EL PAíS › DOS REFLEXIONES SOBRE LA ACTUALIDAD DEL OFICIALISMO
El primer año de Cristina Kirchner en el Gobierno y la aspereza de “las peleas por la redistribución del ingreso”. La alianza del kirchnerismo con Aldo Rico como “el camino más rápido para la licuación política”.
Por Juan Abal Medina *
Durante su campaña electoral, Cristina Fernández de Kirchner señaló siempre que su gestión profundizaría la transformación de la Argentina iniciada en 2003. Sus propuestas de campaña se orientaron en esa dirección, y los votantes tenían claro que, votándola a Cristina, votaban por profundizar el rumbo establecido durante la gestión de Néstor Kirchner. Sin embargo, tras su contundente triunfo electoral, muchos analistas quisieron presentar a la gestión naciente como una etapa completamente diferente a la anterior, que sería más moderada, más concesiva, que tendría relaciones más amistosas con las corporaciones y los factores de poder. Lo insólito es que, como vimos, en la campaña la futura presidenta nunca había hablado de modificar (ni de “moderar”) el rumbo, sino de profundizarlo. ¿Entonces por qué aparecían estos análisis?
Se trató de un mensaje de los sectores más concentrados del poder y la economía. Le ofrecían a la Presidenta su apoyo si ésta abandonaba las duras discusiones por la redistribución del ingreso y el poder social iniciadas en 2003, que tantos dolores de cabeza les habían generado a esos sectores. Pero, desde el mismo discurso de asunción, Cristina dejó en claro que iba a respetar el mandato popular, que había votado por profundizar el rumbo. Inmediatamente comenzaron operaciones para debilitar al gobierno entrante, cuyos promotores incluso admitieron públicamente que su objetivo era “desgastar” a la Presidenta.
Algunos siguen pidiendo “moderación” y mejores modales al Gobierno, sin entender que todas las peleas por la redistribución del ingreso son ásperas porque se discute con quienes no quieren ceder históricos privilegios. Estos a lo sumo aceptan la caridad personal, ser ellos los que decidan “contratar dos albañiles” para agrandar sus casas, como señaló una de los referentes de los productores agrarios. Los que menos tienen incluso deberían agradecer este ínfimo derrame, sin exigir nada más.
Pero los procesos exitosos de redistribución de la riqueza fueron, en todo el mundo, el resultado de profundas luchas sociales. Con sus matices particulares, el peronismo en la Argentina de los ’40 y ’50, el laborismo y la socialdemocracia en Europa occidental de posguerra e incluso el “New Deal” de Roosevelt en Estados Unidos enfrentaron duras resistencias en su camino de mayor igualdad social, pero mantuvieron el rumbo pese a las presiones y así pudieron instaurar nuevos derechos, crear ciudadanía y volver más plenos los ideales democráticos para cada vez más personas. Esto no implica que no deban generarse grandes acuerdos entre los sectores sociales, pero sí reconocer que, a veces, la moderación y las buenas maneras son los pretextos que utilizan los poderosos para que nada cambie.
Néstor y Cristina Kirchner iniciaron en mayo de 2003 un proyecto de transformación que logró éxitos muy significativos. En apenas cinco años se logró reducir más del 35 por ciento la pobreza, más del 20 por ciento la indigencia y más de 15 el desempleo, con lo cual millones de argentinos y argentinas salieron de la exclusión y la marginación. Y, lo que es incluso más importante, estos millones recuperaron ciudadanía, hoy tienen salario, ingreso, jubilación, es decir derechos que les permiten vivir con dignidad sin requerir la caridad del poderoso de turno. La desigualdad social también se redujo, al crecer la participación de los trabajadores en el ingreso nacional de un 32 a un 43 por ciento, cifra todavía lejana pero en dirección a la existente bajo el primer peronismo (50 por ciento).
En los últimos meses, pese a las presiones, se profundizó el rumbo votado por el pueblo hace un año, con el rescate de Aerolíneas Argentinas y la preservación de miles de fuentes de empleo; con la recuperación de un sistema de seguridad social solidario y que brinda previsibilidad a los futuros jubilados; con políticas estatales activas que apuntan a fortalecer el consumo de la clase media y los sectores populares. Ese es el camino ratificado en octubre de 2007 y es el que este gobierno está recorriendo.
* Vicejefe de Gabinete.
Por Ernesto Semán *
El Gobierno decidió celebrar los 25 años de democracia integrando al oficialismo a uno de los pocos militares que lideró un intento por desestabilizarla. La llegada de Aldo Rico a la dirigencia del peronismo presidido por Néstor Kirchner es políticamente infame, eso es algo que hasta los mismos ejecutores pueden haber visto y decidido pasar por alto en nombre de la responsabilidad mínima de conservar el poder que le cabe a un gobernante. Lo que parecen no haber percibido es que, además, es el camino más rápido para la licuación política.
La política de derechos humanos desarrollada desde el 2003, irreprochable desde casi cualquier punto de vista y destinada a revertir muchas de las conquistas que Rico obtuvo mediante la presión militar, consolidó una relación entre instituciones y sociedad civil iniciada en el ’83 que difícilmente pueda ponerse en riesgo. La fortaleza del Gobierno, en cambio, aparece mucho más expuesta a los desarreglos de una decisión así.
