EL PAíS › EL BICENTENARIO > OPINIóN
› Por Diego Fischerman
El teatro en herradura fue un invento de la Venecia renacentista. En sus diferentes pisos se ubicaban, en una perfecta metáfora de la sociedad, las distintas clases sociales. El esquema se conserva pero, en la función en la que el Colón se reabrió después de tres años de clausura, tuvo un matiz diferente. Las distintas plataformas mostraban, en realidad, como si de círculos infernales se tratara, la mayor o menor cercanía con el mundo de referencia del Jefe de Gobierno.
El que reabrió fue el Colón pero la fiesta no pareció suya ni, mucho menos, del mundo de la cultura. Con la platea, palcos bajos y balcones ocupados íntegramente por políticos, empresarios y gente de la farándula, los escasos invitados identificables con ámbitos más cercanos a la música miraron desde las alturas cómo Ricardo Fort o Susana Giménez aplaudían.
Y es que, en realidad, y más allá de los muchos desmanejos y de los sainetes, desaires y rencillas de entrecasa que matizaron la Gala del Bicentenario, hubo mucho que aplaudir, empezando por la propia sala, por su extraordinaria acústica y por un brillo que muy pocos recordaban. Mal mantenido durante años, el Colón fue víctima de la contradicción entre la certeza de su valor simbólico y la molestia de la clase política por sus costos.
Esta vez, siguiendo un plan que tuvo más de un vaivén y unos cuantos cambios de rumbo, se logró que un gobierno acabara algo comenzado por otro. Para la Argentina, todo un logro.
El gobierno de la ciudad mostró la reinauguración como un mérito propio, hasta el punto de colocar, en las entradas, la leyenda “Haciendo Buenos Aires”.
Vale la pena pasar por encima de esas torpezas, al fin y al cabo esta y otras gestiones pasarán de largo y el que quedará es un Colón que, más allá de su belleza edilicia, volvió a mostrar algo que sólo un teatro de su clase puede ofrecer.
El impresionante espectáculo montado por el régisseur Hugo de Ana en el segundo acto de La Bohème de Puccini (que mañana se estrena abriendo la temporada lírica de este año) pertenece a una categoría que quienes conocían el teatro extrañaban y quienes no descubrieron, asombrados, en la gala del 25 adelantada. Los movimientos colectivos, el equilibrio entre virtuosismo individual y rendimiento colectivo, la delicada y poderosa trama conformada por el Coro Estable y el de niños, junto a la orquesta y a solistas como Virginia Tola, en el papel de Mimí, y una sorprendente Nicole Cabrell como Musetta, vuelven a mostrar al gigante saludablemente en movimiento. Y, es claro, el gigante no es sólo el edificio sino, sobre todo, quienes trabajan allí y convierten en arte partituras y textos y movimientos coreográficos. La “Danza” de Huemac, de Pascual de Rogatis, por la Filarmónica de Buenos Aires, dirigida con justeza por Javier Logioia, fragmentos de un acto de El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, con una excelente Silvina Perillo, y el impacto de ese acto de La Bohème pusieron al Colón en marcha.
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