EL PAíS › OPINION
› Por Daniel Goldman * y
Alejandro Dujovne **
Cada tanto, y de manera cíclica, las pinturerías vuelven a vender sus aerosoles para que las cruces esvásticas se distingan de cualquier otro graffiti en esta ciudad. Para un judío, el símbolo nazi no es cualquier signo. Es el reflejo en la retina de una imagen hecha práctica oprobiosa, que convirtió al mundo en un infierno.
Obviamente, ésa es la intención al garabatearlas en las paredes. Podemos asumir que ciertos símbolos pueden despertar miedos que generen crisis. Pero, tal como decía Bobbio, las crisis pueden ser los crisoles de las ideas. En el pequeño acto que una izquierda vetusta realizó días atrás y que no juntó más de una veintena de personas, con cámara y verano sin noticias locales, se disputa algo más que un altercado ideológico.
La magnificación mediática lo convirtió en una imaginada movilización masiva que hizo palidecer las frecuentes manifestaciones de reivindicación social que aglutinan a miles en el centro de la ciudad. Así, daría la impresión de que el antisemitismo disfrazado de antisionismo resulta más redituable que los auténticos reclamos que este conjunto parece olvidar.
Siguiendo esta línea, el peligro radica en la penetración dentro de estos pequeños grupos de la peor ecuación de la derecha formulada bajo los términos de capitalismo-dinero-poder-apropiación, cementada y amalgamada con lo “judío”. Y vale la pena destacar dos simples detalles: acciones propias de grupos de choque de la derecha de antaño que hoy creíamos desterradas, tales como el escrache a un empresario por su condición de judío, hoy vuelven a emerger de la mano de este extraviado grupo de izquierda. Este acto no es menor ni debe pasar
inadvertido. Pero también, por primera vez, esta misma Convergencia absorta en sí misma tuvo el descaro de acercarse a la AMIA para manifestar. El carácter emblemático que encierra la AMIA y el dolor que conlleva esa cuadra no son un pequeño dato de la realidad. Atento a esto, el Gobierno no quiere que un segmento de la población sienta temor ni que la sociedad argentina sea identificada como antisemita porque, entre otras razones, en su gran mayoría no lo es.
El universo ideológico de la izquierda argentina era, hasta hace algunos años, lo indispensablemente impermeable a los mensajes revisionistas de la Shoá y a la lógica de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Tampoco compraba el discurso de los grupos religiosos radicales terroristas. Esto era, en gran medida, resultado de la fuerte presencia de judíos en las filas de todos los movimientos de izquierda así como de la sofisticación intelectual de este campo político. Pero desde un tiempo a esta parte, en virtud de las transformaciones en la escena política internacional y de la pérdida de algunos referentes ideológicos claros, este conjunto minoritario y extremo del arco de la izquierda ha habilitado esta clase de arengas propias del nacionalismo filonazi.
El temor radica en la combinación entre la legitimación ideológica y el éxito mediático de ese mensaje antijudío, ya que puede propiciar la radicalización de este discurso y cierta expansión dentro del sector de la izquierda que desde hace algunos años viene manifestando una adhesión acrítica a las banderas de Hezbolá y Hamas. Si bien es algo potencial, el riesgo real únicamente radica allí y no en la existencia actual de un “antisemitismo galopante”. Pero en este sentido, vale la pena que nuestros colegas militantes del campo de los derechos humanos, intelectuales y organizaciones sociales presten atención y distingan entre la necesaria y comprometida polémica coyuntural sobre el Medio Oriente y cómo ella puede deslizarse de manera fácil e imperceptible hacia el antisemitismo, para no caer en el cinismo ético que hiere el orden del ser como base de la existencia humana.
* Rabino.
** Cientista político.
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