EL PAíS
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Con eso no se jode
Por Eduardo Aliverti
Todas las veces, la primera plana de un diario o la prioridad de un programa de radio o tevé pasan por la decisión o el filtro del dueño o responsable del medio o del programa. En los casos de grave conmoción social, sobre todo, ningún medio deja de medir lo que conviene a sus intereses (económicos, ideológicos o ambos). Durante el verano pasado, por ejemplo, los títulos de portada de los matutinos más importantes de la Argentina se dedicaron casi con exclusividad al conflicto del corralito y obviaron la ebullición que brotaba por doquier en forma de piquetes, asambleas, cacerolazos, etcétera. Fue la forma de privilegiar el derecho a la propiedad por sobre las nuevas herramientas de lucha que la sociedad protagonizaba horizontalmente.
Muchas veces, estallan ante la opinión pública temas aparentemente surgidos de la nada. Suele haber detrás el interés de un grupo de poder, con el que colaboran uno o varios medios de fuerte penetración. Y esa colaboración puede deberse tanto a que el interés del grupo coincide con el del medio, como al mero aprovechamiento de que la noticia vende, impacta, entretiene, y en consecuencia sirve a los objetivos comerciales primarios de cualquier medio en cuestión. En ese terreno es donde salen a la cancha las cortinas de humo. Hablar de tal cosa para no que no se hable de tal otra.
Por último, otras muchas veces las cosas no son tan maquiavélicas y, simplemente, se trata de que no hay informaciones importantes. Eso que en el periodismo se denominan días o momentos “fiambres”, carentes de todo asunto relevante. Son los días o momentos en que cualquier chispa resulta adecuada para generar el escándalo o las polémicas que de otro modo no se pueden conseguir.
Este periodista carece de datos fidedignos acerca de cuál de las variantes citadas metió la cola para que esta semana se hablara hasta el hartazgo de la posibilidad de reflotar el servicio militar. Los indicios muestran un cruce de probabilidades.
Las Fuerzas Armadas en general, y el Ejército en particular, necesitan de algún artilugio que sirva para justificar su existencia. Un debate pendiente de los argentinos es para qué diablos necesitamos militares. Ausente toda hipótesis de conflicto con los países vecinos, sumergido el país en una crisis descomunal y abroquelado tras los intereses norteamericanos en materia de defensa, el único sentido de la existencia militar es la ulterioridad de la represión interna, en tanto la milicia orgánica sigue siendo el brazo armado de la clase dominante. Bajo esa realidad y ese horizonte, hablar de militares en este país es hablar de parásitos sociales. Volver a encontrarle algún sentido a la conscripción, por lo tanto, es el único recurso que los hombres de armas tienen a mano para que el cuestionamiento a su razón de ser no termine de explotar tarde o temprano.
A esta búsqueda de los inventores del delirio de reinsertar la colimba, para exhibir alguna utilidad que no aparece a primera vista, se le podría sumar cierta urgencia que también pueda haber sentido el ministro de Defensa: otro del que tampoco se justifica existencia alguna. Está claro que los ingredientes del asunto se completan con la sensibilidad despertada en las madres y las novias, y con días en los que informativamente no pasa nada de nada en términos de novedades de peso. La insoportable interna de los peronistas y los no menos inaguantables tramiteríos ante el Fondo Monetario pudieron ser el cauce de aburrimiento que le dejó lugar a la vuelta de la colimba como ombligo noticioso, seguido más o menos de cerca por una alguna tarada que quiso tajear a Nancy Duplaá y por la nueva forma de rezar el Rosario que aprobó el Vaticano.
Puede ser todo eso junto, puede ser algo de eso o puede no ser nada de eso: lo que quiera que haya sido la génesis del caso no altera que elconjunto de los medios de comunicación logró que se hablara del retorno del servicio militar. Un absurdo desde cualquier costado del que se lo mire. Los milicos carecen de presupuesto para ejecutar un objetivo de esa naturaleza, y no hay espacio social para que megalómanos con charretera pretendan volver a amainar a la civilidad. Entre otras cosas.
Pero más allá de eso, estas líneas tienen la pretenciosidad de convocar a que con ciertas cosas no se joda. Después de 30 mil desaparecidos, después de Malvinas, después del baño de sangre operado por los militares a niveles que ni siquiera se comparan con la intervención francesa en Argelia o con la guerra civil en Guatemala, ningún argentino tiene el más mínimo derecho a especular marketineramente con el retorno de la reducción a la esclavitud cuartelera.
No se jode con devolver pendejos a fábricas de asesinos. No se jode con reemplazar necesidad de maestros con interés de milicos. No se jode con mezclar “servicio social” con servicio a zumbos. No se jode con mandar a los cuarteles la pobreza y la indigencia.