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Entre burbujas y fugas
Por Fernando Melillo*
Si una sociedad inteligente es aquella que tiene la capacidad de reírse de sí misma, una sociedad tonta es la que rompe los espejos en donde mirarse. No aprende de sus errores porque los ignora como propios. Es una eterna víctima de tropelías ajenas. Una sociedad así no sólo es tonta sino también débil y, por lo tanto, incapaz de construir su futuro sobre los cimientos de una autoconciencia plena y profunda. En poco más de veinticinco años los argentinos llegamos a donde estamos hoy. Combinando “burbujas” de consenso/consumo y “fugas” hacia delante, alimentadas de insustanciales cuando no criminales “epopeyas”. Así, pasamos la “burbuja” de la tablita y el “déme dos” en Miami y la fuga hacia la “gesta” de Malvinas, de cuyo desastre –a su vez– huimos con la epopeya de la democracia que alimentaba, curaba y educaba. De la hiperinflación huimos hacia la “burbuja” del “uno a uno” y en una nueva fuga, cada vez más corta, creímos en la “epopeya” de la Alianza para terminar con las lacras del menemato. Todo esto pudo suceder porque en el lugar del espejo roto siempre hubo un cartel indicando una “verdad indiscutible”: “no se puede gobernar sin el respaldo de grandes aparatos partidarios”, “no hay política económica alternativa al Consenso de Washington”, “la experiencia de gestión garantiza la calidad de la gestión”, etcétera. Las próximas elecciones serán una gran oportunidad para volver a poner en su lugar el espejo. De lo contrario, el cartel indicador dirá: “Este país sólo lo puede gobernar un justicialista, con el apoyo de su aparato partidario y porque tiene experiencia de gestión”. Si nos animamos a colocar el espejo, veremos que el aparato partidario del radicalismo –que nació en la lucha por el sufragio universal– se extingue sin poder garantizar siquiera el sufragio transparente de sus afiliados. Y que el aparato partidario del justicialismo, dividido en tres, tiene como experiencia de gestión nacional (habiendo irrumpido como el movimiento de la inclusión de los trabajadores y de la justicia social) el habernos llevado –entre la convertibilidad y la maxidevaluación con pesificación asimétrica– a los mayores índices de desocupación, pobreza, indigencia y violencia social de toda nuestra historia. Si perdemos el miedo a mirarnos y a hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestra historia, veremos que todavía podemos. Basta para ello, en democracia, con una autoridad moral y políticamente legítima, un camino alejado del enriquecimiento rápido y las prácticas mafiosas, y una mayoría de personas –de todos los niveles sociales, saberes y ocupaciones– dispuestas a trabajar en equipo para volver a ser una Nación.
* Diputado Nacional ARI.