedió lugar a los matices, desde los que auguran que las materias primas caerán como las Bolsas, pasando por los que imaginan un aterrizaje suave, llegando hasta los que creen que son el mejor albergue en medio del diluvio.

A regañadientes, la mayor parte de las lecturas (aun las que provienen desde el chanterío VIP de la city) asumen que Argentina está mejor plantada que ante otros cataclismos. Y, si se despoja la hojarasca retórica, que una fracción de esa fortuna se debe a designios de los gobiernos recientes. Desacoplado del marasmo financiero, con superávit elevados, menos endeudado que otras veces, con menor proporción de sus compromisos en divisas, en trance de crecimiento continuo. “Fue el viento de cola”, desmerecen los profetas, que antes llamaron “veranito” a ese ventarrón. No supieron registrarlo, también se les escapó (cual tortuga) el tsunami de los bancos de inversión. La probidad intelectual los forzaría a repasar sus premisas, a hacer un retiro de introspección. Pero casi todos son defensores de intereses, portadores de ideología: no abandonan la trinchera aunque la realidad venga degollando.

No hay motivos para alegrarse, en un planeta interdependiente. Pero vaya si tienen su lógica y su encanto las ironías propinadas por Cristina Fernández de Kirchner y Lula da Silva a sus contendientes políticos e ideológicos. No son apenas chicanas, ni derrapes verborrágicos, son un mensaje al ágora, siempre en disputa.

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Una costumbre, otro contorno: Los presupuestos enviados por Néstor Kirchner durante su presidencia mantuvieron una matriz, instalada cuando Roberto Lavagna fue ministro de Economía: subestimar el crecimiento del PBI y la recaudación para contener las expectativas y ganar con la sorpresa. Y, claro, para disponer mucho “sobrante” disponible, para la reasignación de recursos por vía de decretos.

Vaya a saberse si el Presupuesto 2009, remitido el lunes pasado a Diputados por la presidenta Fernández de Kirchner, repite esa remanida astucia. Un mundo que se derrumba habilita teorías contrapuestas: hay quien piensa que sí, hay quien denuncia que no se alcanzarán las metas previstas. El economista Javier González Fraga, con aires de estar convencido, anunció que el crecimiento y superávit previstos ni serán rozados, andarán por la mitad de lo calculado.

La evolución del valor de las commodities es una de las claves. Nuevamente, el Gran DT de los economistas alberga muchos equipos. Hasta hay optimistas que anuncian un mix bastante propicio para Argentina: los alimentos no menguan mucho valor, sí el petróleo y los derivados. El cronista sugiere al lector escuchar con precaución y no fascinarse con ninguna profecía. Las ciencias sociales siguen mostrando flancos débiles para anticipar los hechos. Los gobernantes, forzados por su profesión a responder de volea sin disponer de todos los elementos de juicio, toman decisiones inmersos en la incertidumbre: la pasividad les está vedada.

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El plan invisible: El kirchnerismo es arisco a la planificación y empecinado. Pero el pragmatismo también forma parte de su código genético: el oficialismo registra el cambio acontecido desde el rechazo de las retenciones móviles y muda procederes sin hacer alarde.

“No podemos anunciar un plan económico o algo semejante”, susurran en un pasillo de Economía, “eso implica fijar metas más o menos precisas y exponerse a su frustración”. Lo que sí se va tejiendo es una trama de medidas correctivas de pelaje variado. La Presidenta alerta contra la elevación desmedida del dólar, replicando a la acometida (sincera, egoísta y brutal) de Eduardo Bu-zzi y de un sector relevante de la Unión Industrial Argentina (UIA).

Suben las tarifas de servicios públicos para consumidores medios o altos. Se implementa, tras una demora injustificable, la tarifa social para las garrafas de gas. En su blog La Ciencia Maldita, Lucas Llach (que se vale del apodo Rollo Tomasi) tilda al rebalanceo como “anti regresivo”, la corrección tardía de un sesgo indeseable. Igualmente, el joven economista toma nota del viraje, que la narrativa oficial (dominada por sus atavismos) no enlaza con una hoja de ruta más ambiciosa, que buena falta hace.

El tren bala se difumina en la ley de leyes. No hay asignación precisa de recursos para tomar el crédito, ni figura en la enumeración de proyectos. Tal vez sea un firulete para hacer de la necesidad virtud: en la carestía universal luce difícil que se acceda al susodicho crédito en condiciones que no sean espantosas. Tal vez sea un modo homeopático de ir retractando otro paso en falso sin caer en el “pecado” de consentir una crítica de la oposición o más bien de un sentido común extendido apenas se trasponen los umbrales de la Casa Rosada.

La inflación se niega pero el crecimiento más medido y la ardua moderación de los subsidios algo la alivian. De nuevo: nadie puede seriamente decir cuál es el alcance de ese retoque delicadamente contractivo ni cuánto es impuesto por el nuevo desorden económico, pero hay una nueva traza dando vueltas por ahí.

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’08 no es igual a ’30: Las comparaciones son inevitables y hasta pueden ser útiles, a condición de no enamorarse de ellas. Hablamos de la recurrente evocación del crac del ’30. Como señala el periodista Angelo Panebianco (“Las profecías fáciles”, Corriere della Sera del jueves pasado) “la historia enseña más cuando nos servimos de ella para evidenciar las diferencias (entre ayer y hoy) y no las semejanzas. (Además) los aprendizajes del pasado pesan sobre el hoy”. El historiador Niall Ferguson se explayó con calidad en el mismo sentido que Panebianco (en quien el cronista reparó gracias a otra mención del blogger Tomasi). En su fascinante libro Historia virtual, Ferguson enseña que en una serie de tiros de dados el pasado no influye en el presente, hay estricta ley de probabilidades. Pero la historia “se ocupa de seres humanos, que a diferencia de los dados, tienen memoria y conciencia, (por lo que) entre los seres humanos el pasado influye con frecuencia”.

El autor de esta crónica sería incongruente si no consignara la limitación de su género ante un eventual cambio de paradigma en la economía política mundial, de proyecciones difíciles de precisar pero siempre enormes. Con esa advertencia, da cuenta de que se enrola entre quienes prefieren que los países emergentes de la región, la Argentina en especial, estén gobernados por fuerzas políticas críticas del paradigma neoconservador y, más en general, de los mandatos del gobierno de Estados Unidos. Por presidentes que desconfían de los profetas del mundo financiero. Ni aún en el mejor de los casos su postura y su precaución blindarán plenamente a nuestras naciones, pero el escenario es mejor que el de otras coyunturas, incluso recientes.

Una prueba del valor de esas experiencias fue la Cumbre de Unasur en Santiago de Chile. Presidentes con criterios bien disímiles tuvieron la calidad de acordar un mínimo común denominador: defender la democracia en Bolivia con firmeza y sin pedir anuencia a Washington, antes bien recortando su presencia aún por la vía oblicua de la Organización de Estados Americanos. No hubo notas discordantes en ese cónclave, que enaltece la historia común, sin estridencias y sin agachadas.

Llamó la atención el silencio de la mayoría de los partidos de oposición argentinos, con excepción del SI y de Proyecto Sur. Un movimiento de unidad regional, de defensa colegiada de la calidad institucional ameritaba salirse del mezquino juego de suma cero que salpimenta la comidilla cotidiana. La pasividad de líderes siempre dispuestos a la declaración periodística y la diatriba trasunta su estrechez de miras. La baja calidad de las principales fuerzas de oposición es otro dato del imperfecto bagaje con el que la Argentina entra en una insondable crisis exógena, parida en el ombligo de la timba global.

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