EL PAíS › OPINIóN
› Por Roberto Follari *
Lo siniestro es lo familiar cuando aparece en una faceta desconocida, decía Freud. Hoy, la decisión histórica e inédita del gobierno nacional respecto de no reprimir la protesta social es puesta bajo un fuego siniestro. Hay quienes han decidido aprovecharla para promover sensación de caos, y llamar a un autoritarismo que “restaure el orden”.
También los sectores populares, la base social principal del gobierno nacional, son puestos bajo el manto de lo siniestro: desde allí se aprovecha a algunos desesperados y marginados como fuerza de choque para promover desórdenes, en contra de un gobierno que tomó la decisión –en cierto sentido insólita– de renunciar al uso de la fuerza para dirimir el conflicto social.
Por supuesto que hay problemas genuinos irresueltos, sobre los que se enancan los ataques planificados contra la paz social (es decir, contra el Gobierno en su mejor momento de apoyo popular). Una cosa y la otra van juntas; sin problemas genuinos no habría quien pudiera montarse sobre ellos. Ningún milagro haría que la Argentina que en 2003 llegó a tener más del 50 por ciento de pobres hubiera ahora erradicado totalmente la pobreza. Si bien desde 2003 se la ha disminuido notoriamente, ella continúa presente.
Cierta izquierda actúa con la libertad que le permite saber que no será reprimida; del otro lado, como respuesta planificada, aparecen las patotas preparadas desde el Conurbano. Fue lo que pasó en el Indoamericano, se reproduce ahora en Constitución. Esto implica una responsabilidad donde el discurso y la actitud de la izquierda extraparlamentaria tienen que empezar a dar respuesta (ha habido ya un intento desde la dirección del Partido Obrero tras lo de Constitución). Es decisivo que se despeguen, en palabra y práctica, de la posición destituyente de la derecha nostálgica de la dictadura; y de que pongan a ésta en la mira como principal adversario estratégico, tanto de ellos mismos, como del campo popular en su conjunto. Si desde la restauración macri-duhaldista vuelven al gobierno, a olvidarse de manifestaciones no reprimidas violentamente.
Al gobierno nacional se le plantea que el Ministerio de Seguridad debe fundar una nueva doctrina de resolución de conflictos. A quienes vienen por todo, tratando de tirar un muerto o más por semana, no basta con la respuesta de no represión estatal. Esto es necesario, pero frente a la actual declaración de enfrentamiento solapado y total lanzada desde la derecha, resulta enormemente insuficiente. Frente a los que crean el caos para después decir que son los que lo van a resolver, se requiere un estado presente y unas fuerzas de seguridad que respondan democráticamente, pero no estén inermes. Ante este dilema de instaurar una seguridad respetuosa de los derechos humanos pero a la vez firme y sostenida, se encuentra ahora el gobierno nacional, y esperemos que encuentre el método frente a los sembradores del caos.
* Doctor en Filosofía, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo.
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