EL PAíS
› OPINION
El virus argentino
› Por James Neilson
Cuando el mundo era más joven, los pueblos sentían angustia si sus soldados no sabían pelear. Hoy en día, lo que más los atormenta son las deficiencias económicas. Así, pues, la Argentina, que hace poco era una estrella emergente, es un fracaso merecedor del desprecio universal y un peligro a los demás que podrían “contagiarse” del virus que la tiene postrada. Sin embargo, parece evidente que las diatribas contra la “clase política” local que han estado profiriendo dignatarios norteamericanos, alemanes y fondomonetaristas se basan en algo más que la indignación virtuosa que suele apoderarse de los justos toda vez que se ven frente a un pecador que se niega a cambiar. También se inspiran en el temor de que lo que acaba de suceder aquí pudiera ocurrir en muchos otros lugares del planeta.
Lo mismo que en los tiempos en que un guerrero notablemente homicida era considerado más valioso que cualquier empresario o financista por astutos que fueran, la única batalla que realmente cuenta es la próxima. Haberse anotado triunfos en el pasado no garantiza que habrá otros en el futuro. Pues bien: la Argentina dista de ser el único país en el que todas las corporaciones y grupos de interés se hayan mostrado propensos a aferrarse a esquemas que durante años les habían permitido ufanarse de su habilidad, realismo y amor por sus semejantes aun cuando entienden muy bien que ya se han desactualizado, de suerte que es factible que dentro de poco se produzcan algunos colapsos espectaculares en los lugares más insospechados. En efecto, a menos que el panorama mejore mucho, los dos países más exitosos de los años setenta y ochenta, el Japón y Alemania, pronto podrían experimentar convulsiones económicas poco comunes, mientras que Italia también corre cierto riesgo de argentinizarse.
Si bien algunos economistas y funcionarios internacionales aluden de vez en cuando a tales “escenarios de pesadilla”, los más dan a entender que no los toman demasiado en serio por miedo a ayudar a que sus profecías se cumplan. Era por eso que el FMI tardó tanto en dejar caer a la Argentina, aunque de haberlo hecho antes los destrozos hubieran sido con toda seguridad menores. Asimismo, es habitual imputar los desastres a factores puntuales –la irresponsabilidad de los políticos argentinos, Lula, la preguerra contra Irak–, aunque existen buenos motivos para suponer que ya se ha iniciado una etapa de extrema inestabilidad atribuible a que, por razones que son patentes, un orden económico “globalizado” sencillamente no podrá operar en base a las mismas reglas que imperaban en épocas anteriores.