EL PAíS › EL BICENTENARIO > UN IMPONENTE SHOW AL AIRE LIBRE PARA LA INAUGURACIóN
La historia del teatro, proyectada sobre el frente en la calle Cerrito, fue el eje del espectáculo abierto para la reapertura del Colón. Un grupo heterogéneo y multitudinario llenó la 9 de Julio para disfrutar el show.
› Por Facundo García
No quedó ni una paloma de las que suelen sorprender a los transeúntes desde los nidos en los aleros. Por el lado de afuera, la apertura del Teatro Colón estuvo llena de novedades pequeñas como esa ausencia. O grandes, como el show de luces, video y danza que se realizó sobre la fachada que da a la calle Cerrito. Igual que si un guionista se hubiera complotado para sumar toques contrastantes a la noche, el evento que estaba planeado para las 18.30 coincidió con el final del partido Argentina-Canadá que se transmitía en vivo cerca del Obelisco, por lo que miles de personas que poco tienen que ver con la crème del mayor coliseo argentino se movilizaron hasta el lugar y aportaron mestizaje y color a la multitud. Por lo demás fue un espectáculo monumental, con lo que eso suele implicar: sonido a todo volumen, imágenes efectivas y una perspectiva peligrosamente sesgada del pasado.
El pueblo que no entró a la gala pero quería saber de qué iba la cosa aguantó con ayuda de los dieciocho grados que marcaba el termómetro y una lluvia que se batía en retirada. La espera, en cualquier caso, se hizo larga estando de pie y con incontables ansiosos que seguían agolpándose aunque los bulevares estuvieran llenos de barro y los badenes encharcados salpicaran los pantalones. Y nadie se movía. Porque hay un Colón real y otro invisible. Era precisamente ese Colón aspiracional el que se congregó ayer sobre el asfalto. Un grupo heterogéneo, que no obstante se embandera bajo palabras como “cultura”, “arte” y otros comodines ideológicos. Así, un recorrido visual revelaba a la infaltable señora que imposta suspiros apenas oye las primeras notas de Rigoletto compartiendo centímetros con el papá joven que se acercó por mera curiosidad llevando a su hijita en hombros; y por lo menos dos vendedores de cerveza –a diez pesos la lata– sonreían ante las sorpresivas ansias etílicas de los melómanos.
Hubo que mantenerse ahí hasta las 19.32 para que se apagara el alumbrado público y el frente del teatro empezara a funcionar como pantalla. El despliegue luminoso jugó con cada línea de la construcción, y más de ciento veinte bailarines iniciaron su número para que una voz en off se lanzara a describir la historia oficial de ese centro del refinamiento. El texto que se leyó se deslizaba por el tiempo como si en la Argentina las clases sociales nunca hubieran existido. “En 1908, cuando se inauguró esta sala, palabras como ‘progreso’ y ‘prosperidad’ se escuchaban en una Buenos Aires que esperaba el fin de un siglo que parecía interminable”, se largó a recitar el locutor. Para el que escribió esas líneas, la capital argentina de entonces tenía “todo para ser una gran capital”. A saber: “una arquitectura deslumbrante” y “artistas”. “A esa ciudad sólo le faltaba el gran teatro que la consagrara como gran polo cultural de América y uno de los más importantes del mundo.”
Pero no todas fueron pálidas. No faltó el recuerdo para los talentos que pasaron por esas tablas, ni los mensajes de afecto de quienes quisieron dar el presente en tan ilustre ocasión. El video rescató intervenciones del director Pedro Ignacio Calderón, la pianista y compositora Pía Sebastiani y el bailarín Julio Bocca, entre otros. Maximiliano Guerra, por su parte, ofició como guía de los distintos sectores restaurados; y figuras como Plácido Domingo, Zubin Mehta y Alessandra Ferri ponderaron la relevancia internacional que tienen esos salones.
El recorrido por las diferentes áreas que tiene una institución se enlazó con la restauración que acaba de terminarse. El locutor relataba con aparente inocencia. “El tiempo fue agrietando los muros y no podíamos quedarnos indiferentes ante esta agonía”, insistía, como si los problemas del Colón fueran exclusivamente cronológicos. La emoción y el orgullo, empero, ya habían prendido en varios. Si en vez de mirar al frente uno giraba la cabeza hacia atrás, se encontraba con un paisaje humano digno de Berni. Las caras, suspendidas en la ilusión y el impacto visual, se dejaban iluminar por las melodías. “Y esto –remató la voz– es lo que podemos lograr cuando los argentinos nos unimos.”
En medio del éxtasis, al sonar el tramo más enfático de “Nessun Dorma” –aquella aria de la ópera Turandot en la que el tenor tiene que cantar ‘Venceré’ con un máximo de fuerza– los equipos de sonido sufrieron un desperfecto y el remate lacrimógeno quedó a medio armar. Por un rato, la escucha se tornó problemática, cosa que no sorprende viniendo de Macri. Luego, un gran final con baile, despedida y el Colón iluminado a modo de bandera. Se cantó el Himno y empezó la gala en el interior. Aplausos, más expectativa y nuevos apretujones entre los que debieron disfrutar en puntas de pie, del otro lado de la puerta. Por más que cambien los decorados, la arquitectura social de las Bellas Artes sigue siendo más o menos la misma.
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