Martes, 11 de enero de 2011 | Hoy
EL PAíS › SIN EMBARGO ESTOY AQUí, RESUCITANDO > OPINIóN
Por Susana Itzcovich *
Una de la tarde. Acabo de enterarme a través de una radio, de la ausencia definitiva de María Elena Walsh, la juglaresa, la poetisa, la encantadora de niños y adultos con sus poemas, sus canciones, su voz, su lucha por desestabilizar esa monotonía de la poesía y la literatura para niños, incluyendo el humor, al absurdo, la crítica a las convenciones prefijadas por las moralinas y las convenciones tradicionales de la infancia. María Elena marcó un hito histórico: un antes y un después de la literatura para niños y jóvenes, a partir de la década del ’60. Tuvo seguidores, que quizá nunca alcanzaron su magistral escritura, pero que abrevaron de su disparate, de su absurdo, de su poética.
Armadora de palabras, multiplicadora del humor y del absurdo, dueña de la sátira y la ironía, transgresora de lo solemne, defensora de la irreverencia literaria. María Elena no proporcionó golpes bajos ni aniñados. Como un orfebre del verso y de la narrativa, esquiva el sabor escolar conservador y adhiere al desenfado poético, al manejo del equívoco, a la palabra de entrecasa. Juglaresa, poemática, cantautora, reivindicó el folklore con Leda Valladares, autentificó el teatro para niños, delineó una historia narrativa, poética y teatral, como un mito revolucionario en las temáticas dedicadas a la infancia, plagadas hasta entonces de moralejas y “buenas costumbres”.
Reivindicó el humor, el absurdo, la lírica disparatada y los personajes que hicieron historia desde sus canciones, sus cuentos y sus poesías. No desdeñó la crítica en temáticas para adultos como en sus canciones, como la conocida “la sartén por el mango y el mango también” dedicada a los ejecutivos. Fiel a sus principios, nunca declinó sus ideales y su postura frente al mundo. A través del humor, del absurdo y de su crítica mordaz, fueron apareciendo nombres propios, personajes, instituciones a quienes comentó, declinó y postuló desde su propia opinión. Respetuosa de sus colegas en literatura infantil, juvenil y para adultos, sus opiniones siempre fueron valoradas.
Sus letras ya son folklore. No hay quien no utilice algún título, verso o personaje en los diálogos cotidianos y hasta en discursos políticos: el país jardín de infantes, el País del Nomeacuerdo, el reino del revés. Quizás el mejor homenaje es decir que María Elena entró “a la oralidad”. Voy a extrañar nuestras charlas a la hora del té, en su casa, chismorreando acerca de autores y libros, acompañadas por su gato, por Sara Facio y por su risa franca y divertida.
Mi primera nota de tapa, en la revista Análisis, en 1968, fue una entrevista a María Elena. Es un largo tiempo recorrido. No puedo decir que “nomeacuerdo”.
* Especialista de literatura infantil.
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