En el mejor de los casos, el Gobierno supone que la integración de Rico es algo desagradable pero que le garantiza al PJ una buena performance en el distrito más importante del país. La candidez de la última parte del razonamiento es tan grande que opaca la repugnancia de la primera. Lo que el ex carapintada suma es, en el mejor de los casos, una enorme cantidad de votos en la provincia de Buenos Aires. Lo que le resta al Gobierno es una, o alguna, base de sustento: desde ahora, la probable candidatura de Kirchner deberá navegar entre un sector que se aleja, otro que está descontento, y otro que recién llega a su lado con la idea fija de sacárselo de encima.
Reacomodamientos de este tipo se justifican en la línea de “a nosotros nos importan los derechos humanos, pero con los derechos humanos no ganás el conurbano”. En general, la frase va acompañada de un “mirá a lo que me animo”, que supone que todo espacio se obtiene a costa de una cuota de autohumillación, y que ese descenso a la impureza es un ritual de ingreso al verdadero mundo del poder, algo así como “si no estás dispuesto a estas cosas, es porque no entendés”.
El mayor problema de ese argumento es su endeblez analítica y su total falta de evidencia y practicidad. El mayor problema, es que esconde mal y poco una realidad contraria a la que describe: lo que se presenta como un gesto de autoridad no es más que una muestra de debilidad; lo que se muestra con una estética del rigor encubre la fragilidad del retroceso; lo que se supone que es un gesto de audacia evidencia la reincidencia en una larguísima tradición de chancletear hacia la derecha en tiempos de crisis.
Durante la Semana Santa de 1987, Aldo Rico lideró un acuartelamiento militar, presionando al gobierno de Raúl Alfonsín para que pusiera límites en el tiempo y el alcance a los juicios contra los militares acusados de violaciones a los derechos humanos. Con la dictadura a sólo cuatro años de distancia, el gobierno percibió el levantamiento (hoy la mayoría parece coincidir que equivocadamente) como una amenaza de primer orden, y en muy poco tiempo concedió las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Miles de militares acusados de torturas y asesinatos durante la última dictadura le deben al flamante miembro del oficialismo sus años de libertad.
Desde 2003, el gobierno de Kirchner puso en marcha una variada gama de acciones para dejar sin efecto aquellas leyes obtenidas por Rico y que por tanto los militares que estaban impunemente libres fueran a la Justicia. Que incluso miembros del Gobierno compartan desde hoy la condición de oficialistas con aquel que garantizó la libertad para quienes fueron sus torturadores no sólo le agrega infamia a la desdicha, sino que exhibe la mélange de la que el oficialismo supone obtener una fortaleza. A partir de ahora, al Gobierno le va a costar volver a ironizar sobre la cadencia claudicante del “felices pascuas” después de sumar a quien lideró la sublevación de Semana Santa. Sólo Aldo Rico puede darse ese lujo sin quedar preso de una contradicción.
¿Qué estrechez de miras puede llevar a alguien a no ver algo que parece tan obvio? Una posibilidad es subestimar la importancia de la política de derechos humanos en la base de la legitimidad del Gobierno, apoyándose en el sentido común que indica que la economía garantiza cosas que la justicia no. La larga experiencia argentina demuestra lo contrario: es sólo con una fuerte legitimidad política que se puede capitalizar la bonanza económica o capear el temporal de crisis. Si alguien en el Gobierno se apoya en una encuesta para suponer que esa legitimidad está lejos de los derechos humanos, se olvida de la máxima implícita en el kirchnerismo: la construcción constante de enemigos es lo que le da identidad y potencia al propio movimiento. Es probable que pocos voten a un candidato bonaerense por su política de derechos humanos, pero es seguro que pueden dejar de votarlo por su pérdida de horizonte y su manifiesta debilidad. Desde 2003, el kircherismo reinstaló en la sociedad ideas muy fuertes y rígidas sobre su identidad y la del resto de los actores políticos. Hacer la prueba para ver si tirando de los derechos humanos se deshace un tejido mucho más amplio de asociaciones y sentidos no parece ser el ejercicio más feliz.
Otra posibilidad es suponer que, en cualquier momento, un partido puede cambiar su base de sustento a voluntad, reemplazando ideas como piezas de un rompecabezas. El último que tuvo esa creencia de forma cabal fue Fernando de la Rúa.
Otra posibilidad, finalmente, es suponer que Rico es sobre todo un referente del PJ, y que en todo eso lo que se juega es encontrar aliados confiables. Algo de eso podría intuirse en la sumaria explicación de Carlos Kunkel, que consideró natural el apoyo a Rico como jefe del PJ de San Miguel si se trataba de enfrentar a candidatos apoyados por Alberto Fernández o Felipe Solá (!). El fin de cualquier potencial alianza transversal y la necesidad obvia de tener una –alguna– base de sustento, explican el regreso triste del kirchnerismo a una casa que le es profundamente hostil. Pero cualquiera que asome la nariz por arriba de esa mira tan baja sabrá que los Kirchner no sólo se repliegan en un PJ en el que jamás estuvieron a gusto, sino que se están construyendo el peor PJ posible para que lo acoja.
* Periodista.
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