EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
La historia no se repite como un calco, entre otras razones porque la experiencia impacta en los protagonistas. No necesariamente para esclarecerlos y dispensarlos del error, sí para condicionar sus actos. Ir por una segunda victoria no es igual a procurar la primera, doblar la apuesta no es lo mismo que la primera postura. Para peor, ningún contexto se conserva intacto, las comparaciones intertemporales son siempre construcciones de la imaginación. Algo hay en el cuadro actual que evoca a 1997: un gobierno peronista cómodo ganador en las elecciones presidenciales poco tiempo atrás (menemista entonces, kirchnerista ahora) que pierde volumen y mejora las posibilidades de una oposición dispersa. También acicatea el hambre sucesorio entre los compañeros. A partir de ahí, resaltan enormes diferencias.
En el campo opositor, en aquel entonces existían sólo dos partidos nacionales, Frepaso y UCR. Su coalición era posible y fue muy instada por sus potenciales votantes. La posibilidad cierta del éxito limó los resquemores entre los dirigentes, al menos hasta que llegaron a la Casa Rosada. Hoy día los referentes son varios, casi todos ellos sin una fuerza nacional que los avale. La única excepción es Julio Cobos, pero el radicalismo no tiene la talla de antaño.
Entre tanto, Carlos Menem (a diferencia de los dos Kirchner) tenía cerrada legalmente la puerta de su reelección y Eduardo Duhalde era, de lejos, el prospecto de candidato en 1999. El riojano se empacó en permanecer, le serruchó el piso a Duhalde todo lo que pudo. In extremis, el conjunto de la dirigencia peronista interpelada por Duhalde le torció el brazo, pero el justicialismo se desangró en la contienda y le hizo el campo orégano a la Alianza entre la UCR y el Frepaso.
Visto en perspectiva, Menem “jugó” para la Alianza y, con esas barajas estaba dado desde 1997 el cambio de signo del gobierno. Dividirse en declive puede ser letal.
Ese dato está inscripto en la memoria genética de los cuadros peronistas, en especial del enorme número de gobernadores que dominan su territorio con soltura. Hablamos, entre otros, del tucumano José Alperovich, del salteño Juan Manuel Urtubey, del formoseño Gildo Insfrán, del sanjuanino José Luis Gioja, hasta del chubutense Mario Das Neves. Anticipar el 2011 es para ellos un despropósito, superfluo por lo demás. Consolidarse de locales es una prioridad, accesible. La política central, aunque se diga lo contrario, favorece ese objetivo. El modelo menemista arrasó con las economías regionales, el kirchnerismo acompañó su resurgimiento productivo y exportador, aunque conservando el control de los recursos. En un año electoral, no le quedará otra que tener la mano abierta.
Territorializar la elección, he ahí el designio de los mandatarios provinciales. A medida que uno se aleja de la avenida General Paz, los temas nacionales pesan menos y el espectro político es más sencillo que el policromo cuadro metropolitano. Todo el que pueda tratará de amurallar su provincia, dominarla a su guisa (como lo vienen haciendo desde 2003) y esperar su momento... después de 2009. No hay apuro en dirimir internas nacionales. Al fin y al cabo, Kirchner y Menem tuvieron como trampolín las gobernaciones de dos provincias, no incluidas entre las más grandes.
Todo el que pueda hará oídos sordos a los cantos de sirena del 2011 anticipado. Es su mejor modo de arrimar el bochín, no atolondrarse.
Todo el que pueda... no serán todos. Y las excepciones son muy importantes.
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Un sentido común, cimentado en la empiria de años previos y las encuestas, permea a todos los peronistas. Buenos Aires, suponen ellos, sigue siendo un bastión peronista, con un buen 60 por ciento de los votos para repartir al son de la marchita. Es posible que ésa sea la única provincia en la que haya una interna abierta determinante y masiva. Habrá que ver qué pasa en Santa Fe entre Carlos Reutemann y Agustín Rossi. Acaso en Salta Juan Carlos Romero salte al ruedo si no lo “contienen” desde Olivos. Pero ésos son esbozos, acaso no se confirmen. También es una perla San Luis, reducto del peronismo disidente.
Muchos comentarios le asignan a Duhalde un rol central en un armado antikirchnerista. El cronista discrepa con esa estimación. Sin potencial electoral (cuasi piantavotos), sin dominio territorial propio, el predicamento del ex presidente es un valor subalterno en la pragmática cultura justicialista. Los que tallan son los que gobiernan o tienen buena intención de voto. Si juntan las dos condiciones, mejor. No los habrá en un comicio de medio mandato.
Francisco de Narváez y Felipe Solá pujan, pues, por un capital no desdeñable, eventualmente con el mayor botín de las elecciones. Ninguno de los dos tiene un partido, como otros tantos políticos de por acá. Hasta ahora su pulseada se dirime a pura publicidad y declaración periodística. Solá, que opta más por las declaraciones, propaló una llamativa: su afán de aliarse con Mauricio Macri. Las buenas ondas no son nuevas, Felipe hizo fuerza por el jefe de Gobierno en sus elecciones contra Aníbal Ibarra. Para Macri es una buena noticia esperada: hace años que anhela que las masas peronistas (o, en subsidio, su dirigencia) acudan en tropel a buscarlo a su domicilio, sito en Palermo Chico. Para su primo Jorge es un envión de cara al reparto posible con De Narváez. Es el tercero en discordia y en intención de voto, el convite de Solá lo compromete y valoriza a la vez.
El anuncio del ex gobernador contradice ciertas afirmaciones previas: a fin del año pasado evocaba la gesta de la Alianza en la provincia en 1997 y fantaseaba con conducir un frente progresista. Margarita Stolbizer y hasta Martín Sabbatella estaban en su horizonte o en sus ilusiones o, por la parte baja, en sus comentarios.
Un armado con Macri lo confina en parte de la galaxia peronista, conformando (hasta nueva orden) la facción peronista más parecida al menemismo que haya surgido desde 2003: pejotistas más centroderecha. Si el mapa se confirma, puede armarse una sólida fórmula peronista-antikirchnerista en Buenos Aires. Un encuestador de primer nivel, que suele asesorar al gobierno nacional, comenta que hay una derechización del electorado provincial, que ya se insinuó en 2007 tan propicio para Daniel Scioli y De Narváez. Quizá ahí haya espacio para cosechar entre el mapa de la seguridad y la coalición con la derecha porteña.
Aun con la laxitud que prima en el siglo XXI tras la caída de los muros de Berlín y de Wall Street, Solá produjo una definición ideológica fuerte. Elige un target electoral, se aleja de otros. Deja un espacio generoso al panradicalismo y a los partidos progresistas opositores para convocar a votantes de otros linajes o independientes. Y seguramente, se sepulta toda hipótesis de acompañamiento de movimientos sociales críticos del kirchnerismo (o del kirchnerismo crítico) al proyecto felipista.
Desde luego, es prematuro todo vaticinio sobre el impacto electoral de la movida. Sí es seguro que será medido con fruición. En un año electoral, los consultores son uno de los sectores más protegidos de la crisis económico financiera mundial.
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